El abandono hace vivir en alto voltaje la fe pura y el amor puro. Fe pura, porque atravesando el bosque de las apariencias descubre la realidad invisible, fundante y sustentadora. Amor puro porque se asumen con paz los golpes que hieren y duelen.
El abandono hace vivir permanentemente en espíritu de oración porque en cada momento de la vida nos llegan pequeñas molestias, decepciones, frustraciones, desalientos, calor, frío, dolor, deseos imposibles... y todo esto el hijo amado lo va relacionando con el Padre amante. La vida misma, pues, obliga al hijo 'abandonado' a vivir perpetuamente entregado, nadando siempre en completa paz. El mayor disgusto se esfuma con un 'hágase tu voluntad'. No hay analgésico tan eficaz como el abandono para las penas de la vida.
El abandono plenifica la vida porque los complejos desaparecen, nace la seguridad, se lucha sin angustia, no se preocupa por los resultados que sólo dependen del Padre y todas las potencialidades humanas rinden al máximo"
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