Aquel 2 de febrero de 1959 hacía un frío inusual en Clear Lake, en el Estado de Iowa, después de un par de días de intensas nevadas. Buddy Holly acababa de terminar un concierto en esa localidad dentro de su exitosa gira junto con la estrella adolescente Richie Valens y el nuevo compositor The Big Bopper. El autor de Peggy Sue tenía que haberse trasladado en autobús hasta la siguiente parada de su recorrido, Moorhead, en Minnesota, pero alquiló una avioneta con el fin de ganar tiempo entre actuación y actuación y ahorrarse los ajetreados viajes en ese viejo y sucio vehículo de cuatro ruedas sin calefacción y en el que se moría de frío.
Fue la peor decisión de su vida y la última. En la madrugada del 3 de febrero, aquel avión no recorrió ni 10 millas cuando se estrelló por una ventisca de nieve. Conducía un piloto inexperto, que nunca había volado de noche, y que murió en el accidente que acabó también con la vida de las otras tres personas a bordo: Richie Valens, The Big Bopper y Buddy Holly.
Son tres de los músicos más importantes y talentosos de Estados Unidos. También son increíblemente jóvenes: ninguno llegaba a los treinta años, Valens ni siquiera había cumplido los 18.
Fue el fin del flamante talento de la primera ola del rock’n’roll y el comienzo de la primera leyenda del género, a la que se sumarían con los años y por diferentes motivos grandes músicos como Otis Redding, Jim Morrison, Jimi Hendrix y Janis Joplin. Pero sobre todo fue el epitafio de una generación, que se conoció como la clase del 55. La repentina muerte de Holly ponía fecha al final de la primera rebelión de la música popular, al golpe en el estómago que supuso la irrupción del rock’n’roll para la sociedad puritana y biempensante de EE UU, aquella que se llevaba las manos a la cabeza porque los jóvenes negros y blancos compartían los mismos gustos musicales, porque estaban deseosos de afirmarse al caduco mundo adulto de la posguerra y porque ansiaban libertad frente a los rigurosos códigos morales.
La trágica muerte de Buddy Holly simbolizaba el adiós a todo ese movimiento inocente y rebosante de energía, que estaba en las calles con la música a todo trapo en las radios de los cadillacs. Se iba Holly y se iba el empollón de la clase del 55, el compositor que había conseguido los mayores avances en los arreglos de las canciones, el hombre que, a diferencia de otros compañeros de curso, que aportaban sensualidad y rebeldía, dio al rock un carácter académico. Era un genio. Su carrera fue prodigiosa y fulgurante. En poco menos de dos años en el negocio había conquistado los puestos más altos de las listas de venta de Estados Unidos y Reino Unido y se codeaba con los pioneros del rock’n’roll como Elvis Presley, Chuck Berry, Fats Domino o Little Richard.
Don McLean definió ese día en su famoso tema "American Pie" como "El día en que murió la música", y así empezó a conocerse desde entonces ese fatídico día.
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