-Sí, señor. De repente, con la misma brusquedad
con que fui enviado a París, llamáronme
a Olorón, y allí estaba cuando se nos presentó
Faustino Vidaurre, al parecer para tratar
de negocios... Noté yo que él y Felipe Maturana
se decían algo referente a mí, recatándose de
que yo lo entendiera. Una mañana me notificaron
que vendría pronto a Madrid, donde se me
daría un destino en las oficinas del Gobierno,
con sueldo bastante para vivir decentemente en
esta capital. Yo me alegré, porque allí no hacía
nada, y la holganza monótona de aquel pueblo
me enfadaba, me ponía enfermo... Vi los cielos
abiertos; me aventuré a pedir alguna explicación
al hermano de mi padrino; pero no me dijo
más que la frase sacramental: «Quien manda,
manda». Y Maturana agregó: «Llevarás tu viaje
pagado, y algo para que puedas vivir un par de
meses en un alojamiento arregladito. Ya puedes
empaquetar tu ropa y tus libros...». Y como yo
expresase alguna inquietud acerca de mis primeros
pasos en esta villa, no teniendo aquí conocimientos
ni trayendo carta de recomendación,
Faustino me dijo: «Anda, anda, hijo, y no
temas nada, que ya tendrás quien te ampare y
mire por ti. Vete descuidado, que nada te faltará...
Y no te mandamos tan desprovisto de
apoyos y recomendaciones, pues además de los
que allí te saldrán donde y cuando menos lo
pienses, en Madrid tienes a nuestro primo Carlos
Maturana, diamantista que fue de la Real
Casa, y hoy comerciante en piedras preciosas.
Comentarios