Locución: Manuel López Castilleja
Música: Chopin_Fantaisie Impromptu
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Anselmo Cortés echó una última mirada a los lobras y entró en la casa.
- Clara, se está repitiendo lo de ayer. Los ruidos y los temblores. No sé qué pasa.
- ¿Otra vez? Ahora entiendo por qué se mueven los vasos.
Aquel otoño, cuando se mudaron Villa García y fueron a vivir en la última casa de la Calle Número Tres, Anselmo y Clara Cortés encontraron el fondo poblado de árboles raquíticos, de ramas desnudas y afiladas.
Más que en árboles, hacían pensar en raíces, y al llegar la primavera los Cortés tuvieron la primera confirmación objetiva de que algo raro les pasaba a esas plantas: no se cubrían de hojas ni de flores, ni se ponían verdes. Las ramas se hincharon un poco y se volvieron más quebradizas, pero siguieron dando la impresión de raíces. Un día, Clara dijo:
- Anselmo, estoy pensando que el que plantó estos árboles se equivocó y puso las semillas al revés. Las raíces salieron al aire y el árbol se enterró en el suelo.
Con el tiempo se acostumbraron a los árboles y, en broma, empezaron a llamarlos “lobras”, pues cada vez parecía más claro que se trataba de alguna variedad de planta que funcionaba al revés.
Desde luego, no comentaban esas ideas con los conocidos del pueblo. Más allá de la valla del fondo, ya en los campos abiertos, los lobras crecían con total libertad. Los había de todos los tamaños, pero los más cercanos eran especialmente grandes. Resultaba un poco raro que nadie pareciese interesado en estudiarlos.
Los Cortés habían tratado de injertar los del fondo con retoños de árboles frutales, pero todos los esfuerzos eran en vano. El retoño invariablemente moría. Para lo único que servían esas plantas, sin duda, era para hacer leña.
-Sí, son raros- dijo el carnicero-. Todavía me acuerdo de cuando empezaron a aparecer, hace más de veinte años. Ahora están en todas partes. He oído, incluso, que del otro lado del río hay bosques enteros.
- Clara- dijo esa noche Anselmo Cortés, cuando ya estaban en la cama-, me tienen preocupado esos árboles. ¿Te imaginas bosques enteros, las raíces para arriba y el tronco, las ramas y el follaje metidos en la tierra?
A la mañana siguiente, un domingo soleado, estaban los dos sentados en el fondo, mirando las plateadas marañas de lobras.
- Sí, Clara, tienen que ser raíces- dijo Anselmo. En ese momento hubo un golpe sordo y un temblor-. Ahí empieza otra vez.
Los golpes y los temblores continuaron una hora más. No solo temblaba el suelo sino las plantas.
- Seguramente son raíces de árboles adultos. Mira eso. Gruesas y robustas. y esta sensación de falta de aire. ¿Tomarán oxígeno para llevarlo a las ramas, en vez de producirlo? ¿Se alimentarán y se desarrollarán de ese modo? ¿Crecerán hacia el centro de la tierra, al revés de los demás árboles? ¿Quién y para qué los habrá plantado?
- Nada de eso importa, Anselmo- dijo Clara-. Son simples plantas, y que crezcan hacia donde les dé la gana.
- Pero los golpes. Solo vienen de los sitios donde hay lobras. Es como si existiera una relación. ¿Tendrá que ver con su crecimiento en algunas épocas del año?
- No lo creo, Anselmo.
- ¿Entonces? ¿Será que las puntas chocan contra esas capas de roca dura y los troncos se quiebran al no poder crecer más? ¿Qué cosa puede ocurrir ahí abajo?
Clara suspiró, tratando sin mucho éxito de llenarse de oxígeno los pulmones.
- Que los estén cortando, Anselmo.
Marcial Souto, en Para subir a un pozo de estrellas.
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