Cuatro días antes de presentar a la productora el montaje final, Kubrick moría con setenta años por un ataque cardiaco, pero dejaba todo listo para repetir su especialidad: desconcertar y ganar dinero. La “Sala de Guerra”, un salón amplio de la planta baja de su casa a una hora del centro de Londres, parecía pequeño a los visitantes por los varios ordenadores con sus correspondientes equipos periféricos, tableros en caballetes donde solían apilarse esbozos, planos, contratos, datos, anuncios, localizaciones, cientos de fotografías de armas, calles, pagodas o prostitutas. Todo lo llenaba el material para sus películas excepto una pared, también atestada, que tenía dedicada en exclusiva a sus inversiones. Su tacañería era proverbial, y es cierto que durante años le fastidió que Jack Nicholson hubiera ganado más dinero que él con “El resplandor”. La obsesión con el dinero es uno de los rasgos de su conducta más comentados. Era un jugador desde que había dejado el Instituto a los dieciséis y se había dado cuenta de que se podía ganar dinero con partidas rápidas de ajedrez callejero en Washington Square. La experiencia le confirmó que era capaz de aprender cualquier cosa por si mismo, y el ajedrez le desarrolló la habilidad para los juegos psicológicos que utilizó durante toda su carrera como director de cine, para mantener, tanto a los contrincantes como a los amigos, desconcertados. Numerología, juegos con las palabras y guiños para los espectadores se convirtieron en parte de sus películas.
Cuando Nicole Kidman habla con su marido después de compartir un cigarrillo de marihuana, en uno de los muebles hay un vídeo de “Rain man”. Cuando Tom Cruise camina por los barrios bajos, en una de las paredes hay un cartel con el nombre Bowman, uno de los astronautas de “2001?. Y al regresar Cruise a casa y encontrar la máscara sobre la cama se puede ver otro vídeo de “La chaqueta metálica” en una de las estanterías. Podemos estar seguros que controló las estrategias de marketing hasta la hora de su muerte, y que organizó sus fichas para que público y crítica esperaran sexo, pues se lo habían prometido en la publicidad y en las pocas informaciones que Kubrick permitía que se filtraran de su rodaje “blindado”. El cartel con Nicole Kidman mostrando el pecho con los pezones estratégicamente tapados reforzaban la idea y se hablaba de una orgía. Era cierto que algunos planos de desnudo integral amenazaron con dar a la película la calificación X, lo que implicaba un fracaso comercial. Kubrick aceptó a regañadientes un argumento que comprendía, y se distribuyeron dos versiones de la película: la destinada a Usamerica era más breve en las escenas de sexo y se interpusieron oportunas sombras de siluetas humanas donde no podía cortarse. Se trataba en realidad de ofrecer un espectáculo para la taquilla, porque Kubrick, siguiendo su tradición, escondía debajo una reflexión más esencial y que nunca había tocado: la pareja y la fidelidad.
El guión hacía pensar en una película más sencilla y barata que las habituales, pero Kubrick se negó a viajar en avión y el presupuesto se disparó debido a la reproducción en estudios ingleses de decorados neoyorquinos, la técnica de proyección frontal empleada en “2001”, que permitiría crear la ilusión de ver a Cruise paseando por la Gran Manzana, y problemas del reparto. Kidman y Cruise volaron frecuentemente desde Los Ángeles para repetir, incluir o rehacer, llegando el actor a tener que hacer 95 tomas de la misma secuencia. Jennifer Jason Leigh se negó a tanta repetición y Harvey Keitel abandonó por otro proyecto tras semanas de estar convocado a la espera sin llegar a rodar más que unos metros de película. Fueron sustituidos por Marie Richardson y Sidney Pollack que tuvieron que repetir lo ya rodado por los anteriores. El rodaje se prolongó durante 52 semanas repartidas a lo largo de 15 meses, con un coste que acabó elevándose a 65 millones de dólares.
Los rumores y comentarios que rodearon al rodaje acapararon tanto interés que en el primer fin de semana se recaudaron cerca de 22 millones de dólares, y daría beneficios a pesar del “engaño”, porque el público esperaba sexo, una versión más avanzada de “El último tango en París”. Una vez más tras asistir a una película de Kubrick los espectadores salían de las salas con el desconcierto en el rostro, muchos defraudados e indignados porque la orgía no resultara lo que les habían hecho imaginar, que fuera tan litúrgica , tan poco afrodisíaca, que las dos estrellas protagonistas no llegaran hasta el final para que todos miráramos. A algunos les encantó pero buena parte de la crítica, hablando a menudo en nombre del público, en lugar de reaccionar a la película, reaccionó a la promoción, poniéndola por los suelos como propuesta y como espectáculo. La referencia moderna de los cinéfilos de la época, The New Yorker, llegó a publicar: «Ay, un cadáver» (¡oh, qué pena!), y las acusaciones llegaron a calificar a Kubrick de voyeur brutal.
«O los tienes a tus pies o se te tiran al cuello», pensaba Kubrick de los críticos y cronistas de la cultura en general, de los periodistas del mundo del espectáculo. Era una frase hecha en la II Guerra Mundial para referirse a los alemanes. Despreciaba a los intelectuales pretenciosos que generalmente eran tan polémicos como mal informados, y siempre que podía, procuraba metérselos en el bolsillo. Pero el que ha sido maestro del ajedrez nunca deja de serlo y, como ocurrió en varias de sus películas, el tiempo mejoró las impresiones, la taquilla acabó por superar con creces su coste y empezó a verse “Eyes Wide Shut” como un cuento en el que hay una búsqueda peligrosa, pero al final se levanta una maldición y hay un final feliz. O eso parece, porque al fin y al cabo hablamos de Stanley Kubrick.
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