El centro comercial de Manila, alejado de la Península Ibérica y de las cárceles de la Inquisición, fue muy atractivo para los cristianos nuevos, y un número importante de los mismos llegó a las Filipinas, tanto desde Nueva España (México), como de las posesiones portuguesas en el sudeste de Asia11. De esta manera, entre los primeros procedimientos del comisario de la Inquisición en Manila —además de condenas simples por delitos como “amancebarse con las indias y moras”, “por casado dos veces” y otros parecidos— hallamos el proceso contra el regidor de Manila, Diego Hernández de Vitoria, acusado por una esclava malaya (su cocinera) de haberle dado orden de no ahogar las gallinas sino de degollarlas; de que los viernes cambiaba la ropa de cama y se lavaba, de que no comía carne de puerco —en suma, de judaizante12.
Diego Hernández de Vitoria era natural de Oporto, Portugal; había llegado a Manila desde Malacca, donde era próspero comerciante. Murió en 1597, de enfermedad y de la pena causada por la acusación, aun antes de ser juzgado. Se hicieron esfuerzos por hallar pruebas de que había sido judaizante, para poder desenterrar su cuerpo y confiscar sus bienes. La mayor parte de su gran fortuna pasó a manos del notario y a la comisariato del Santo Oficio de Manila13.
Otro procedimiento del siglo XVI tuvo lugar en 1593 contra los hermanos Jorge y Domingo Rodríguez, cristianos nuevos portugueses residentes en Manila, acusados de judaizantes. Los Rodríguez fueron trasladados a México, donde se los condenó a tormentos y confiscación de bienes, por “haber guardado y creído a la Ley de Moisés, hecho en su observancia los ritos, preceptos y ceremonias y esperado al Mesías prometido en ella”. Además, fueron condenados a usar hábito y a cárcel perpetua14.
En los últimos años del siglo XVI, la Inquisición se concentró en los sospechosos de judaizar. El caso de Manuel Gil de la Guardia, procurador de causas de la Real Audiencia de Manila, causó en 1597 un gran escándalo. Gil, también originario de Portugal, fue acusado de “haber creído en la Ley de Moisés, rezaba los Salmos, guardaba los sábados todas las veces que podía, y fue condenado a salir en el auto de fe con vela, levo hábito, cárcel perpetua y confiscación de bienes”.15
El hecho de que la Inquisición en Manila estuviera sometida a las órdenes del tribunal de México causó mucha dificultad a los inquisidores en Manila, ya que tras buscar, encarcelar y acusar a los reos, debían trasladarlos a México para ser juzgados allí. La distancia, la incomprensión de las condiciones especiales reinantes en las islas, y la falta de libertad para actuar de manera independiente, causaron protestas y una serie de propuestas destinadas a remediar la situación.
Vale la pena cita la carta de Fray Diego de Soria, obispo de Nueva Segovia en Manila, del 30 de junio de 1606:
(...) hay cada día cosas que pertenecen al Santo Tribunal de la fe, y remitirlas a México, y tienen notabilísimos inconvenientes, por estar tan distante y tan lejos el remedio y tardar tanto las respuestas, que acontece acusar alguno de hereje, y dar cuenta al Santo Oficio de México, y cuando viene el mandato haberse muerto o huido y otras cosas a este modo.
El remedio que propuso fue:
(...) formar un tribunal (...) nombrando por inquisidores a los religiosos de las órdenes que hayan sido colegiales, que los tales son limpios de rezos de judíos y moros, y ordinariamente hombres doctos, y puede presidir el arzobispo de Manila, y en su ausencia alguno de los obispos, y con esto se remediarán los daños, y no habrá costos.
En el mismo sentido, el inquisidor don Gutiérrez Bernardo de Quirós escribió el 8 de mayo de 1611 al Consejo General de la Inquisición en México, señalando la dificultad de llevar reos a México:
(...) sólo dos que parecieron los más culpables mandamos traer, porque hallamos por inconveniente grande traerlos a todos, a causa de haber ido por orden y a costa Su Majestad, y ser allá necesarios, y que no le tenía menos ver cuán mal podían aquí hacer los procesos y substanciar las causas, por la gran distancia que había para las diligencias que se hubiesen de hacer y defensas de los reos; demás de que el castigo y demostración que en este caso se suele hacer, sería muy más a propósito donde se cometió el delito para ejemplo de los demás (...).16
Todas estas cartas y otras del mismo tenor no fueron aceptadas por los inquisidores en México. Las informaciones que llegaban desde las Filipinas sobre la vida de libertinaje en la cual participaban miembros de las órdenes religiosas en Manila, los intereses comerciales de los sacerdotes y las pugnas entre los inquisidores y las órdenes religiosas, no crearon en México una actitud de confianza que permitiera conceder a la Inquisición de Manila derechos de actividad soberana.
El paso más adelantado por parte del Consejo en México fue el decreto del 28 de noviembre de 1612, por el cual
(...) que por la distancia que hay, y la dilación que se pude seguir, rebaje la carcelaria a los reos, soltándolos con una caución juratoria después de haberse sustanciado y concluido el proceso.17
El deseo de los inquisidores de Manila de independizarse de México coincidía con el deseo de los comerciantes manileños de excluir a mexicanos y peruanos del comercio entre Manila y las Américas. El volumen del comercio y las ganancias fueron tan impresionantes, que hispanoamericanos viajaban a Manila para hacer directamente sus compras sin el intermediario manileño. Desde Manila, se enviaron peticiones a la Casa Real, solicitando la eliminación de las inversiones mexicanas y peruanas en las Filipinas. En esta pugna tomaron parte también, por ambas partes, sacerdotes y miembros de órdenes religiosas.
El gran mercado para las mercancías filipinas estaba en Perú. De comienzos del siglo XVII poseemos descripciones que hablan del lujo y la extravagancia en Lima y en Potosí. En la calle de los Mercaderes, en Lima, se compraban sedas chinas, porcelanas y joyas asiáticas en grandes cantidades.
En su carta a la corte real, el virrey Monterrey escribe en 1602:
Todos viven en gran lujo. Todos se visten en seda. La ropa de las mujeres es tan rica, que no tiene comparación con otros lugares del mundo.18
El comercio siguió a pesar de todos los intentos de limitarlo y de imponerle gravámenes e impuestos. De Manila a Acapulco y de ahí a Panamá, Guayaquil y Callao. En las memorias de un judío portugués de la época se lee: “Todos comercian, de virrey a arzobispo, comercian en secreto o con socios secretos”.19
En México, tanto el sector civil como el eclesiástico tenían interés en no quedar al margen de ese comercio, también llegaban a México informes acerca de los excesos cometidos por los inquisidores de Manila, cuyo pináculo fue el caso del gobernador de las Islas, don Diego Salcedo.
Salcedo, natural de Bruselas, llegó a Manila en 1663. Una de sus primeras disposiciones fue regular la salida de los galeones hacia Acapulco. Ello le ganó la enemistad de la mayor parte de la población. A su vez, las diferencias que tuvo con la orden dominica predispuso a los frailes en su contra. Y por encima de todo esto, fray Joseph de Paternina y Samaniego, agustino y comisario del Santo Oficio de Manila, ya enemistado con el gobernador por no haber éste nombrado a su sobrino en un alto cargo, supo que Salcedo se había hecho amante de una mujer casada que antes había concedido sus favores a dicho sacerdote.
Paternina irrumpió una noche, con todo el rigor del Santo Oficio, en la casa del gobernador, lo acusó de herejía y dictó contra el auto de prisión en causa de fe20. El gobernador murió camino a México, a causa del cruel castigo infligido por sus captores. En 1671 la Inquisición de México declaró nulo e injusto el proceso al gobernador, restituyó sus bienes a sus herederos, y privó a Paternina de su comisariato.
En su actuación, la Inquisición de Manila tendía también a tomar parte en discordias internas, como los procesos contra expulsados de la orden de San Agustín. Dicha tendencia predominaba en el comisariato, que utilizaba a testigos nativos contra soldados españoles y civiles holandeses, alemanes o ingleses que llegaban a las islas accidentalmente o en tránsito. Esos hechos provocaron la oposición de los gobernadores, las restantes órdenes religiosas y los comerciantes.
La más significativa fue la actitud de los jesuitas, única orden religiosa que se atrevió a oponerse al Santo Oficio. Varias disputas fueron llevadas ante el tribunal de México para su resolución. La Inquisición en Manila se esforzaba en impedir el trabajo de los jesuitas en el interior de las Filipinas, acusándolos de inmoralidad en sus relaciones con la población local. Los miembros de la Compañía de Jesús no podían consentir en que se tocara a ninguno de sus miembros, ni se atentara de modo alguno contra las prerrogativas que a su juicio les correspondían. En ello recibieron el apoyo de la población local.
A todos los asuntos de los que se ocupaba la Inquisición de Manila, debemos agregar la llegada a las islas de conversos moros de Andalucía, quienes, para alejarse de la vigilancia en España, se trasladaban a las Filipinas. Allí se hicieron sospechosos de contactos con elementos musulmanes en las islas del Pacífico y Malaya.
Todos estos factores, muy específicos de las Filipinas, llevaron en 1749 a un nuevo intento de formar en Manila un tribunal independiente del Santo Oficio. Esta vez, don Francisco de Rauzo decidió elevar la petición al Inquisidor General en Madrid, sin pasar por México. Las razones que dio fueron las siguientes:
Por un fin tan de la gloria de Dios y que a vista de tantas naciones idólatras, mahometanas, cismáticas y herejes de todas sectas, que concurren y trafican por Manila, se conserve la fe católica pura ilesa y limpia de toda mancha (...) y siendo el Tribunal de la Santa Inquisición del toque de nuestra Santa Fe, si en algún dominio, reino o provincia de el Rey Católico, nuestro Señor, era necesario este Santo Tribunal, es en las Filipinas.
Son tan diferentes las costumbres de los asiáticos y las correlaciones de los grandes imperios de China, el Japón, el Mogol y otros reinos adyacentes, que los inquisidores de México, si quisieran cuidar de aquellas cristiandades con el acierto debido, debieran consultar a los teólogos que viven en aquellas misiones y de consultas y respuestas en tanta distancia, se originaría la confusión que se lamenta tanto en la gran China.
(...) Para este fin y para hacer cara a la herejía, se necesitaba en Manila la frente irresistible de un tan responsable tribunal.21
Nunca se tomó resolución alguna respecto de esta propuesta, que fue pasada de Madrid a México.
La Inquisición de Mánila no encontró mayor oposición al tratar de perseguir a los judaizantes, y no limitó sus esfuerzos paira lograrlo. Uno de los casos más típicos es el Antonio Díaz de Cáceres, natural de Portugal, capitán de la nave “Nuestra Señora de la Concepción”, que partiera de Acapulco hacia Manila el 29 de diciembre de 1589, cuando la mayoría de su familia fue encarcelada en México por el delito de judaizar (entre ellos su esposa doña Catalina de León y de la Cueva) y él mismo buscado por el tribunal. La historiadora Eva Alejandra Uchmany escribe lo siguiente, bajo el título “Un viaje fantástico”.22
Desde Manila, la nave siguió a Macao. Allí los portugueses encarcelaron a Díaz por ser español y decidieron enviarlo a Goa, India, sede de las autoridades del Santo Oficio portugués. Díaz, consciente de su posición de criptojudío, logró evadirse de su prisión y volver ocultamente a su propio barco, que partía hacia las Filipinas. La nueva tripulación lo descubrió, lo encadenó y lo llevó a Manila, donde fue condenado a muerte por el gobernador. En este caso, la Inquisición de Manila, para debilitar al gobernador, logró su liberación, y en 1592 Díaz ejercía como escribano público del Santo Oficio. Cuando logró recuperar su nave, Díaz viajó a Acapulco, donde después de una serie de aventuras pudo reunirse con su familia. En 1596 su esposa fue de nuevo encarcelada y luego quemada por “relapsa en la creencia de la ley de Moisés”. Antonio Díaz de Cáceres fue obligado a abjurar de la ley de Moisés y a pagar una elevada multa, y fue sometido a tormento. No se le propinaron azotes por “ser hombre de distinción y haber servido al rey”.23
Bajo el título “Judío Errante”, Uchmany nos informa acerca de Ruy Pérez, de 70 años de edad, de origen portugués, denunciado por pertenecer a la nación judía. De los testimonios en su proceso se sabe que él y sus hijos Antonio Rodríguez y Manuel Fernández24 huyeron de Portugal, donde su familia fue quemada por la Inquisición. En Goa fueron denunciados como judaizantes y lograron escapar a Malacca. Descubiertos allí, se embarcaron a Macao, donde “chicos y grandes lo tenían por judío y de casta de judíos”. Ruy Pérez y sus hijos escaparon en un barco japonés a Nagasaki. En Nagasaki “(...) todos los portugueses y aun japoneses lo tenían por judío”. Ruy Pérez y su hijo Manuel Fernández huyeron a Manila. En 1597 fue encarcelado; en el interrogatorio a fray Juan de Maldonado surgió que “Ruy Pérez no comía carne de puerco, mandaba degollar gallinas, no se quitaba la gorra cuando pasaba junto a una cruz”. Fue embarcado hacia México en septiembre de ese mismo año, y murió en alta mar.
En 1646, de la misma manera, el alcalde mayor de Pampanga, Filipinas, don Antonio Váez de Acevedo, fue recluido en prisión por judaizante. La mayor parte de sus bienes fueron embargados por el fisco de la Inquisición.
Además de las actividades mencionadas, la Inquisición de Manila se ocupaba de la censura de libros, prohibiendo varios libros de historia, enciclopedias y hasta textos eclesiásticos escritos por sacerdotes católicos. En el caso de la búsqueda de libros heréticos en casa de un señor Fallet, se encontraron “imágenes lascivas” y se le acusó de poseer un vidrio mágico que le permitía “ver desnudas las mujeres”. El resultado fue la confiscación de sus bienes.25
La toma de Manila por los ingleses el 15 de octubre de 1762 causó un trastorno considerable en la actividad del Santo Oficio en las Filipinas. Cuando el comisario Pedro Luis de la Sierra debió entregar el archivo inquisitorial, prefirió quemarlo. La Inquisición fue posteriormente restablecida en Manila, pero su papel fue mucho menor.
Las Cortes liberales decretaron la abolición de la Inquisición en todo el territorio de la monarquía española en 1810. Restablecida por Fernando VII, fue definitivamente abolida por Real Orden el 9 de marzo de 1820.
La dependencia de las diversas jerarquías en las Filipinas respecto de México llegó a su fin con la liberación de América Latina del dominio español. Esa liberación privó a las islas de su centro, y facilitó la ocupación norteamericana de las mismas.
En cuanto a las colonias portuguesas ligadas directamente a Lisboa —Goa, Timor, Macao— las mismas continuaron bajo el dominio portugués hasta mediados del siglo XX.
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