Apenas instaladas las colonias españolas en América, sus conquistadores y gobernantes iniciaron la búsqueda de nuevas fuentes de riqueza y de nuevas tierras de conquista. El 25 de septiembre de 1513, Vasco Núñez de Balboa, alcalde de Santa María la Antigua de Darién (ciudad en la actual Panamá, que desaparecería luego en el seno de la selva tropical), descubrió el Océano Pacífico, al que llamó Mar del Sur, tras una difícil marcha de cuatro días, guiándose por la información brindada por indios locales. Balboa entró en el agua hasta la cintura, sacó su estoque y tomó posesión del mar en nombre de la Corona de Castilla y de su rey Carlos V, bautizándolo como golfo San Miguel. Este descubrimiento, en el que muchos vieron la promesa de acceder a nuevas regiones desconocidas, le valió a Balboa el título de Adelantado del Mar del Sur.
La famosa expedición de Hernando de Magallanes, que partiera de Sevilla el 10 de agosto de 1519, entró en el Mar del Sur el 27 de noviembre de 1520. A fines de marzo de 1521, Magallanes llegó a la isla de Cebú, en las Filipinas, y, tomando posesión de ella en nombre de Carlos V, plantó la primera cruz y celebró la primera misa en territorio filipino. Magallanes decidió bautizar a los nativos de Cebú. Esta decisión apresurada llevó a una rebelión de los cebuanos y al asesinato del propio Magallanes1.
La historia de la conquista española de las Filipinas cuenta con otros tres viajes que terminaron en desastre: el de Juan García Jofré de Loyasa, que siguió el camino de Magallanes; el de su subalterno Del Cano; y el de Alvaro de Saavedra, que partió de México por orden de Hernán Cortés. Las tres expediciones se proponían conquistar las islas Molucas (hoy parte de Indonesia), cuyas especias atrajeron el interés comercial de los españoles.
Dicho interés produjo un enfrentamiento con los portugueses. Resultado de dicho enfrentamiento fue el Tratado de Zaragoza en 1529, por el cual los territorios adjudicados a los portugueses incluyeron también a las Molucas. Como consecuencia, España concentró sus esfuerzos en las Filipinas.
A Pedro de Alvarado, Adelantado de Guatemala, le fue encomendada la organización de una nueva expedición a las islas. El comandante de la misma, general Ruy López de Villalobos, salió de México en 1542 en dirección a las “islas del oeste”, bautizadas Filipinas en honor del infante Felipe, quien fuera más tarde del rey Felipe II. La expedición fracasó como sus predecesoras, debido a motines entre la tripulación, dificultades en la travesía y encuentros bélicos con los portugueses, que ya se hallaban en la isla de Mindenao, al sur de las Filipinas.
Se puede considerar que la verdadera conquista española de las Filipinas comienza con la salida de cinco barcos y 400 hombres desde Natividad, en México, en noviembre de 1564, bajo el mando de Miguel López de Legazpi. Legazpi llegó a Cebú el 27 de abril de 1565, y fundó un asentamiento como base de las operaciones españolas. El mismo fue trasladado, seis años después, a la bahía hoy llamada de Manila.
De estos datos podemos concluir que, al contrario de los portugueses, que trataban de manejar sus intereses en Asia oriental desde Europa, el lazo español con Asia se estableció desde las Américas.
El mismo fenómeno se observa en el terreno comercial. Manila volvió a ser el centro del comercio entre las Américas y Japón, China, Camboya, Malaya e India. Macao y Goa, que se hallaban bajo dominio portugués, comerciaban también con Europa.
Desde el comienzo, las Filipinas se relacionaron con la costa americana del Pacífico: Guatemala, Panamá, Ecuador, Perú, y principalmente con México y su puerto de Acapulco. México era considerada la ruta más cómoda entre España y los centros del interés español en el llamado “Lejano Oriente”. Los barcos españoles llegaban a Vera Cruz, en la costa atlántica de México; las mercancías eran trasladadas por tierra hasta los puertos del Pacífico, y de allí por mar hasta el Asia.
Como consecuencia, las islas Filipinas quedaron como dependencia de las autoridades coloniales españolas en México. Del mismo modo, las órdenes religiosas de las Filipinas estaban sometidas a los provinciales residentes en México.
El dominio mexicano sobre las Filipinas se concretó en 1559 con el nombramiento del padre Fray Andrés de Urdanetta, de la orden de San Agustín, para que tomara posesión tanto política como religiosa de las islas del Mar del Sur (Pacífico).
Este dominio del virrey y de los jefes provinciales de las órdenes religiosas en México no tomaba en cuenta los problemas especiales de las Filipinas. Los decretos legales, tanto civiles como religiosos, se manejaban con las condiciones vigentes en México y demás territorios americanos, y consideraban a las islas del Pacífico como una extensión de América. Los indios americanos eran paganos, y poseían culturas e imperios propios. Una vez dominados por medio de la fuerza militar, y exterminados los reyes y caciques locales, se imponía el orden político y religioso del colonialismo español.
En Filipinas los problemas eran distintos. En primer lugar, los españoles se encontraron allí con musulmanes, que poseían ya bases en diversas zonas del Asia y en la región sur de las Filipinas. La llegada a Manila de numerosos comerciantes asiáticos, en gran parte chinos budistas, portadores de culturas, religiones y filosofías distintas, crearon problemas y llevaron a enfrentamientos totalmente diferentes a los que teman lugar en América. Los comerciantes y religiosos españoles de Manila viajaban al oriente asiático y mantenían contactos en los que debían medirse con culturas milenarias fuertes y dominantes.
Conviene también señalar que, en los siglos XVI y XVII, el comercio internacional estaba casi monopolizado por conversos judíos al cristianismo2. Estos, llamados “cristanos-novos”, “homens da nafáo” o “homens de negocios”, fueron en su mayoría conversos portugueses. Su papel se volvió significativo cuando Felipe II de España asumió en 1580 la corona de Portugal. Muchos de esos “nuevos cristianos”, para alejarse de la persecución de la Inquisición ibérica tanto como por sus actividades comerciales, prefirieron establecerse en puertos españoles y portugueses que estuviesen lo más lejos posible de las metrópolis ibéricas. De esta manera, podían continuar con sus costumbres judías, lejos de los tribunales del Santo Oficio, y al mismo tiempo desarrollar sus actividades comerciales, las cuales eran también del interés de las autoridades civiles.
En las colonias españolas de América, cabía a los obispos la función de procesar y castigar a los acusados de herejía, hasta tanto se establecía un tribunal de la Inquisición. En Manila, fundada por Legaspi en 1571, la administración espiritual estuvo en manos de la orden de San Agustín. Los miembros de esta orden se abstenían de iniciar procesos de fe, a pesar de que la Real Cédula firmada por Felipe II en Madrid en agosto de 1570 les concedía el derecho de jurisdicción episcopal en las Filipinas3. Las autoridades eclesiásticas no Be apresuraron a nombrar un comisario de las Inquisición en Manila. Es de notar que cuando el obispo Fray Domingo de Salazar pasó por México en 1581 camino a Manila, no se tomó en cuenta la situación de la guardia de la fe en las Filipinas, denominadas “aquella tierra nueva y tan poco poblada de españoles”.4 Tampoco interesaba a los españoles de Manila —parte de ellos cristianos nuevos— atraer la atención de las autoridades en México y España, civiles y religiosas, sobre lo que ocurría en la ciudad, por temor que ello influyera sobre el comercio iniciado en ese período y del cual Manila era el centro.
La vida de Manila se centraba en la llegada y partida de los barcos y galeones. No se hacía mayor esfuerzo por trabajar duro. Los manileños servían de intermediarios entre los galeones que llegaban del oriente asiático y los que partían hacia Acapulco en México. No se hicieron plantaciones, no se desarrolló la agricultura ni la ganadería, ni tampoco la industria. El comercio constituyó la principal y única ocupación5.
El estudio sobre la Inquisición en Manila depende de escasos documentos. Al ocupar los ingleses la ciudad del 15 de octubre de 1762, el comisario de la Inquisición, temiendo que sus archivos fueran embargados y él mismo encarcelado, incendió los archivos, que fueron destruidos en su totalidad6.
Por ende, para esta investigación debimos basarnos en gran parte en los trabaos sobre la Inquisición en Manila realizados por el ilustre investigador chileno José Toribio Medina, quien utilizó la sección titulada “Inquisición de México” en el archivo de Simancas. Estoy totalmente de acuerdo con el historiador José López del Castillo y Kabangis, quien escribió:
Gracias a Medina y a su investigación en el archivo de Simancas, en España sabemos (...) si un trabajo como el de Medina hubiese sido publicado hacia 1810 cuando fue abolido el Santo Oficio (...) tal vez jamás fueron publicados. Sólo al terminar el siglo XIX, las Filipinas, gracias a los esfuerzos (de Medina) (...) tuvieron la oportunidad de aprender algo de los secretos y procedimientos de la Inquisición en el país, a comienzos del siglo XVII. ¡Tres siglos de oscuridad histórica! Cuán enorme conspiración de silencio7.
El primer comisario del Santo Oficio de la Inquisición en Manila fue el agustino Fray Francisco Manrique, quien fuera nombrado sólo después de que llegaran a México informes acerca de que los procedimientos realizados por el obispo Fray Domingo de Salazar, atentaban contra la autoridad de ese tribunal. Por las crónicas de la orden de San Agustín, sabemos que Manrique llegó a las islas por el año 15758.
Con este nombramiento, se limitaron los poderes del obispo, a quien se le ordenó que no se entrometiera en aquellos negocios cuyo conocimiento competía exclusivamente al Santo Oficio. Los derechos y objetivos del Santo Oficio en Manila fueron debidamente especificados en la carta emitida por el rey Felipe II en Barcelona, el 25 de mayo de 1585, en la cual leemos:
(...) la Sede Apostólica proveyó y puso el oficio de la Santa Inquisición contra la herética, gravedad y apostasía de estos reinos y señoríos.
Los inquisidores apostólicos que han sido y son allí presentes han entendido y entienden con toda diligencia y rectitud en extirpar las herejías y reducir al gremio de la Sancta Madre iglesia, a las personas que han confesado y confiesan sus delitos y en pugnir y castigar, conforme a derecho, a los herejes pertinaces y negativos (...)
(...) os encargamos y mandamos que no os entrometáis en tratar de los dichos negocios tocantes al Santo Oficio, por vos, ni por otras personas, y si habéis nombrado oficiales con título de Inquisición, los remováis y quitéis (…).9
Además de delimitar los derechos y funciones entre los diversos focos de poder en la colonia, la Inquisición filipina fue establecida contra el peligro y el espionaje de holandeses e ingleses, que hacían peligrar el dominio español en las islas y eran también portadores de herejía.
El historiador Abraham Newman, que investigó en profundidad la vida judía en España, considera que la más intensa y lucrativa de las luchas en defensa de la fe fue la librada contra los nuevos cristianos judaizantes, identificados en general como “portugueses”. Una de las razones era que, una vez castigada una persona y confiscados sus bienes, parte de éstos pasaban en muchos casos a beneficiar a los inquisidores.10
Comentarios