Va el apóstol del Amor
por una selva de Italia:
el amor que por Jesús
siente, no cabe es su alma,
y se esparce por las flores,
pinos y robles abraza.
Es serafín desterrado,
sufre divina nostalgia.
Juguetones pajarillos,
siempre alegres lo acompañan.
Al bendecirlos Francisco
junto a un roble se apoyaba.
Los que juegan por los valles
saltaban de rama en rama;
los que al cielo se remontan
suspensos su vuelo paran.
Unos pósanse en la yerba,
los otros sobre las matas.
¡Los más queridos de todos
en sus rodillas y espaldas!
Tiene uno cada retoño,
cada árbol una bandada.
«Hermanitos voladores,
el Creador cuánto os ama!...
Sin sembrar ni recoger,
vuestra sed y hambre aplaca
en la humilde hierbecilla,
de la fuente en gotas de agua,
si en el cáliz de la flor
no la bebéis irisada:
como no hiláis ni coséis,
Dios os viste y Dios os calza,
y el calzado y el vestido
vale más que de oro y plata.
Por lecho un brote os concede;
por tejadillo, una rama;
frondas secretas, por nido;
el cielo y tierra, por jaula.
¡Pajarillos, mis hermanos,
el Creador cuánto os ama!...
Amadle vosotras bien,
que amor con amor se paga:
cantadle al dormir el sol,
cantadle a la luz del alba,
de amor la dulce canción
que el hombre tiene olvidada.»
Predicando así a las aves
San Francisco se extasiaba.
Por hacerle reverencia
ellas sus piquitos bajan:
el jilguero, estira el cuello;
la perdiz, extiende el ala,
los ojos lanzando al sol
abre el pecho la calandria,
revolotea el pardillo,
saltarina cogujada
hace bajar y subir
su capucha franciscana.
Comentarios