¿Qué es el poder? ¿Existe algo exento de su lógica? Y si el poder ni se crea ni se destruye, sino que tan solo se transforma, y lo hace a través de la lógica de los discursos, ¿cómo escoger? ¿Están los discursos como stocks en el supermercado de las ideologías, para que escojamos aquel en el que más empoderados nos sintamos? Espiritualidades embotelladas de fin de semana, técnicas corporales, macrobióticas, prácticas sexuales, movimientos sociales mainstream, producción masiva e industrial de identidades absolutamente únicas, sustitución de los viejos sistemas académicos de acreditación por la creación de marcas personales, la autocomprensión como experimento, el juego como nueva forma de aceleración de la productividad, el bricolaje del yo…
Pero, ¿cómo apelar a algo así como a un “criterio de elección”, una vez nos decidimos firmemente por la eliminación, no ya del viejo Dios (eliminado hace tiempo por los martillazos de Nietzsche), sino de la idea de sujeto misma? ¿No pasan a ser las viejas nociones de realidad, verdad, justicia, producciones del discurso, detrás del cual siempre está el poder? ¿No implica esto beberse el mar hasta la última gota? ¿Desencadenar la tierra del sol? ¿Caer continuamente, hacia delante, hacia atrás, hacia todos los lados? ¿No olemos nada aún de la putrefacción humana?
También lo humano se descompone como viento de la historia. ¡El ser humano ha muerto! ¡El ser humano ha muerto! ¡Nosotros lo hemos matado!
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