Cuaresma: Oración, ayuno y limosna

Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc…

Queridos hermanos y hermanas:
El arrepentimiento es el acto por el cual el hombre manifiesta sinceridad ante los ojos de Dios, el hombre, en efecto, ha sacado desde el fondo de sus entrañas su profunda consternación sobre las ofensas que ha proferido en contra de Dios. El hombre tiene el deseo de cambio y este proceso puede ser paulatinamente o rápidamente, tanto cuanto el hombre se disponga a entregar su corazón a Dios, cuanto quiera hablarle sinceramente, cuanto quiera cambiar su vida conforme al Sagrado Evangelio. Dependerá, efectivamente de la voluntad del hombre, para que ésta se adhiera a La Voluntad Divina.

¿Qué a caso Dios no quiere la conversión inmediata de Su hijo? ¿Qué Dios no quiere que el hombre deje definitivamente su condena? ¿Qué Dios no quiere que el hombre lo deje de seguir ofendiendo? ¿Qué Dios no quiere que el hombre sea un hombre nuevo que invite a otros hermanos suyos a vivir en santidad? Dios, queridos hermanos y hermanas, quiere que el hombre sea santo porque El Padre y El Hijo, es decir, Dios Mismo lo ha pedido: «Sean santos como Yo Soy Santo; Sean perfectos como El Padre del Cielo lo Es.»

Para que el hombre logre su arrepentimiento, necesita de la conversión, y para ello de la penitencia. Pero ¿Qué ocurre con el hombre que no asoma si quiera de cuando en cuando a la vida religiosa? ¿Con aquél que solo vive en el mundo y no tiene idea de la vida espiritual? Éste es el hermano que necesita de nosotros. Para que éste se convierta, en efecto, la comunidad parroquial: todos los fieles practicantes y las familias religiosas, alzan sus voces en oración y ayuno, para la conversión de aquellos pecadores, sobre todo de los más empedernidos, aunque ello nos debilite corporalmente porque es un sacrificio, pues, así nos pide El Señor: Ámense los unos a los otros como Yo los he amado, y añade: Nadie tiene más amor que aquél que da la vida por sus hermanos. Partiendo de este amor revelado, el hombre de vida religiosa se dispone a obedecer lo que Dios pide, porque en gran medida dependerá de nosotros para que quienes van perdidos logren su conversión.

Conversión, efectivamente, es convertir nuestro corazón impuro al Corazón Purísimo de Dios, es decir, purificar nuestro corazón con nuestras santas acciones para que logre asemejarse al Corazón de Dios. ¿Cómo lograrlo? Imitando a Cristo, siguiendo Su Santo Evangelio, lo que Dios Mismo en La Persona de Cristo nos ha revelado para lograr la santidad, un corazón nuevo que cada vez se vaya asemejando más al Corazón de Dios, pues, en La Primera Lectura, Joel nos dice: «Rasgad los corazones y no las vestiduras; convertíos al Señor, Dios vuestro» Ya que necesitamos más que actos exteriores el arrepentimiento y de vida religiosa. Es el corazón lo que mueve al hombre, y es el corazón el que Dios examina.

Si el hombre, en efecto, tiene algún sentimiento, solo el hombre y Dios pueden saber el tipo de sentimiento que brota del corazón del hombre; el hombre por sentirlo y Dios porque Es conocedor de todo por Su ominisciencia; pero lo único que puede saber Dios y que no lo sabe el hombre es la intensidad de aquél sentimiento: bueno o malo; aquella intensidad Dios sabe medirla y saber si aquella intensidad es mínima, regular o máxima; y así quede registrada nuestra intensidad a una apatía de oración, oración monótona u oración intensa – de corazón –; así como en el sentido anverso: pecado venial, capital o mortal, que si bien ha sido revelado por Dios y enseñado por Su Iglesia, la falta cometida necesita una reparación por la ofensa cometida a Dios.

Es cierto, hemos tenido una penitencia de oraciones u otros que el sacerdote nos da en La Confesión Sacramental, pero estas sirven para pedir perdón a Dios, así como el padre castiga al hijo con alguna amonestación ejemplar, pero la ofensa por desobediencia al padre sigue de manifiesto. Toca ahora pues, que el hijo repare su falta y que se gane el corazón del padre, que aún con el castigo ejemplar impuesto al hijo, el padre siente desagrado en el corazón, pero el hijo con acto de arrepentimiento y tareas en el hogar, propias de buen hijo, el padre lo mira con agrado y le diga: ¡Ven hijo, pasa a la mesa con la familia y pasemos un buen rato, tu actitud ha alegrado mi corazón! – Hay reconciliación plena. Esta es la actitud que debe mostrar el cristiano, que además de confesar sus faltas, se proponga a un cambio de actitud en las faltas que comete, para que Dios mirando con agrado, lo limpie totalmente.

Por ello se nos invita a una vida de penitencia constante, pues, en todo momento producto de nuestras imperfecciones e inclinaciones al mal, estamos cometiendo continuamente pecados, que aunque fueran veniales, muchos de ellos juntos hacen una alma cada vez más sucia. Y para limpiar el alma del hombre, buena es la Confesión semanal, quincenal o mensual, dependiendo el estado del alma.

Adicionalmente a ello, las reparaciones de nuestros delitos pasados, tienen como auxilio Las Indulgencias que nuestra Santa Madre Iglesia, tesorera de los bienes de salvación, tiene para ofrecer a todos los fieles. Las indulgencias parciales ayudan a que cada una que se haga pueda multiplicarse según la intensidad con las que se hagan, y van limpiando «algunas» de las ofensas pasadas. Y las indulgencias plenarias ayudan a limpiar por completo «todas» las faltas pasadas. Si ya hice las indulgencias plenarias ¿para qué hacer luego las indulgencias parciales? Respondemos: para ir borrando las ofensas posteriores a las indulgencias plenarias, pues, continuamente estamos ofendiendo: cayendo en pecado. Para lograr la ansiada indulgencia plenaria, se necesita: Arrepentimiento verdadero, con dolor profundo de corazón, Confesión Sacramental, tomar La Santa Comunión y hacer cualquiera de los actos como el rezo del Santo Rosario frente al Santísimo Sacramento, que además libra un alma bendita del purgatorio, el acto de mayor misericordia que nos exhorta a hacer nuestra Santa Madre Iglesia.

Recordemos que en el purgatorio pueden estar algunos de nuestros familiares, rogando salir de tan tenebroso lugar, que según Faustina Kowalska decía que el parecido del purgatorio con el infierno era muy similar y que lo único que lo distinguía para el alma que estaba en el purgatorio, es que esta alma tenía el alivio que podía salir de ahí, algo que no ocurre en el infierno, pero la intensidad era muy similar. Tengamos pues, entrañas de misericordia para nuestros familiares: padres, hijos, hermanos, nietos, sobrinos, abuelo, amigos y enemigos, debemos sentir compasión de todos ellos, ya que no sabiendo en qué estado estará nuestra alma el día que dejemos este mundo, podremos ganar ese mismo purgatorio del que no quisimos sacar a muchos que lo necesitaban.

Buena es también la enseñanza a nuestros familiares, sobre todo a los hijos, acerca de la vida penitente, ya que ellos serán los que nos auxilien cuando dejemos este mundo. Muchos que ya dejaron este mundo, están atormentados en el purgatorio y yertos de dolor diciendo: Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa, solo por mí estoy aquí, por mis pecados y el error de no haber enseñado a mis hijos la oración y mortificación constante. Ahora que veo este lugar doy cuenta de mi negligencia. Yo miserable pecador. Ahora quisiera hablarles a mis hijos para que me ayuden, pero es muy tarde ya.

Recemos el salmo de hoy que no necesita mayor explicación, solo decir que es el rey David que arrepentido de arrebatarle la esposa Betsabé a su general Urías el hitita, con corazón arrepentido pide a Dios Su clemencia:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa; / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra Ti, contra Ti sólo pequé, / cometí la maldad que aborreces.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso. / Señor, me abrirás los labios, / y mi boca proclamará tu alabanza.

Al que no había pecado Dios lo hizo expiación por nuestro pecado, para que nosotros, unidos a Él, recibamos la justificación de Dios. Dice San Pablo en La Segunda Lectura, en donde nos manifiesta que Dios nos da a Jesucristo Su Hijo como reparación de nuestros pecados. Jesucristo, en efecto, no había pecado, pero alguien tenía que reparar todas las ofensas abominables cometidas a Dios, específicamente al Padre, y en la talla del Padre, es decir, en la misma dignidad del Padre, en Su Divinidad, solo Dios Hijo podía realizar esta obra, para que como dice el Apóstol: unidos a Él recibamos la justificación de Dios, sabiendo, pues, que esa Unidad con Dios sólo se logra en La Eucaristía.

Y añade: «En tiempo favorable te escuché… ahora es tiempo favorable, ahora es día de salvación.» Dice El Señor. Hoy comienza la cuaresma, es día en que el hombre encuentre su salvación y logre la intimidad continua con Dios. El hombre, en efecto, está invitado a doblar las rodillas y el espinazo y sollozo vaya al encuentro con El Padre por medio del Hijo y Dios convierta al hombre viejo en un hombre nuevo: Un camino de conversión. El hombre pisa firme, porque va a comenzar una vida verdadera, un camino pedregoso y llano; en cuanto pedregoso por las insidias del demonio, y en cuanto a que es llano por las caricias de Dios que quiere que Sus hijos logren su salvación.

Tres son, hermanos, los resortes que hacen que la fe se mantenga firme, la devoción sea constante, y la virtud permanente. Estos tres resortes son: la oración, el ayuno y la misericordia. Porque la oración llama, el ayuno intercede, la misericordia recibe. Oración, misericordia y ayuno constituyen una sola y única cosa, y se vitalizan recíprocamente. San Pedro Crisólogo.

‘Si ya lo has pensado, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día, ahora mismo, dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso’. San Agustín.

La conversión no tiene lugar nunca una vez para siempre, sino que es un proceso, un camino interior de toda nuestra vida. B XVI.

CIC 2697 La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (San Gregorio Nacianceno, Oratio 27 [teológica 1], 4). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.

Oración, ayuno y limosna sin hipocresías, sin alarde porque sería vanagloria, ya que hacer cualquiera de estas obras de caridad solo por ser reconocido por la gente, tiene la paga de la gente: la admiración y la fama que ellos puedan hacer de ti, con ello, tú ganaste soberbia, porque te enalteces de lo que dicen bien de ti; más en cambio, el humilde no lo proclama, sino, que con cabeza agacha o escondido hace sus obras de caridad, sin que nadie lo sepa, solo Dios con Su omnisciencia ve en lo escondido, ve el corazón del hombre, ve a su hijo que con humildad ayuda con el precepto de amar a su hermano como Dios nos ha amado.

Así, pues, querido hermano y hermana, nos es tan necesario practicar la humildad en la caridad, porque un corazón arrepentido y humillado no lo desprecia el Señor, reza el salmo 50. Así imitamos a Cristo en la humildad, que no fue pregonando por ahí lo que hacía y Quien Era realmente, solo le decía en secreto a Sus discípulos, y es más, les pedía que no se lo dijeran a nadie. Esa es la actitud del Divino Maestro, es la actitud de un Dios que no se llena de soberbia, que se ha abajado a la condición de ser humano, y en esa humildad nos ha enseñado la revelación que El Padre le ha encomendado.

La oración. Ayuda a comunicarnos con Dios, donde:
1. Le damos gracias: Por todo lo que tenemos y lo que no tenemos, porque con esto último nos enseña a sobrellevar las adversidades, hasta en esto damos gracias a Dios.
2. Le pedimos por otros: Por los más necesitados de la misericordia de Dios: Quienes mueren y se van a ir al infierno, y que solo Dios sabe. Por los pobres dentro de los más pobres y por los pecadores más empedernidos.
3. Por nuestras necesidades e intenciones, si es para el bien de nuestras almas y mayor gloria de Dios.
4. Para alabar, bendecir y glorificar a Dios: El romance del hijo con El Padre, con El Redentor y con El Consolador (ES). Dios Trinitario.
5. Para adorarlo: Como solo Dios se merece.


El ayuno. Para ejercitarnos en la fortaleza y la templanza contra las seducciones del mundo, para que a imitación de Cristo logremos vencer al demonio. Nos asegura el dominio de nuestras pasiones, apetencias desordenadas y las tendencias de la carne. Recordamos a los pobres y nos hacemos solidarios de su pobreza. Así es que si viniesen tiempos difíciles estaremos acostumbrados a vivir en pobreza, no desalentarnos y cuando venga alguna tentación a cambio de salir de la pobreza, con la templanza y fortaleza ganada por el ejercicio del ayuno, no caeremos en la tentación. Estaremos anclados más fijamente en Dios.

La limosna. Compartiendo solidariamente y de buen grado con los más pobres, no de lo que nos sobra, no aquellas monedillas que no afectan, por el contrario, tienen que ser los billetes o monedas de mayor denominación: Ahí está el esfuerzo, debe ser hasta que duela, como decía La Beatísima Madre Teresa de Calcuta, con un acto de amor hecho de corazón, un compartir que nos mueve a renunciar a parte de nuestros bienes y al sacrificio: la donación de uno mismo por amor a nuestros hermanos. Todo viene de Dios como don. A imitación de Cristo que se donó por nuestra Salvación: Contemplemos al Crucificado y sabremos el verdadero concepto de donación.

Que Dios nos bendiga queridos hermanos y hermanas, y que fructifique sobreabundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.

Los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar:
El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre,
tiene vida eterna, y Yo lo resucitaré el último día.
Dice el Señor (Jn. 6,54)

En el nombre del Padre, etc…