Aunque toda la novela se lee con verdadero goce, en mi opinión lo mejor de ella es la segunda parte, dedicada a las vivencias del protagonista en Rusia, alistado en la División Azul. Se trata de un relato clásico de aventuras bélicas, con mucho realismo y con una evocación del paisaje muy bien conseguida, lo que por otra parte es uno de los ingredientes más sabrosos de este tipo de literatura. (No vean lo que he disfrutado, mientras me acariciaba la brisa vespertina de la playa, siguiendo a Alberto, a Paco, a Contreras y a Crates por los bosques nevados de Rusia.)
Por si fuera poco, el autor ha logrado algo que no todos los relatos similares saben hacer, a pesar de que es esencial: los diálogos filosóficos de los protagonistas son, en contra de lo que se pudiera pensar, otro ingrediente absolutamente clave de cualquier relato de aventuras. Lo que realmente hace que una peripecia cualquiera sea una aventura, es que los personajes nos lo hagan sentir como tal, y a tal efecto, que reflexionen al hilo de lo que les pasa. A veces, en algunas obras, esto resta verosimilitud a la acción, pero su carencia la convierte en algo romo, como esas películas de Hollywood que, aunque a veces partan de un buen guión, acaban degenerando en la mera descripción alimenticia de una persecución trufada de tiros, explosiones y destrozos varios. Moa ha logrado, creo yo, una de las cosas más difíciles: hacernos pensar y entretenernos. Y desde luego, con un buen «guión».
Por supuesto, no voy a revelar el final de la novela, pero sí diré que, casi desde el principio, lo barrunté, aunque no en los detalles, claro. Tras la magistral segunda parte de los episodios en Rusia, hay algún momento en que la tercera y última parte, sin perder interés, parece correr el riesgo de convertirse en una especie de epílogo desmesuradamente largo, quizás por el contraste entre la épica de los combates en Rusia y las escaramuzas de espionaje menos sensacionales en el Madrid neutral durante la Segunda Guerra Mundial (atmósfera que por otra parte no carece de atractivo «romántico»). Pero pronto cobra la narración un nuevo impulso, resuelto en el no totalmente inesperado (al menos para mí) desenlace, el cual permite redondear una novela que seguramente volveré a leer, cosa que con muy pocas de esta extensión he hecho.
Por último, no puedo evitar expresar un temor, y es que la saludable incorrección política de esta novela dificulte su difusión. Aunque suene a tópico, en este caso el carácter totalmente a contracorriente de toda la obra de Moa es patente, y si en otros casos se alaba lo que suelen ser topicazos y vulgaridades infumables como supuestamente «transgresores», aquí no hay duda de que el autor va en serio en su independencia de criterio. Y esto no le será perdonado. Necesitamos muchos Píos Moa, no para estar necesariamente de acuerdo con todas sus opiniones (aunque yo no disimulo que lo estoy en grado muy alto) sino para restablecer de una puñetera vez la dignidad del pensamiento en estos tiempos de cobardía y molicie, contra los cuales Sonaron gritos y golpes a la puerta es un vibrante y bello alegato. Leedlo sin prejuicios; sólo podrá haceros bien, penséis como penséis.
https://gaceta.es/opinion/carta-abierta-al-doctor-nostalgia-de-lo-que-no-fue-20190423-1047/
en la foto la ira de companys...
Comentarios