Has elegido rechazar las cookies basadas en consentimiento que utilizamos principalmente para gestionar la publicidad. En adelante, para acceder a nuestra web tienes que elegir alguna de las siguientes opciones.
Premium
3,99 €/mes o 39,90 €/año
Sin publicidad y mucho más
Plus
Por 9,99 €/mes
Contenido exclusivo y sin publicidad
Si has cambiado de idea, puedes aceptar las cookies y continuar usando iVoox de forma gratuita.
Con tu consentimiento, nosotros y nuestros 813 socios usamos cookies o tecnologías similares para almacenar, acceder y procesar datos personales, como tus visitas a esta página web, las direcciones IP y los identificadores de cookies. Algunos socios no te piden consentimiento para procesar tus datos y se amparan en su legítimo interés comercial. Puedes retirar tu consentimiento u oponerte al procesamiento de datos según el interés legítimo en cualquier momento haciendo clic en ''Obtener más información'' o en la política de privacidad de esta página web.
Nosotros y nuestros socios hacemos el siguiente tratamiento de datos:
Almacenamiento y acceso a información de geolocalización con propósitos de publicidad dirigida, Almacenamiento y acceso a información de geolocalización para realizar estudios de mercado, Almacenar la información en un dispositivo y/o acceder a ella , Datos de localización geográfica precisa e identificación mediante análisis de dispositivos , Publicidad y contenido personalizados, medición de publicidad y contenido, investigación de audiencia y desarrollo de servicios , Uso de cookies técnicas o de preferencias.
Comentarios
Ya se ha arreglado el audio, y está completo. Disculpad.
Gracias, Devenir. Desde luego, es impresionante.
¡fenomenal! mi aportación: en mitad de la noche En mitad de la noche me desperté. Y había mucha luz en la casa. Oí, por el pasillo, ir y venir de pasos apresurados, voces tristes que lamentaban no sé qué, y, a lo lejos, como un lento murmullo —diríase— de oraciones entre llanto y gemidos susurradas. Sin duda, algo extraño ocurría. Asustado, confuso, llamé con insistencia a mi madre, mas nadie acudió de momento. Porfié, y al fin vino a mi cuarto, afligida, la sirvienta, y después de acariciarme un poco y abrazarme, la pobre, me dijo como pudo que mi padre había muerto, que había muerto hacía un rato, de repente. Contaba siete años yo entonces y tenía mi padre, cuando murió, la misma edad que tengo ahora. Casi cuarenta años han pasado y aún respiro aquella angustia. Mientras mi mano intenta escribir estos versos, voy viviendo de nuevo los momentos terribles de esa noche remota. Mi madre está sentada en un sillón, llorando con total desconsuelo junto al lecho en que yace el cuerpo de mi padre. Yo me acerco y la beso; le digo que no llore, que no llore. Su llanto, en verdad, me conmueve más aún que el cadáver —tan irreal, tan solo en su quietud— del hombre que hasta ayer mismo era el centro de esta casa y jugaba conmigo, con mi hermana y mi hermano. La muerte transfigura, traza súbitamente un enigma en su presa, y no reconocía apenas a mi padre en aquellos despojos misteriosos, herméticos. Entonces no lo supe. Pero hoy sé que esas horas en que tomé conciencia del tiempo y de la muerte arrasaron mi infancia: dejé allí de ser niño. La casa fue llenándose poco a poco de gente. Familiares y amigos daban con su presencia lugar a repetidas escenas de dolor. La noche no avanzaba. Parecía que nunca iba a llegar la aurora. (De La vida, 1996) me ha impresionado.
¡Qué lástima! ¡se corta!