La siguiente historia está basada en las memorias que el caballero inglés, John Alexander Wood, dejó escritas durante el invierno de 1910. Dichas memorias fueron halladas junto al cadáver del joven, ese mismo año. Las extrañas circunstancias de su muerte, siguen siendo un misterio.
La felicidad que me embarga al contemplar mi nuevo hogar, es indescriptible. Se trata de un viejo caserón, de estilo victoriano, enorme. La casa está situada en el medio del bosque, en el lugar de Blacktree, a unas 6 millas de Greenfern, la villa más cercana. El hecho de estar lejos de la civilización y del mundanal ruido, es precisamente lo que necesito para poder escribir mi nueva novela.
En estos momentos me dispongo a bajar del carruaje que me ha traído hasta aquí, los bultos con mi equipaje. Cada semana, recibiré su visita para abastecerme de víveres y para recibir o enviar correspondencia.
La casa me encanta. Es confortable y su situación, inmejorable. A pesar de ello, albergo en mi interior una sensación extraña, difícil de explicar con palabras. Es algo desasosegador que procede creo que de mi inconsciente.
Bajo al sótano. Encuentro un montón de trastos quien sabe si del dueño o del anterior inquilino. Justo cuando me dispongo a subir las escaleras, escucho un ruido extraño que me llama la atención. Prácticamente inaudible, pero muy característico. Como de alguien, arañando la madera. Es difícil localizarlo. Indago y descubro que procede de la pared. De dentro de la pared de madera. Quizás sea la carcoma.
Llevo ya 3 semanas aquí y la verdad es que no me va nada mal. Escribo una media de 6 horas al día y tengo ya unas 50 páginas de mi nueva novela. Aunque me encanta la soledad, me he acercado en un par de ocasiones a Greenfern para socializar un poco. Estar tanto tiempo aislado, tampoco es bueno. En el pueblo, un lugareño me ha contado fantásticas historias de fantasmas acerca de Blacktree, el lugar donde vivo. Quizás lo hizo para intentar amedrentarme y reírse un poco a mi cuenta, pero no me considero persona aprensiva y no le hice el menor caso. El hombre, no obstante, hablaba con gran convencimiento, así que de estar mintiendo, desde luego era un excelente actor.
Se cumplen 3 meses desde mi llegada. La casa es fría. Muy fría. Y la humedad ha penetrado en mis huesos de manera permanente, haciéndome padecer cada vez con más frecuencia, ataques reumáticos. Ya he comentado anteriormente que no soy persona fácil de sugestionar pero cuando llega la noche, la casa se llena de ruidos que en principio ignoraba pero su repetición, los hace cada vez más evidentes. Son ruidos típicos de una casa antigua. Pero de entre ellos, escucho unos con una extraña cadencia: algo que se parece a unos pasos bajando escaleras y sonidos agudos, como de cubertería al contactar con la vajilla. Eses ruidos en concreto, se producen siempre a la misma hora, la medianoche. En un par de ocasiones me he levantado de la cama buscando su origen, pero no he encontrado nada, lo que me desespera aún más.
La otra noche, he tenido una pesadilla. Lo achaco al acostarme después de una copiosa cena. Es de noche. Entro en la cocina. En la mesa hay una cabeza de conejo despellejada sobre un plato. Es casi imperceptible, pero la cabeza, se mueve. Me acerco para constatar que efectivamente se mueve porque está llena de gusanos. No son larvas de mosca, sino lombrices de tierra que se mueven violentamente, con rapidez, entrando y saliendo de la carne, salpicando todo de sangre. Nauseabundo.
Seis meses en esta casa. Cuento cada día. Cada vez me encuentro más enfermo. Vomito con frecuencia y la comida me da náuseas. Los ruidos nocturnos no me dejan pegar ojo y las pesadillas son cada vez más frecuentes. Tengo un bloqueo creativo y hace semanas que no escribo una línea. Si no abandono pronto este lugar, perderé el juicio.
Estoy durmiendo plácidamente y un presentimiento hace que me despierte sobresaltado. A los pies de la cama veo la figura hierática de una persona. Me mira. No me puedo mover con el pánico. Es ésta una de las pesadillas recurrentes que me visitan cada noche. Una mujer que me observa.
Hoy estoy preparado. Es cerca de medianoche y en vez de acostarme, estoy sentado en el sillón, a la luz de la lumbre, aguardando. Aguardando escuchar los dichosos ruidos. Suenan las 12 en el carillón y escucho los pasos. Me levanto y trato de localizarlos. Vienen de... vienen del sótano. Bajo. No encuentro nada sospechoso. Un momento. Los arañazos. Escucho ruido de cubertería en la planta superior. Subo rápidamente y me dirijo a la cocina. Abro la puerta y veo a una mujer. Está de espaldas a mí, cocinando. "¿Qué hace usted en mi casa?" "¿Qué hace usted aquí?". No me hace ni caso. Continúa cocinando y tararea una canción. Se gira y me mira. Esa mirada es espeluznante. Me sonríe. Se marcha por la puerta del fondo. Consigo reponerme del susto y la sigo. Me asomo a una ventana y la veo desaparecer en el bosque.
No me he podido levantar en todo el día. He vomitado sangre. Estoy muy débil. Necesito un médico. Pero lo peor de todo, es lo que he encontrado en el sótano. Unos recortes de la gaceta de la villa. Una noticia habla de la misteriosa desaparición de Edward Dickinson de su casa en Blacktree, la casa donde yo vivo. La principal sospechosa es su mujer, Rosemary Dickinson. Rosemary Dickinson es internada en un manicomio, anuncia otra. Rosemary Dickinson se fuga del manicomio, reza la última. Tengo que reunir fuerzas para marcharme de aquí. El carruaje no llega hasta dentro de tres días y sé que si no abandono este lugar hoy, moriré.
Me despierto. Escucho el ruido del sótano. Bajo a duras penas. Rascan la pared. Escucho el gemido de un hombre y descubro un tirador en la pared que hasta ahora me había pasado desapercibido. Lo acciono con las pocas fuerzas que tengo. Allí dentro está la terrible visión. Edward Dickinson, amordazado. No es más que un pellejo putrefacto. Los gusanos ya han devorado sus ojos y ahora dan cuenta de otras partes de su cuerpo. Pero continúa vivo. Levanta un brazo levemente, como pidiéndome ayuda. Pero no es ayuda lo que me pide. Me avisa. Me avisa de que detrás de mí está su mujer. Le trae a su marido el plato de sopa con el que cada noche lo alimenta y a mí otro, con la pequeña dosis de cianuro con el que hace meses, me está matando.
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