Simone Weil - Reflexiones
La gracia llena los vacíos, pero sólo puede entrar donde hay un vacío para recibirla, y es la misma gracia la que hace este vacío.
El ser humano no escapa a las leyes de este mundo sino por la breve duración de un relámpago. Instantes de tregua, de contemplación, de intuición pura, de vacío mental, de aceptación del vacío moral. Sólo en esos instantes es capaz de lo sobrenatural.
Actitud de súplica: debo necesariamente dirigirme a algo que no sea yo misma, puesto que se trata de liberarme a mí misma. Intentar esta liberación con mi propia energía sería ser como una vaca que tira de su rienda y cae de rodillas. La liberación sólo puede venir de lo alto".
Hay quienes tratan de elevar su alma como quien se dedica a saltar continuamente, con la esperanza de que, a fuerza de saltar cada vez más alto, llegue el día en que alcance el cielo para no volver a caer. Ocupado en ello, no puede mirar al cielo. Los seres humanos no podemos dar un solo paso hacia el cielo. La dirección vertical nos está prohibida. Pero si miramos largamente al cielo, Dios desciende y nos toma fácilmente. Como dice Esquelo: "Lo divino es ajeno al esfuerzo". Hay en la salvación una facilidad más difícil para nosotros que todos los esfuerzos.
En un cuento de Grimm se celebra un concurso de fuerza entre un gigante y un sastrecillo. El gigante lanza una piedra que tarda mucho tiempo en caer. El sastreillo suelta un pájaro que no cae. Lo que no tiene alas acaba siempre por caer. Dado que la voluntad es impotente para operar en la salvación, la noción de moral laica es un absurdo. Pues lo que se llama moral no apela más que a la voluntad y a lo que ésta tiene, por decirlo así, de más muscular. La religión, por el contrario, corresponde al deseo y es el deseo lo que salva.
Todo lo que es precioso en mí, sin excepción, viene de otra parte, no como un don sino como un préstamo que debe renovarse sin cesar. Todo lo que es mío, sin excepción, carece absolutamente de valor; y entre los dones recibidos, todo lo que me apropio pierde de inmediato su valor.
No poseemos nada en el mundo -puesto que el azar puede quitarnos todo- sino el poder decir "yo". Es eso lo que hay que dar a Dios, es decir, destruirlo. No hay absolutamente ningún acto libre que nos sea permitido sino la destrucción del yo.
Ofrenda: no se puede ofrecer otra cosa que el yo, y todo lo que se llama ofrenda no es otra cosa que un rótulo puesto sobre un desquite del yo.
En relación a Dios, somos como un ladrón al que, habiendo entrado para robar en la casa de un dueño amable, este le ha permitido quedarse una parte del oro. Desde el punto de vista del dueño legal, este oro es un don; desde el punto de vista del ladrón es un robo. Tiene que ir y devolverlo. Lo mismo ocurre con nuestra existencia. Hemos robado un poco del ser de Dios para hacerlo nuestro. Dios nos ha hecho un don. Pero lo hemos robado. Debemos devolverlo.
La armonía es la unidad de los contrarios; los contrarios son ese ser que constituye el centro del mundo y ese otro que es un fragmentito dentro de la totalidad del mundo. Sólo puede haber unidad cuando el pensamiento emprende con todo cuanto abarca una operación similar a la que permite percibir el espacio rebajando a su verdadero rango las ilusiones de la perspectiva. Hay que reconocer que el centro del mundo no es algo que esté dentro del mundo, el centro del mundo está fuera del mundo, y nadie aquí abajo tiene derecho ha decir yo. Hemos de renunciar en favor de Dios y por amor a El y a la verdad a ese poder ilusorio del pensar en la primera persona que El nos ha concedido. Nos lo ha concedido para que por amor podamos renunciar a él. Sólo Dios tiene derecho a decir: "Yo soy"; "Yo soy" es su nombre, y ningún otro ser tiene ese nombre. Esa dejación, sin embargo, no consiste en trasladar a Dios la posición de uno mismo como centro del mundo, igual que hacen algunos trasladándola a otro hombre... El "Yo soy" de Dios, que es auténtico, difiere infinitamente del ilusorio "yo soy" de los hombres... Unicamente renunciando auténticamente al poder de pensarlo todo en primera persona, renuncia que no es una simple transferencia, puede el hombre llegar a saber que los demás hombres son sus semejantes. Esa renuncia no es otra cosa que el amor a Dios, independientemente de que el nombre de Dios esté o no presente en el pensamiento.
No deseo que este mundo creado ya no me sea sensible, sino que no sea por mí por lo que sea sensible. A mí no puede revelarme su secreto, demasiado elevado. Váyame yo, e intercambien sus secretos el creador y la criatura.
Ver un paisaje tal como es cuando no estoy allí…
Cuando estoy en algún sitio, profano el silencio del cielo y de la tierra con mi respiración y los latidos de mi corazón.
No hay que ser yo, pero menos aún nosotros. La ciudad da el sentimiento de estar en la propia casa. Sentirse en la propia cosa como en el destierro. Estar arraigado en la ausencia de lugar.
No hay que ser yo, pero menos aún hay que ser nosotros. La ciudad brinda la sensación de hallarse en casa. Tener en el exilio la sensación de hallarse en casa. Arraigarse en la ausencia de lugar. Desarraigarse social y vegetativamente. Exiliarse de toda patria terrestre. Hacerle todo eso a otro, desde fuera, es un sucedáneo de la descreación. Es producir irrealidad. Con el desarraigo se busca más realidad.
Estar arraigada es acaso la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana.
El humanismo no se equivocaba al pensar que la verdad, la belleza, la libertad y la igualdad son de infinito valor, sino al creer que el hombre puede obtenerlas sin la gracia.
El gran error de los marxistas y de todo el siglo XIX ha sido creer que al marchar hacia adelante se sube en el aire.
Nada puede tener como destino otra cosa que su origen. La idea opuesta, la idea de progreso, es veneno.
El espíritu que sucumbe bajo el peso de la cantidad no tiene otro criterio que la eficacia.
Los que aman una causa son los que aman la vida que ha de llevarse a fin de servirla.
Descartar las creencias que colman el vacío, suavizadoras de amarguras. La de la inmortalidad, la de la utilidad de los pecados... La del orden providencial de los acontecimientos; en suma, los "consuelos" que comúnmente se buscan en la religión.
La religión como fuente de consuelo es un obstáculo para la verdadera fe: en ese sentido, el ateísmo es una purificación.
Un ateo puede ser simplemente alguien cuya fe y amor se concentran en los aspectos impersonales de Dios.
El espíritu no está forzado a creer en la existencia de nada (subjetivismo, idealismo absoluto, solipsismo, escepticismo: ver las Upanishads, los taoístas, Platón: todos usan esta actitud filosófica a modo de purificación).
Las doctrinas carecen de propósito en sí mismas, pero es indispensable tener una aunque más no sea para evitar ser engañado por falsas doctrinas.
En la Iglesia, considerada como un organismo social, los misterios inevitablemente degeneran en creencias.
Una vez que cierta clase de gente ha sido colocada por las autoridades temporales y espirituales fuera de los rangos de aquellas cuya vida tiene valor, entonces nada llega más naturalmente a los hombres que el asesinato.
Lo imaginario se ocupa continuamente de cerrar todas las hendiduras por donde pasaría la gracia.
Un criterio de lo real es que es duro y rugoso. En ello se encuentran alegrías, pero no lo agradable. Lo agradable pertenece a lo imaginario.
Lo que es real en la percepción y la distingue del sueño no son las sensaciones: es la necesidad que las sensaciones involucran. "¿Por qué esas cosas y no otras?" "Es así". En la vida espiritual, ilusión y verdad se distinguen de la misma manera. Lo que es real en la percepción y la distingue del sueño, no son las sensaciones, es la necesidad. Distinción entre los que permanecen en la caverna, cerrando los ojos e imaginando el viaje, y aquellos que lo hacen. Hay lo real y lo imaginario también en lo espiritual, y también en este caso la diferencia reside en la necesidad. En cuanto al sentido interno, nada más engañoso.
Todos los pecados son intentos de llenar vacíos.
Hay que preferir el infierno real al paraíso imaginario.
Hay algo más que tiene el poder de despertarnos a la verdad. Son las obras de los escritores de genio. Nos dan, bajo el disfraz de la ficción, algo equivalente a la densidad efectiva de lo real, esa densidad que la vida nos ofrece cada día pero que somos incapaces de captar porque nos entretenemos con mentiras.
El amor no es consuelo, es luz.
Hay que saber que el amor es una orientación y no un estado del alma. Si se ignora, se cae en la desesperación al primer embate de la desdicha.
Es porque el único órgano de contacto con la existencia es la aceptación, el amor. Por eso, belleza y realidad son idénticas. Por eso la alegría y el sentimiento de la realidad son la misma cosa.
El amor tiene necesidad de realidad. Amar a través de una apariencia corporal a un ser imaginario, ¿qué hay de más atroz, cuando uno se apercibe de ello? Más atroz que la muerte, pues la muerte no evita que el amado haya sido. Es el castigo al crimen de haber alimentado el amor con lo imaginario.
Amar puramente es consentir la distancia, es adorar la distancia entre el yo y lo que se ama.
Las mismas palabras (por ejemplo un hombre le dice a su mujer: te amo) pueden ser vulgares o extraordinarias según la forma en que se las pronuncie. Y esa forma depende de la profundidad de la región del ser de donde provienen, sin que la voluntad pueda nada. Y por un acorde maravilloso tocan en quien escucha la misma región del ser. Por eso quien escucha puede discernir, si tiene discernimiento, lo que valen esas palabras.
Aceptar que los otros son distintos a las criaturas de nuestra imaginación es imitar el renunciamiento de Dios. Yo también soy distinta de lo que imagino ser. Saberlo es el perdón.
Una mujer muy bella que mira su imagen en un espejo, bien puede creer que ella es eso. Una mujer fea, sabe que no lo es.
Amar es reconocer que los demás son otros, y no criaturas de nuestra imaginación. Tratar de amar sin imaginar. Amar la apariencia desnuda y sin interpretación. Lo que entonces se ama es verdaderamente Dios.
Es una cobardía buscar en los que se ama (o desear darles) otro consuelo que el que nos dan las obras de arte, que nos ayudan por el simple hecho de que existen.
El arte es el símbolo de los dos esfuerzos humanos más nobles: construir y abstenerse de destruir.
Aprende a rechazar la amistad, o más bien el sueño de la amistad. Querer amistad es una gran falta. La amistad debiera ser una alegría gratuita, como las alegrías que proporciona el arte, o la vida (como los goces estéticos). Tengo que rechazarla a fin de ser merecedora de recibirla.
La belleza siempre promete, pero nunca da nada.
Debo amar que no soy nada. Qué horrible sería si yo fuera algo. Amar mi nada, amar ser nada. Amar con la parte del alma situada del otro lado del telón, porque la parte del alma perceptible para la conciencia no puede amar la nada, pues siente horror de ella. Aunque crea que la ama, está amando otra cosa distinta de la nada.
Caridad. Amar a los seres humanos en tanto son nada. Esto es amarlos como lo hace Dios.
Perder a alguien: se sufre porque el ausente, o el muerto, se convierte en lo imaginario, es decir: lo falso. Pero el deseo de él no es imaginario. Descender hasta dentro de sí mismo, hasta donde reside el deseo que es real. Hambre: uno imagina alimentos; pero el hambre es real: asirse al hambre.
Moral y literatura. Nuestra vida real está compuesta en más de sus tres cuartas partes de imaginación y de ficción. Son raros los verdaderos contactos con el bien y el mal.
Monotonía del mal: nada nuevo, todo es equivalente. Nada real, todo es imaginario. A causa de esta monotonía la cantidad juega un papel tan importante. Muchas mujeres (Don Juan), muchos hombres (Celimene), etc. Condenado a la falsa infinitud. Es el infierno mismo.
Si únicamente se desea el bien, se entra en oposición con la ley que liga el bien real al mal como el objeto iluminado a su sombra, por lo que, al estar en desacuerdo con la ley universal del mundo, es inevitable que se caiga en la desgracia.
Después de haber pasado por el bien absoluto se vuelven a encontrar los bienes ilusorios y parciales, pero en un orden jerárquico que no permite buscar un bien sin preocuparnos por el otro. Ese orden es trascendente con respecto a los bienes que relaciona, y un reflejo del orden absoluto.
El mal no es ni sufrimiento ni pecado; es ambas cosas a la vez, es algo común a ambos. Pues están conectados; el pecado nos hace sufrir, y el sufrimiento nos hace malos, y este indisoluble complejo de sufrimiento y pecado es el mal en el que estamos sumergidos en contra de nuestra voluntad, y para nuestro horror.
Parte del mal que está en nosotros lo arrojamos, lo proyectamos sobre los objetos de nuestra atención y nuestro deseo. Y esos objetos nos lo devuelven, y parece como si el mal viniera de ellos. Por eso llegamos a sentir odio y asco por los lugares en que nos encontramos sumidos en el mal; nos da la impresión de que esos lugares nos aprisionan en el mal. Es así como los enfermos llegan a odiar su habitación y su entorno, aun cuando esté formado por seres queridos; así también como los obreros llegan a odiar su fábrica, etc.
Una injuria es la transferencia a los demás de la degradación que llevamos en nosotros.
El fuego destruye lo que le alimenta.
La fuerza es tan implacable para el que la posee, o cree que la posee, como para sus víctimas; a estas las aplasta, al primero le intoxica. La verdad es que nadie la posee.
Detentar poder es degradante. Poseerlo degrada.
La fuerza que mata es una forma sumaria, grosera, de la fuerza. Mucho más variada en sus procedimientos y sorprendente en sus efectos es la otra fuerza, la que no mata; es decir, la que no mata todavía. Matará seguramente, o matará quizá, o bien está suspendida sobre el ser al que en cualquier momento puede matar; de todas maneras, transforma al hombre en piedra. Del poder de transformar un hombre en cosa matándolo procede otro poder, mucho más prodigioso aun: el de hacer una cosa de un hombre que todavía vive. Vive, tiene un alma, y sin embargo es una cosa. Ser muy extraño, una cosa que tiene un alma; extraño estado para el alma. ¿Quién podría decir cómo el alma en cada instante debe torcerse y replegarse sobre sí misma para adaptarse a esta situación? No ha sido hecha para habitar una cosa, y cuando se ve obligada a hacerlo no hay ya nada en ella que no sufra violencia.
Parentesco del mal con la fuerza, y con el ser, y parentesco del bien con la debilidad, y con la nada.
Los seres humanos están hechos de tal modo que los que oprimen no sienten nada; es la persona oprimida la que siente lo que está ocurriendo. A menos que uno se haya puesto del lado del oprimido, para sentir con él, uno no puede entender.
Cada vez que padecemos un dolor, podemos decir en verdad que es el universo, el orden del mundo el que nos entra en el cuerpo.
Si estamos padeciendo enfermedad, pobreza o infortunio, creemos que estaremos satisfechos el día en que cese. Pero también eso es falso; tan pronto como uno se acostumbra a no sufrir, se desea algo más.
Si vamos dentro de nosotros mismos, encontramos que poseemos exactamente lo que deseamos.
No debo amar mi sufrimiento porque es útil, sino porque es.
La extrema grandeza del cristianismo proviene de que no busca un remedio sobrenatural para el sufrimiento, sino un uso sobrenatural de las sufrimientos.
Nos asombremos de que la desgracia no ennoblezca. Es que, cuando se piensa en un desgraciado, se piensa en su desgracia. Pero el desgraciado no piensa en su desgracia: tiene un alma llena de cualquier alivio que puede codiciar.
En este mundo, sólo aquellos que han caído hasta el grado más bajo de humillación, muy por debajo de la mendicidad, que no sólo no son tenidos en cuenta socialmente sino que son considerados como carentes de esa primaria dignidad humana, la misma razón -sólo esa gente, de hecho, es capaz de decir la verdad. Todos los demás mienten.
La desgracia deja heridas que sangran gota a gota, incluso en el sueño; así poco a poco entrenan a la fuerza al hombre y le disponen para la sabiduría a pesar de él mismo.
Hay tanto de sacrificio, de renuncia, en el fondo de la alegría como en el fondo del dolor.
Al luchar contra la angustia uno nunca produce serenidad; la lucha contra la angustia sólo produce nuevas formas de angustia.
Los opuestos no son el placer y el dolor, sino las especies de uno y otro. Existen un placer y un dolor infernales, un placer y un dolor curativos, un placer y un dolor celestes.
A la inocencia el dolor le es a la vez completamente exterior y completamente esencial. Sangre en la nieve. La inocencia y el mal. Que también el mal sea puro. Sólo puede serlo bajo la forma del sufrimiento de un inocente. Un inocente que sufre derrama por encima del mal la luz de la salvación. Es la imagen visible del Dios inocente. Ésa es la razón de que un Dios que ama al hombre, y un hombre que ama a Dios, deban sufrir. La inocencia feliz. Algo infinitamente precioso también. Aunque se trata de una felicidad precaria, frágil, una felicidad azarosa. Flores de manzano. La felicidad no está ligada a la inocencia.
La muerte es lo más precioso que le ha sido dado al hombre. Por esa razón hacer un mal uso de la misma constituye una impiedad suprema. Mal morir. Mal matar. (Ahora bien, ¿cómo se puede escapar a la vez del suicidio y del asesinato?) Tras la muerte, el amor.
Dos maneras de matarse: suicidio y desapego. Matar con el pensamiento todo cuanto se ama: única manera de morir. Pero sólo lo que se ama. No desear que lo que se ama sea inmortal. Ante alguien muerto, sea el que fuere, no desear que sea inmortal ni que esté muerto.
Si el grano no muere… Debe morir para liberar la energía que lleva en sí con el fin de que se formen a partir de él otras combinaciones. De igual manera debemos nosotros morir para liberar la energía afectada y adquirir una energía libre susceptible de amoldarse a la verdadera filiación de las cosas.
Quien toma la espada, a espada morirá. Quien no tome la espada (o la suelte), morirá en la cruz.
Para alcanzar el total desapego, la desgracia no basta. Es necesaria una desgracia sin consuelo. Es necesario no tener consuelo. Ningún consuelo representable. El consuelo inefable desciende entonces. Condonar las deudas. Aceptar el pasado sin pedirle compensación al futuro. Detener inmediatamente el tiempo. La aceptación de la muerte es también eso. “Él se vació de su divinidad.” Vaciarse del mundo. Asumir la condición de esclavo. Reducirse al punto que se ocupa en el espacio y en el tiempo. A nada. Despojarse del señorío imaginario del mundo. Soledad absoluta. Es entonces cuando se posee la verdad del mundo.
El pasado y el futuro entorpecen el efecto saludable de la desdicha presente, ofreciendo un campo ilimitado a las construcciones imaginarias. Por eso, la renuncia al pasado y al porvenir es la primera de las renuncias.
Se trata siempre de una relación con el tiempo. Perder la ilusión de que se posee el tiempo. Encarnarse. El hombre debe realizar el acto de encarnarse, pues está desencarnado por lo imaginario. Lo que en nosotros procede de Satán es lo imaginario.
Hablando con propiedad, el tiempo no existe (salvo el presente como límite), y sin embargo es a eso a lo que estamos sometidos. Esa es nuestra condición. Nos hallamos sometidos a lo que no existe. Tanto si se trata de la duración padecida pasivamente –dolor físico, espera, pena, remordimiento, miedo-, como del tiempo dirigido –orden, método, necesidades-, en ambos casos, aquello a lo que nos rendimos no existe. Pero nuestro sometimiento sí existe. Estamos realmente atados a irreales cadenas. El tiempo, irreal, tiñe todas las cosas y a nosotros mismos de irrealidad.
Hay que atravesar la perpetuidad de los tiempos en un tiempo finito. Para que esto, que es contradictorio, sea posible, es necesario que la parte del alma que está a la altura del tiempo, la parte discursiva, la parte que mide, sea destruida. No es destruida más que por la desdicha aceptada o por una alegría intensa hasta el punto de precipitar en la contemplación pura.
Desgracia: el tiempo empuja al ser pensante,a su pesar, hacia lo que éste no puede soportar y que acabará, sin embargo, ocurriendo. “Aleja de mí este cáliz.” Cada segundo que transcurre empuja a alguien en el mundo hacia algo que no puede soportar.
La miseria humana resultaría intolerable si no se hallara diluida en el tiempo. Impedir que se diluya para que sea intolerable. Pedir no la solución de mis miserias, sino la gracia que las transfigure.
Destrucción de Troya. Caída de pétalos de árboles frutales en flor. Saber que lo más valioso no está enraizado en la existencia. Es hermoso. ¿Por qué? Proyecta al alma fuera del tiempo.
De manera natural no tenemos noción más que de las realidades de este mundo. El pasado es algo real a nuestro nivel, pero de ningún modo está a nuestro alcance, hacia el cual no podemos dar ni un solo paso, hacia el cual sólo podemos orientarnos para que nos llegue alguna emanacón suya. Por ello el pasado es la mejor imagen de las realidades eternas, sobrenaturales. (La alegría, la belleza del recuerdo tal vez obedezcan a esto)
El olvido: de nuevo una imagen de una profundidad insondable. Lo que hemos olvidado de nuestro pasado -ej. una emoción- no existe absolutamente. Y sin embargo las cosas de nuestro pasado que hemos olvidado no conservan menos la plenitud de su realidad, la realidad que les es propia, que no es existencia, pues hoy el pasado no existe, que es realidad pasada.
La destrucción del pasado es acaso el mayor de los crímenes.
Si uno permanece en la caverna, por muy fácilmente que sea capaz de observar todas las reglas externas de virtud, uno nunca será virtuoso. La vida intelectual y la vida moral son una.
Sin duda hay matemáticos en la caverna (platónica), pero su atención está puesta en los honores, rivalidades, competiciones, etc.
Lo que envilece la inteligencia degrada al ser humano entero.
Hay que tratar de encontrar en el ámbito de las relaciones entre el hombre y lo sobrenatural una precisión que sea más que matemática; algo que sea más preciso que la ciencia.
Los sabios tienen que regresar a la caverna, y actuar allí. Uno tiene que llegar al estadio en que el poder esté en manos de quienes lo rechazan, y no de aquellos que ambicionan poseerlo.
El uso de la razón torna las cosas transparentes al espíritu. Pero lo transparente no se ve. Se ve lo opaco a través de lo transparente, lo opaco que estaba oculto cuando lo transparente no era transparente.
Se ve el polvo sobre el vidrio, o el paisaje detrás del vidrio, pero no el vidrio. Limpiar el polvo sirve para ver el paisaje.
La razón debe ejercer su función sólo para llegar a los verdaderos misterios, a las verdades indemostrables que son lo real. Lo incomprendido oculta lo incomprensible; por ese motivo debe eliminarse.
Una mente encerrada en el lenguaje está aprisionada.
El método adecuado de la filosofía consiste en concebir claramente los problemas insolubles en toda su insolubilidad y luego en contemplarlos, fija e incansablemente, año tras año, sin ninguna esperanza, aguardando pacientemente.
La humildad es atenta paciencia.
El verdadero genio no es más que la virtud sobrenatural de la humildad en el dominio del pensamiento.
Es necesario no que los iniciados aprendan algo, sino que se opere en ellos una transformación que los haga aptos para recibir la enseñanza.
Cuando algo parece imposible de obtener, por más esfuerzos que se haga, indica un límite infranqueable en ese nivel y la necesidad de un cambio de nivel, de una ruptura del techo. Agotarse en esfuerzos en ese nivel degrada. Más vale aceptar el límite, contemplarlo y saborearlo en toda su amargura.
Cuando una contradicción es imposible de resolver salvo por una mentira, entonces sabemos que realmente es una puerta.
La imposibilidad es la puerta hacia lo sobrenatural. Sólo podemos golpear. Es otro el que abre.
El poeta produce lo bello con la atención fija en lo real. De igual modo que un acto de amor. Saber que ese hombre que tiene hambre y sed existe tan verdaderamente como yo, basta –lo demás se desprende por sí solo. Los valores auténticos y puros de lo verdadero, lo bello y lo bueno en la actividad de un ser humano se originan a partir de un único y mismo acto, por una determinada aplicación de la plenitud de la atención al objeto. La enseñanza no debería tener otro fin que el hacer posible la existencia de un acto como ése mediante el ejercicio de la atención. Todos los demás beneficios de la instrucción carecen de interés.
En líneas generales, un método para el ejercicio de la inteligencia, que consiste en mirar. Aplicación de ese método para discriminar lo real de lo engañoso. Dentro de la percepción sensible, si estamos seguros de lo que estamos viendo, nos desplazamos mirando, y aparece lo real. Dentro de la vida interior, el tiempo ocupa el lugar del espacio. Con el tiempo quedamos modificados, y si, a través de las modificaciones, conservamos la mirada orientada siempre hacia lo mismo, al final lo engañoso se esfuma y acaba apareciendo lo real. La condición es que la atención ha de ser una mirada y no un apego.
La cultura es un instrumento esgrimido por los maestros para manufacturar maestros que, a su vez, manufacturarán aún más maestros.
Soledad. ¿En qué consiste, pues, el premio por ella? Pues estamos en presencia de la mera materia (aunque se trate del cielo, de las estrellas, de la luna o de los árboles en flor), de cosas con un precio (tal vez) menor que el de un espíritu humano. El premio consiste en una superior posibilidad de atención. Si se pudiera en el mismo grado estar atento en presencia de un ser humano…
En la soledad estamos en presencia de la mera materia (incluso el cielo, las estrellas, la luna, los árboles en flor), cosas acaso de menor valor que un espíritu humano. Su valor yace en la mayor posibilidad de atención.
Aquellos que son desgraciados no necesitan nada en este mundo salvo gente capaz de darles su atención.
La capacidad de dar la propia atención a quien sufre es algo muy raro y difícil; es casi un milagro; es un milagro. Casi todos los que creen que tienen esta capacidad no la poseen. La calidez de corazón, la impulsividad, la compasión no son suficiente.
¿Por qué la voluntad de combatir un prejuicio es una señal cierta de que se está impregnado por él? Procede necesariamente de una obsesión. Constituye un esfuerzo absolutamente estéril para librarse de él. La luz de la atención en casos semejantes es la única eficaz, y no es compatible con una intención polémica.
***La idolatría proviene de que teniendo sed de un bien absoluto, no se posee la atención sobrenatural, ni la paciencia para dejarlo obrar.
La parte sobrenatural aquí abajo es secreta, silenciosa, casi invisible, infinitamente pequeña. Pero es decisiva. Proserpina no creía que cambiarla su destino al comer un sólo grano de granada y desde ese instante para siempre el otro mundo fue su patria y su reino.
Este efecto decisivo de lo infinitamente pequeño es una paradoja que la inteligencia humana tiene dificultad en reconocer. Por esta paradoja se cumple la sabia persuasión de que habla Platón. Esa persuasión por medio de la cual la providencia divina lleva a la necesidad a orientar la mayor parte de las cosas hacia el bien.
La naturaleza, que es un espejo de las verdades divinas, presenta en todas partes una imagen de esta paradoja. Así los catalizadoras, las bacterias. Con relación a un sólido, un punto es infinitamente pequeño. Sin embargo en cada cuerpo es un punto el que triunfa sobre toda la masa, puesto que si está sostenido el cuerpo no cae; ese punto es el centro de gravedad. Pero un punto sostenido no impide que una casa caiga salvo si está dispuesta simétricamente a su alrededor o si la asimetría implica ciertas proporciones. La levadura levanta la masa únicamente cuando se mezcla con ella. El catalizador no actúa sino en contacto con los elementos de la reacción. Igualmente existen condiciones materiales para la operación sobrenatural de lo divino presente aquí abajo en la forma de lo infinitamente pequeño.
Creer en Dios no es una decisión que podamos tomar. Todo lo que podemos hacer es decidir no dar nuestro amor a falsos dioses. En primer lugar, podemos decidir no creer que el futuro contiene para nosotros un bien suficiente. El futuro se hace con la misma substancia que el presente.
No depende del hombre buscar o incluso creer en Dios. Sólo tiene que rehusar creer en todo lo que no es Dios. Este rechazo no presupone la creencia. Basta reconocer, cosa obvia para cualquier mente, que todos los bienes de este mundo, pasados, presentes o futuros, reales o imaginarios, son finitos y limitados y radicalmente incapaces de satisfacer el deseo, perpetuamente ardiente en nosotros, de un bien infinito y perfecto... No es cuestión de dudar de sí o de buscar. El hombre sólo tiene que persistir en su rechazo, y un día u otro Dios vendrá a él.
Todos sabemos que no hay bien en este mundo, que todo lo que aquí aparece como bien es finito, limitado, se agota y, una vez agotado, la necesidad se muestra al desnudo. Probablemente en la vida de todo ser humano ha habido algún momento en el que se ha confesado a sí mismo con claridad que no hay bien en este mundo. Pero en cuanto se percibe esta verdad se la recubre de mentira. Muchos que jamás han podido soportar el mirarla de frente por más de un segundo se complacen en proclamarla buscando en la tristeza un placer mórbido. Los hombres perciben que hay un peligro mortal en mirar de frente esta verdad durante un tiempo prolongado. Y es cierto; ese conocimiento es más mortífero que una espada, la muerte que inflige produce más miedo que la muerte carnal. Con el tiempo mata en nosotros todo lo que llamamos "yo". Para sostener esa mirada hay que amar la verdad más que la vida.
Sólo Dios es capaz de amar a Dios. Lo único que nosotros podemos hacer es renunciar a nuestros sentimientos propios para dejar paso a ese amor en nuestra alma. Esto significa negarse a sí mismo. Sólo para este consentimiento hemos sido creados.
Dios sólo podía crear escondiéndose. De otro modo no habría habido nada sino él mismo.
Toda vida perfecta es una parábola inventada por Dios.
El verdadero camino existe. Platón y muchos otros lo han recorrido. Pero sólo está abierto para aquellos que, reconociéndose incapaces de encontrarlo, ya no lo buscan, y sin embargo no dejan de desearlo con exclusión de toda otra cosa. A ellos les está acordado nutrirse de un bien que, situado fuera de este mundo, no está sometido a ninguna influencia social. Es el pan trascendente a que se refiere el texto original del Padre Nuestro.
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