Los problemas de la humanidad 004
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Estamos entrando en un amplio período experimental de descubrimientos; descubriremos lo que exactamente somos –como naciones en nuestras relaciones grupales, por medio de nuestra expresión religiosa y de acuerdo a la modalidad de nuestros gobiernos. Será una era intensamente difícil y únicamente la viviremos con éxito si cada nación reconoce sus propios defectos internos y los maneja con visión y con propósitos deliberadamente humanitarios. Esto significa que cada nación debe sobreponerse al orgullo y alcanzar unidad interna. Cada país está hoy dividido en grupos beligerantes –idealistas y realistas, partidos políticos y estadistas previsores, grupos religiosos Preocupados fanáticamente en sus propias ideas, capital y trabajo, aislacionistas e internacionalistas individuos que están agresivamente contra ciertos grupos o naciones, mientras otros trabajan en favor de ellos. Las correctas relaciones humanas son el único factor que puede, con el tiempo y oportunamente, traer armonía y poner fin a estas condiciones caóticas.
Todas las naciones tienen también mucho con qué contribuir, pero mientras tal contribución sea considerada en términos de valor comercial o de utilidad política, como ocurre ahora, esa contribución no será dada para ayudar a establecer correctas relaciones humanas.
Cada país debe recibir contribuciones de otros países, lo cual significa reconocer la escasez de cosas específicas, y además estar dispuesto a recibir en términos equitativos. Todo país tiene su propia y peculiar nota, que debe estar al unísono y ampliar el gran coro de todas las naciones, lo cual sólo será posible cuando se restablezca la religión pura y se dé libre expresión al impulso espiritual naciente en cada nación, cosa que aún no ha sucedido, pues los dogmas teológicos dominan todavía la vida espiritual.
Toda nación, debido a su historia y a sus propias acciones y leyes, está estrechamente vinculada con las demás, y esto se evidencia más en los Estados Unidos de Norte América que en otras naciones, porque su pueblo desciende de todas las razas conocidas. El espíritu de aislamiento fue derrotado antes de que levantara su horrible cabeza, porque el pueblo norteamericano es de raigambre y origen internacional.
La humanidad, como ya se ha dicho, es el discípulo mundial; el impulso que subyace detrás de la desintegración de las formas del viejo mundo es de origen espiritual. La vida espiritual de la humanidad es ahora tan fuerte que ha logrado romper con todas las actuales formas de la expresión humana. El mundo del pasado ha desaparecido, y para siempre; pero el nuevo mundo de las formas aún no ha aparecido. Su construcción tendrá la característica de la emergente vida creadora del espíritu del hombre. El factor importante que debe ser recordado es que existe un sólo espíritu y cada nación debe aprender a reconocer ese espíritu en sí misma y en las demás.
Resumiendo: La tarea de cada nación es por lo tanto doble:
Solucionar sus propios problemas psicológicos externos. Esto se hará reconociendo que existen, eliminando el orgullo nacional y dando los pasos necesarios para establecer unidad y belleza rítmica en la vida de sus pueblos.
Fomentar el espíritu de correctas relaciones. Esto se logrará reconociendo al mundo uno, del cual cada uno forma parte, que posteriormente implicará dar los pasos necesarios que permitirán enriquecer a todo el mundo con su propia contribución individual.
Estas dos actividades, nacional e internacional, deben desarrollarse al mismo tiempo, acentuando la tarea del cristianismo práctico, no por teologías dominantes ni por el control de la iglesia, impuesto sutilmente.
El inmediato proceso mundial, desde el punto de vista espiritual de las fuerzas de la luz, debe incluir lo siguiente:
La inminente crisis de la libertad. Esto implica elecciones libres en todos los países para determinar el tipo de gobierno, las fronteras nacionales (donde exista tal problema) y un plebiscito del pueblo para decidir sobre su nacionalidad y lealtad.
El proceso de limpieza llevado a cabo sin excepción en todas las naciones, para que se produzca una saludable unidad, basada en la libertad, demostrando la unidad en la diversidad.
El permanente proceso educativo, mediante el cual todos los pueblos del mundo podrán fundamentarse en una única ideología, que pruebe ser final y generalmente eficaz, la de las correctas relaciones humanas. Lenta pero firmemente, este movimiento educativo traerá como efecto inevitable la correcta comprensión, las correctas actitudes y actividades en toda comunidad, en toda iglesia y en toda nación y, finalmente, en la esfera internacional. Requerirá tiempo, pero presenta un desafío a todos los hombres de buena voluntad del mundo.
Los guías espirituales de la raza pueden presentar este programa de progreso, pero no pueden garantizar que se cumpla, pues la humanidad es libre para solucionar sus propios problemas. Por lo tanto surgen de inmediato ciertas preguntas:
¿Se mantendrán unidas las grandes Potencias, Rusia, Estados Unidos y la Confederación Británica de Naciones, para bien de toda la humanidad, o marcharán por distintos caminos hacia sus propios objetivos egoístas?
¿Estarán las pequeñas potencias, así como las grandes potencias, dispuestas a abandonar la así denominada soberanía en bien del todo? ¿Tratarán de ver la situación mundial desde el punto de vista de la humanidad, o verán únicamente su propio beneficio particular?
¿Suprimirán la constante crítica capciosa que ha caracterizado el pasado y engendrado un creciente odio, y reconocerán que todas las naciones se componen de seres humanos, en diferentes grados de evolución, condicionados por su raigambre, raza y medio ambiente? ¿Estarán dispuestas a otorgarse recíproca libertad, para cargar cada una con su responsabilidad individual, y también siempre dispuestas a ayudarse mutuamente como miembros de una sola familia y animadas por un sólo espíritu humano, el espíritu de Dios?
¿Se hallarán dispuestas a compartir los productos de la tierra, sabiendo que pertenecen a todos, distribuyéndolos libremente como hace la naturaleza, o permitirán que caigan en manos de unas pocas naciones poderosas, o en las de un simple puñado de hombres expertos y poderosos financistas?
Los anteriores son sólo algunos interrogantes para los cuales debemos buscar y hallar respuesta La tarea parece en realidad bastante ardua.
No obstante existen en el mundo suficientes personas que piensan espiritualmente y son capaces de hacer cambiar las actitudes del mundo, y traer un nuevo período de espiritualidad creadora ¿Se levantarán con todo su poder estos hombres y mujeres de visión y de buena Voluntad, para hacer oír sus Voces en cada nación? ¿Tendrán la fortaleza, la persistencia y el valor para sobreponerse al derrotismo, romper la cadena de teologías entorpecedoras políticas, sociales, económicas o religiosas y trabajar para el bien de todos los pueblos? ¿Se sobrepondrán a las fuerzas organizadas en su contra, sostenidas por la firme convicción de la estabilidad y potencialidad del espíritu humano? ¿Tendrán fe en el valor intrínseco de la humanidad? ¿Se darán cuenta que la entera tendencia del proceso evolutivo los lleva hacia la Victoria?
El firme establecimiento de las correctas relaciones humanas es una parte ya determinada del propósito divino, y nada puede detener su oportuna aparición. Sin embargo se puede acelerar mediante una acción correcta y altruista
capítulo II
el problema de los niños del mundo
Este problema es sin excepción el más urgente que enfrenta hoy la humanidad. El futuro de la raza está en las manos de la juventud de todas partes. Son los progenitores de las futuras generaciones y los ingenieros que deben complementar la nueva civilización. Lo que hagamos por y para la juventud tiene enorme importancia en sus implicaciones. Nuestra responsabilidad es grande y nuestra oportunidad excepcional.
Este capítulo se ocupa de los niños y adolescentes menores de dieciséis años. Ambos grupos constituyen el elemento más prometedor en un mundo que se ha hecho pedazos ante nuestros ojos. Constituyen la garantía de que nuestro mundo puede ser reconstruido y –si hemos aprendido algo de nuestro pasado y de sus terribles consecuencias en nuestra vida- debe serlo en líneas distintas, con objetivos e incentivos diferentes, metas bien definidas e ideales cuidadosamente considerados.
Sin embargo, recordemos que los sueños y las esperanzas visionarias y místicas, la expectativa y la formulación de planes teóricos altamente organizados, son útiles hasta donde indican interés, sentido de responsabilidad y posibles objetivos, pero son de escasa importancia en toda empresa eficaz y transitoria, a no ser que haya plena comprensión del problema y posibilidades inmediatas, además de la voluntad de cumplir esos compromisos que prepararán el terreno para el éxito del trabajo futuro, que es mayormente el de la educación. Hasta ahora se ha hecho muy poco para relacionar las necesidades del futuro y los actuales métodos de educación, los cuales evidentemente han fracasado en preparar a la humanidad para un vivir cooperativo y exitoso. Tampoco han presentado los nuevos aspectos de entrenamiento mental, ni han establecido vínculos científicos, ni han hecho grandes esfuerzos para correlacionar lo mejor de los métodos actuales (pues no todos son malos) con los futuros métodos para la evolución de la juventud del mundo, a fin de enfrentar una nueva civilización que inevitablemente está en camino. Hasta ahora el idealista visionario ha luchado contra los actuales métodos de enseñanza establecidos, pero su falta de espíritu práctico y su negación a la contemporización ha retardado el proceso y la humanidad ha pagado el precio. Ha llegado el día en que el místico práctico y el hombre de gran desarrollo mental y visión espiritual deberán ocupar su lugar, proporcionando ese entrenamiento que permitirá a la juventud de todas las naciones integrarse exitosamente en el panorama mundial.
Comenzaremos reconociendo que nuestros sistemas educativos no han sido adecuados, ni han entrenado a los niños para vivir correctamente; tampoco se les ha inculcado esos modos de pensar y actuar que conducirán a establecer correctas relaciones humanas –relaciones esenciales para obtener la felicidad y el éxito y la plena experiencia en cualquier sector elegido de la actividad humana.
Las mentes mejor dotadas y los pensadores preclaros del campo educativo apoyan constantemente tales ideas; los movimientos progresistas educativos algo han hecho para eliminar antiguos abusos e implantar nuevas técnicas, pero ellos constituyen una minoría tan pequeña que son relativamente ineficaces. Sería bueno recordar que si la enseñanza dada a la juventud en siglos anteriores hubiera sido de otro carácter, quizás no hubiese tenido lugar la guerra mundial.
Se han dado muchas y diversas razones para explicar la guerra total que nos engolfó, lo cual ha planteado el interrogante de si el fracaso de los sistemas educativos, o la ineptitud de las iglesias, son las causas fundamentales que están detrás de todo. Pero hemos sufrido la guerra, y nuestra vieja civilización fue arrasada. Muchos quisieran que tal civilización volviese y que se reconstruyera la antigua estructura, pues anhelan retornar a la pacífica situación de antes de la guerra. No debe permitírseles que reconstruyan de acuerdo con las antiguas líneas ni que utilicen los antiguos planes, aunque necesariamente tendremos que construir sobre los viejos cimientos. La tarea de los educadores es evitarlo.
Debemos reconocer que los países donde se practican pacíficamente los antiguos métodos de educación pueden representar un peligro, no sólo para sí mismos, porque perpetúan malos y antiguos métodos, sino que constituyen además una amenaza para los países que se hallan en la afortunada posición de poder cambiar sus instituciones educativas e inaugurar un nuevo modo de preparar mejor a la juventud para un vivir más pleno. La educación es una empresa profundamente espiritual. Concierne al entero hombre, e incluye su espíritu divino.
Si la educación estuviera en manos de alguna iglesia implicaría un desastre. Nutriría el espíritu sectario, fomentaría las actitudes reaccionarias conservadoras, tan fuertemente apoyadas, por ejemplo, por la Iglesia Católica y por los fundamentalistas de las Iglesias protestantes. Prepararía fanáticos y erigiría barreras entre los hombres y, con el tiempo, haría, en forma poderosa e inevitable, que se alejaran de todas las religiones aquellos que aprendieron finalmente a pensar cuando llegaron a la madurez.
Esto no es acusar a la religión, sino una acusación a los métodos antiguos de las iglesias y de las viejas teologías que no han sabido presentar al Cristo tal como es esencialmente; tampoco a los que han trabajado por la riqueza, el prestigio y el poder político y trataron por todos los medios disponibles de acrecentar el número de sus adherentes y aprisionar el libre espíritu del hombre. Tenemos hoy sabios y buenos eclesiásticos que se dieron cuenta de ello y trabajan firmemente por el acercamiento a Dios en la nueva era, pero son relativamente pocos. No obstante luchan contra la cristalización teológica y los pronunciamientos académicos. Ellos triunfarán inevitablemente, y salvarán así el espíritu religioso.
Procuremos ver cuál debería ser la meta del nuevo movimiento educativo y cuáles son las señales que indican el camino hacia esa meta. Tratemos de formular un amplio plan que no sea obstaculizado por los métodos actuales, sino que vincule el pasado y el futuro, utilizando todo lo verdadero, lo bello y lo bueno (heredado del pasado), pero acentuando ciertos objetivos básicos que hasta ahora han sido mayormente ignorados. Estos nuevos métodos y técnicas deben desarrollarse en forma gradual, lo cual acelerará el proceso de integración del entero hombre.
No habrá esperanzas para el mundo futuro si la humanidad no acepta la realidad de la divinidad, aunque rechace la teología, que reconoce la presencia del Cristo viviente, y las interpretaciones formuladas por el hombre sobre Él y Su mensaje, y que pone el énfasis sobre la autoridad del alma humana.
El porvenir que tenemos por delante está lleno de promesas. Fundemos nuestro optimismo en la humanidad misma. Reconozcamos el hecho, probado por sí mismo, de que existe una cualidad peculiar en cada hombre, innata e inherente característica a la cual damos el nombre de “percepción mística”, que significa un imperecedero, aunque frecuentemente no reconocido sentido de divinidad; implica la constante posibilidad de visualizar y hacer contacto con el alma, y también la comprensión (con acrecentada aptitud) de la naturaleza del Universo. Esto permite al filósofo apreciar el mundo de significados y –mediante tal percepción— alcanzar la Realidad, y es ante todo, el poder de amar e ir hacia aquello que no es el no-yo. Confiere la capacidad de captar ideas. La historia del género humano es, fundamentalmente, la historia del crecimiento de las ideas comprendidas en forma progresiva y la determinación del hombre de vivir de acuerdo a ellas; este poder otorga la capacidad de presentir lo desconocido, creer en lo improbable, buscar, investigar y exigir la revelación de lo que está oculto y es desconocido, y que será revelado, siglo tras siglo, debido al exigente espíritu de investigación. Tal poder consiste en reconocer lo bello, lo verdadero y lo bueno, y comprobar su existencia por medio de las artes creadoras. Esta inherente facultad espiritual ha producido a todos los Grandes Hijos de Dios, a todas las personas verdaderamente espirituales, a todos los artistas, científicos, humanistas y filósofos, y a todos aquellos que aman a sus semejantes y se sacrifican por ellas.
En esto radica el fundamento del optimismo y de la valentía de los verdaderos educadores, y el verdadero incentivo para todos sus esfuerzos.
El Problema Actual de la Juventud
El mundo, como lo conocieron los hombres de más de cuarenta años, se ha derrumbado y está desapareciendo rápidamente. Los viejos valores se están desvaneciendo y lo que llamamos civilización (que fue considerada tan maravillosa) va desapareciendo. Algunos lo consideran una bendición, yo entre ellos; otros un desastre; pero todos lamentamos que los medios de tal disolución hayan traído a la humanidad tanta agonía y sufrimiento.
Podemos definir la civilización como la reacción de la humanidad respecto al propósito y a las actividades de un determinado período mundial y su modo de pensar. En cada época actúa una idea y se expresa en idealismo racial y nacional. Su tendencia fundamental ha producido, en el transcurso de los siglos, nuestro mundo moderno, el cual ha sido materialista. Ha tenido por objetivo la comodidad física; las ciencias y las artes fueron degradadas, a fin de darle al hombre un ambiente confortable y si es posible bello; los productos de la naturaleza han sido empleados para dar cosas a la humanidad. La educación ha tenido como objetivo, hablando en forma general, el entrenamiento del niño para competir con sus conciudadanos en “la lucha por la vida”, acumular posesiones, vivir cómodamente y alcanzar el mayor éxito posible.
Esta educación también ha sido predominantemente competidora, nacionalista y, por lo tanto, separatista. Ha entrenado al niño a considerar los valores materiales como de gran importancia, a creer que su propia nación también lo es y todas las demás son secundarias; ha nutrido su orgullo y fomentado la creencia de que él, su grupo SU nación, son infinitamente superiores a otras personas y otros pueblos. En consecuencia se enseña a los niños a ser unilaterales, a tener un concepto erróneo acerca de los valores mundiales, a ser parciales y a tener prejuicios en sus actitudes hacia la vida. Se les enseña los rudimentos de las artes, creyendo que así podrán actuar con la necesaria eficacia en un clima de competencia y en su medio ambiente vocacional. Lectura, escritura y aritmética elemental son considerados requisitos mínimos, y también algunos conocimientos históricos y geográficos. Además se le dan nociones de la literatura del mundo. El nivel cultural pedagógico es relativamente elevado, pero falseado e influenciado por prejuicios religiosos y nacionalistas, que se le inculcan al niño en la infancia, pues no son innatos. No se les enseña la ciudadanía mundial, ignorando sistemáticamente su responsabilidad hacia sus semejantes; se procura desarrollar la memoria, enseñándoles hechos sin correlación alguna –muchos de los cuales no tienen nada que ver con la vida cotidiana.
Nuestra civilización presente quedará en la historia como la civilización más burdamente materialista. Ha habido muchas épocas materialistas en la historia, pero ninguna tan ampliamente difundida como la actual, y que haya implicado incontables millones de personas. Se repite constantemente que la causa de la guerra es económica; ciertamente lo es, pero la verdadera razón se debe a que hemos exigido tantas comodidades y “cosas” para vivir razonablemente bien. Necesitamos mucho más de lo que necesitaron nuestros antepasados; preferimos una vida confortable y relativamente fácil; el espíritu precursor –base de todas las naciones— se ha convertido, en la mayoría de los casos, en una civilización indolente. Esto es particularmente verdad en el hemisferio occidental.
Nuestro nivel de vida civilizada es demasiado elevado desde el punto de vista de las posesiones, y demasiado bajo desde el ángulo de los valores espirituales, o cuando se lo considera desde un inteligente sentido de proporción. Nuestra civilización moderna no podría resistir la prueba química del ácido para los valores. Hoy se considera que una nación es civilizada cuando da demasiado valor al desarrollo mental, cuando premia el sentido analítico y crítico y dirige todos sus recursos para satisfacer los deseos físicos, producir cosas materiales, desarrollar propósitos materialistas y predominar competitivamente en el mundo, acumular riquezas, adquirir propiedades, alcanzar un alto nivel de vida materialista y acaparar los productos de la tierra –mayormente en beneficio de ciertos grupos de hombres ambiciosos y acaudalados.
Ésta es una drástica generalización, siendo básicamente correcta en sus implicaciones principales, pero incorrecta en lo que concierne a los individuos. Debido a esta triste y lamentable situación (obra de la humanidad misma) sufrimos el castigo de la guerra. Ni las iglesias ni nuestros sistemas educativos han sido suficientemente sanos para presentar la verdad que pudiera contrarrestar tal tendencia materialista. La tragedia consiste en que los niños de todo el mundo han pagado y están pagando el precio de nuestra actuación errónea. Las guerras tienen sus raíces en la codicia; la ambición material ha sido el único móvil de todas las naciones sin excepción; todos nuestros planes tuvieron por objeto la organización de la vida nacional con el único fin de que predominaran las posesiones materiales, el espíritu de competencia y los intereses egoístas individuales y nacionales. Todas las naciones han contribuido a ello a su manera y medida; ninguna tiene las manos limpias; de allí el por qué de las guerras. La humanidad tiene por hábito el egoísmo y un amor innato por las posesiones materiales. Esto trajo la civilización moderna y por esta razón está siendo cambiada.
El factor cultural de toda civilización reside en la conservación y consideración de lo mejor que el pasado haya producido y la valorización y el estudio de las artes, la literatura, la música y la vida creadora de todas las naciones, en el pasado y en el presente. Concierne a la refinada influencia que ejercen estos factores sobre una nación y esos individuos que se hallan en tal situación –generalmente económica— que pueden apreciar y beneficiarse con ello. El conocimiento y la comprensión así obtenidos permiten al hombre culto relacionar el mundo de significados (heredado del pasado) con el mundo de las apariencias en que vive, y considerarlos como un solo mundo que existe principalmente para su propio beneficio individual. Sin embargo, cuando a la valorización de nuestra herencia planetaria y racial, tanto creadora como histórica, se agregue la comprensión de los valores morales y espirituales, sabremos más o menos lo que el hombre verdaderamente espiritual está destinado a ser. En relación con la población del planeta tales hombres son pocos y están muy diseminados, pero constituyen para el resto de la humanidad la garantía de una genuina posibilidad.
¿Se darán cuenta de esta oportunidad las personas cultas? ¿Nuestros civilizados ciudadanos aprovecharán la oportunidad de construir esta vez no una civilización material, sino un mundo de belleza y de correctas relaciones humanas, mundo en que los niños puedan realmente crecer a semejanza del Padre Uno, mundo en el cual los hombres podrán volver a la sencillez de los valores espirituales, de la belleza, de la verdad y la bondad?
Sin embargo, frente a la reconstrucción mundial exigida y a la tarea poco menos que imposible de salvar a los niños y a la juventud del mundo, hay quienes se dedican a recolectar fondos para reconstruir iglesias y restaurar viejos edificios, a pedir dinero que sería mucho más necesario para curar cuerpos destrozados, traumas psicológicos y despertar amor y comprensión en quienes no creen que tales cualidades existen.
La Necesidad Inmediata de los Niños
Los problemas que debemos enfrentar son de tal magnitud que pueden anonadarnos e impedirnos responder a los numerosos interrogantes que surgen rápidamente en nuestras mentes. ¿Cómo podemos sentar las bases para un programa de largo alcance de reconstrucción, de educación y desarrollo de la juventud del mundo, y garantizar un mundo nuevo y mejor? ¿Cuáles son los planes fundamentales que deben ser forjados y adecuados para las muchas y diversas razas y nacionalidades? ¿Cómo podemos hacer un sólido comienzo ante los comprensibles odios y prejuicios profundamente arraigados?
Los valores éticos y morales entre los niños y especialmente entre los adolescentes, también se han deteriorado, y es necesario despertar en ellos los valores espirituales. Sin embargo se evidencia directamente que este despertar espiritual se está produciendo en Europa, y quizás de ese continente vendrá la nueva oleada espiritual que llevará al entero mundo a cosas mejores, y dará la seguridad de que nuestra civilización materialista se ha ido para siempre. Inevitablemente se producirá un renacimiento espiritual, y en ninguna parte es tan necesario como en los países que han escapado a los peores aspectos de la guerra. Para tal renacimiento debemos esperar y prepararnos.
El siguiente y urgente problema es ciertamente el de la rehabilitación psicológica de la juventud. Es cuestión de si los niños de Europa, China, Gran Bretaña y Japón, alguna vez se recuperarán totalmente de los efectos de la guerra. Los primeros y formativos años de su vida, fueron vividos bajo condiciones bélicas que –adaptables como son los niños- bien pudieron haber dejado vestigios de lo que han visto, oído y sufrido. Quizás habrá excepciones especialmente en Gran Bretaña y en partes de Francia.
Sólo el tiempo indicará la extensión del daño causado. Sin embargo mucho puede hacerse para contrarrestarlo y hasta eliminarlo por la acción inteligente de los padres, médicos, enfermeras y educadores. Es penoso informar que los neurólogos y sicólogos poco o nada han hecho en esta necesaria línea de salvación; no obstante su trabajo especializado es muy necesario y tan urgente como es la demanda de vestimenta o alimento.
Sería de valor al forjar nuestros planes y expresar nuestras buenas intenciones, recordar que las diversas naciones implicadas en la guerra mundial, cuyos países han soportado el peso de la ocupación, están elaborando sus propios planes. Saben lo que quieren; están decididas a cuidar en lo posible a su propio pueblo, salvar a sus niños y restaurar su específica cultura y sus territorios. La tarea de las Grandes Potencias (con sus inmensos recursos) y la de los filántropos y humanistas de todo el mundo, consistirá en cooperar con esas naciones, lo cual no es imponerles lo que, desde su posición ventajosa, consideran bueno para ellas. Estas naciones quieren cooperación comprensiva, implementos agrícolas y ayuda inmediata de alimentos y ropas, además de lo necesario para instaurar nuevamente sus instituciones educativas, organizar sus escuelas y equiparlas con lo necesario. No quieren una hueste de personas con buenas intenciones que se hagan cargo de sus instituciones educativas o médicas, o que les impongan ideologías democráticas, comunistas o de cualquier otra índole..
Naturalmente deben eliminarse los principios del nazismo y del fascismo, pero las naciones deben ser libres para desarrollar su propio destino, pues cada una tiene sus tradiciones, su cultura y su raigambre propias, viéndose forzadas a construir nuevamente, pero lo que construyen debe ser algo propio, característico y la expresión de su propia vida interna. La función de las naciones más ricas y libres es ayudar a las otras a construir, para que el nuevo mundo pueda venir a la existencia. Cada nación debe encarar el problema de su restauración a su propia manera.
Esta necesidad no significa de ningún modo desunión; debería significar un mundo más rico y más colorido. Tampoco significa separación, erección de barreras o encastillamiento tras los muros del prejuicio y las tradiciones raciales. Hay dos relaciones vinculadoras importantes que deben ser cultivadas y traerán una comprensión más estrecha en el mundo de los hombres, y son: la educación y la religión. En este capítulo estamos considerando el factor educación, que ha fracasado en promover la unidad mundial en el pasado (como lo ha demostrado la guerra), pero en el futuro podrá controlarlo inteligentemente.
En la actualidad presenciamos la lenta pero constante formación de grupos internacionales reunidos para preservar la unidad mundial, proteger el trabajo, ocuparse de la economía del mundo y conservar la integridad y la soberanía de las naciones, comprometiéndose todas y cada una de ellas a tomar parte definida en el trabajo de asegurar las correctas relaciones humanas en todo el planeta. Estemos de acuerdo o no, con los detalles o los compromisos específicos, con la formación de Juntas Consultivas Internacionales y sobre todo con las Naciones Unidas, éstas son esperanzadas indicaciones del progreso de la humanidad hacia un mundo en el cual las correctas relaciones humanas se consideran esenciales para la paz del mundo, donde la buena voluntad será reconocida y se harán las previsiones necesarias para desarrollar las condiciones que evitarán la guerra y la agresión.
En el campo de la educación es esencial un tipo así de acción unida. Sin lugar a dudas debería regir una unidad de objetivos en los sistemas de educación de las naciones, aunque no sea posible la uniformidad de métodos y técnicas.
Diferencias de idioma, de trasfondo y de cultura, siempre han existido y deberán existir, y constituyen el bello tapiz que conforman la vida humana a través de las épocas. Pero mucho de lo que hoy ha conspirado contra las correctas relaciones humanas, debe y tiene que ser eliminado.
En la enseñanza de la historia, por ejemplo, ¿hay que volver a los antiguos métodos por los que cada nación se glorifica frecuentemente a expensas de las demás, donde los hechos se alteran sistemáticamente y las diversas guerras, en el transcurso de la épocas, son el eje alrededor del cual gira la historia? –una historia de agresión, surgimiento de una civilización materialista y egoísta, de espíritu nacionalista y por ende separatista, que ha engendrado odios raciales y estimulado orgullos nacionales. La primera fecha histórica que generalmente recuerda el niño británico común es “Guillermo el Conquistador, en 1066”. El niño estadounidense recuerda el desembarco de los Padres Peregrinos y el gradual despojo del país a sus legítimos habitantes, o quizás el incidente del té, en Boston. Los héroes de la historia son todos guerreros: Alejandro el Magno, Julio César, Atila el rey de los Hunos, Ricardo Corazón de León, Napoleón, Jorge Washington y muchos otros. La geografía es en cierto modo otra forma de historia, presentada en forma similar; historia de descubrimientos, investigaciones y rapiñas, seguida generalmente del trato cruel e inicuo dado a los habitantes de las tierras descubiertas. La avaricia, la ambición, la crueldad y el orgullo, son los principios fundamentales de nuestra enseñanza de la historia y la geografía.
Guerras, agresiones y latrocinios, que han caracterizado a toda gran nación sin excepción, son realidades y no pueden ser negadas. Ciertamente se podría destacar el mal que esos hechos (que culminaron en las guerras 1914-1945) han producido, y también demostrar las antiguas causas de los prejuicios y aversiones actuales y poner de manifiesto su futilidad. ¿No sería posible construir la historia sobre las grandes y nobles ideas que han conformado a las naciones e hicieron de ellas lo que son, y acentuar el espíritu creador que las ha caracterizado? ¿No podríamos darle mayor preponderancia a las grandes épocas culturales surgidas espontáneamente en alguna nación, que enriquecieron al mundo entero y dieron a la humanidad su literatura, su arte y su visión?
La guerra mundial causó grandes emigraciones. Los ejércitos marcharon y combatieron en todas partes del mundo; los pueblos perseguidos huían de un país a otro; algunos seres altruistas y abnegados iban de un país a otro ayudando a los soldados, cuidando a los enfermos, alimentando a los hambrientos y estudiando las condiciones prevalecientes. En la actualidad el mundo es muy pequeño, y los hombres están descubriendo (a veces por primera vez en su vida) que la humanidad es una, que todos los hombres, sin tener en cuenta el color de su piel o el país en que viven, son sus semejantes. Las distintas razas están muy entremezcladas. Estados Unidos está compuesto por personas de todos los países; más de cincuenta razas o naciones distintas componen la Rusia Soviética. El Reino Unido es una comunidad de naciones independientes unidas en un sólo grupo. La India está compuesta por una infinidad de pueblos, religiones y lenguas, de allí su problema. El mundo mismo es un gran crisol en el cual se está forjando la Humanidad Una. De lo expuesto se deduce que es necesario cambiar drásticamente los métodos de presentación de la historia y la geografía. La ciencia ha sido siempre universal. Las grandes obras del arte y de la literatura han pertenecido siempre al mundo. Sobre estos hechos ha de construirse la educación que deberá darse a los niños del mundo –erigida sobre nuestras similitudes, nuestras realizaciones creadoras, nuestros idealismos espirituales y nuestros puntos de contacto. Si esto no se realiza, nunca se curarán las heridas de las naciones ni se derribarán las barreras que han existido durante siglo
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