Capítulo I
Rehabilitación Psicológica de las Naciones
Este problema es más complicado y se halla mucho más arraigado de lo que parece a primera vista. Si tuviéramos que ocuparnos únicamente de la sicosis nacional, de las condiciones mentales inducidas por la guerra y por haber participado en ella, el problema sería de por sí bastante agudo, pero podría ser resuelto fácilmente por el restablecimiento de la seguridad, un sensato tratamiento psicológico de las distintas nacionalidades, la rehabilitación física y el restablecimiento de la libertad, de la oportunidad y del bienestar y sobre todo, organizando a los hombres y mujeres de buena voluntad. Este último grupo debería demostrar que está dispuesto a llevar a cabo los procesos educativos necesarios y (lo que es mucho más importante) se esfuerza por transmitir inspiración espiritual –algo que la humanidad necesita hoy urgentemente. Hay en la actualidad suficientes hombres y mujeres de buena voluntad que puedan realizarlo, siempre que se pueda llegar a ellos, inspirarlos y apoyarlos en su esfuerzo, tanto material como espiritualmente.
La situación es mucho más difícil de lo que parece al analizarla superficialmente. El problema psicológico implicado posee un trasfondo de siglos; es inherente al alma de cada nación y condiciona actualmente la mente de todos esos pueblos. Aquí reside la mayor dificultad, la cual no cederá fácilmente ante cualquier esfuerzo o empresa espiritual, aunque sea llevada a cabo por las iglesias organizadas (que demuestran una profunda falta de apreciación del problema) o los grupos e individuos orientados espiritualmente.
El trabajo que debe realizarse es tan agudamente necesario, y el riesgo de que no se realice es tan tremendo que, lógicamente indica que ciertas importantes y peligrosas líneas y determinadas actitudes nacionales, constituirían una amenaza para la paz del mundo. Estos problemas se dividen en dos categorías:
Los problemas psicológicos internos de cada nación.
Los problemas mundiales, tales como la relación entre las naciones, la economía y las fuerzas laborales.
Antes de que el mundo pueda llegar a ser un lugar más seguro, agradable, sano y bello, todas las naciones deben hacer un balance y comenzar a solucionar sus propias debilidades y complejos psicológicos. Cada nación debe disfrutar de buena salud mental y esforzarse por alcanzar sensatos objetivos psicológicos. Además debe lograrse la unidad internacional basada no sólo en la mutua confianza, sino en los correctos objetivos mundiales y en la verdadera comprensión psicológica.
Los hombres y mujeres de todas partes ya están trabajando para el mejoramiento individual; en cada nación hay grupos similarmente motivados; el impulso por obtener una mayor belleza de expresión, mejor carácter y mejores condiciones de vida, es la eterna característica predominante del género humano. En las primeras épocas de la historia de la raza este impulso fue manifestado por el deseo de mejorar las circunstancias materiales y el medio ambiente; este anhelo se expresa hoy como una demanda para obtener belleza, bienestar y cultura; clama por obtener la oportunidad de trabajar en forma creadora y pasa, gradual pero inevitablemente, a la etapa en que las correctas relaciones humanas lleguen a ser de primordial importancia.
En la actualidad cada nación tiene ante sí una grande y excepcional oportunidad. Hasta ahora el problema de integración psicológica, vida inteligente, crecimiento espiritual y revelación divina, ha sido tratado solamente desde el punto de vista del hombre, el ente. Debido a los progresos científicos del género humano (como resultado del desarrollo del intelecto humano) es posible pensar en términos más amplios y ver a la humanidad en una perspectiva más real. Nuestro horizonte se extiende hasta el infinito y nuestros ojos ya no están fijos en un primer plano. Hoy se reconoce la unidad familiar en relación con la comunidad, a la cual vemos como parte integrante y efectiva de la ciudad, del estado o de la nación. Tenuemente, aunque todavía en forma ineficaz, estamos proyectando este mismo concepto hacia el campo de las relaciones internacionales. Los pensadores actúan en todo el mundo en forma internacional, lo cual garantiza el futuro, porque sólo cuando los hombres piensen en estos términos más amplios, será posible la fusión de todos ellos, la hermandad vendrá a la existencia y la humanidad será una realidad en nuestra conciencia.
La mayoría de los hombres piensan hoy en términos de su propia nación o grupo, el cual es el concepto más amplio que poseen; han sobrepasado la etapa de su individual bienestar físico y mental y visualizan la posibilidad de aportar su cuota de utilidad y estabilidad al todo nacional, y tratan -de colaborar, comprender y acrecentar el bien de la comunidad. Esto no es raro, pero describe la actitud que asumen miles de personas de cada nación. Tal espíritu y actitud caracterizarán algún día la actitud de una nación respecto de otra, lo cual no ocurre en la actualidad, porque rige una sicología muy diferente. Las naciones buscan y exigen lo mejor para sí mismas, no importa lo que ello implique para otras naciones, y consideran esto una actitud correcta y típica de buena ciudadanía; además están caracterizadas por odios y prejuicios, muchos de los cuales no se justifican hoy, como no se justificaría emplear un lenguaje obsceno en una reunión religiosa; están también divididas dentro de sus fronteras y separadas por barreras raciales, diferencias partidarias y actitudes religiosas, lo cual trae inevitablemente desorden y finalmente produce desastres.
Un intenso espíritu nacionalista –afirmativo y jactancioso— caracteriza a los ciudadanos de la mayoría de los países, especialmente en sus mutuas relaciones. Esto engendra antipatía y desconfianza y perturba las correctas relaciones humanas. Todas las naciones son culpables de estas cualidades y actitudes, expresadas de acuerdo a su grado de cultura e ingenio individuales. En todas las naciones como en todas las familias, existen grupos o individuos que son reconocidos como fuente de dificultades, por personas bien intencionadas. Dentro de la comunidad internacional algunos países son y fueron durante largo tiempo agentes perturbadores.
El problema de la interrelación e interacción entre naciones es en su mayor parte psicológico.
Los efectos del alma de una nación son poderosos. La forma mental nacional (creada en el transcurso de los siglos por el pensamiento, los objetivos y las ambiciones de una nación) constituye su objetivo ideal y es muy eficaz para condicionar al pueblo.
Un polaco, un francés, un americano, un hindú, un británico o un alemán, son fácilmente reconocibles dondequiera que se encuentren. Tal reconocimiento no depende exclusivamente de su apariencia, acento o hábitos, sino principalmente de la expresión de su actitud mental, de su sentido de lo relativo y la afirmación de su nacionalidad, indicios que expresan la reacción a determinada forma mental nacional bajo la cual el hombre se ha formado. Si dicha reacción lo convierte en un buen ciudadano, que colabora dentro de los límites nacionales, es bueno y deseable; si por el contrario lo hace prepotente, orgulloso y separatista en su modo de pensar, que censura a los ciudadanos de otros países, contribuye a la desunión mundial y a la perturbación internacional, y esto amenaza la paz del mundo. Por lo tanto el problema llega a ser compartido por todos los pueblos. Las naciones pueden ser (y frecuentemente lo son) antisociales, pues contienen en sí ese elemento.
El propio interés y sus habilidades inherentes constituyen la característica que predomina hoy en la mayoría de los hombres. No obstante, en todos los países se encuentran quienes han trascendido tales actitudes autocentradas y se interesan por el bienestar cívico y nacional, más que por sí mismos. Unos pocos, en verdad muy pocos, en lo que a las masas humanas se refiere, piensan en forma internacional y se preocupan del bienestar de la humanidad como una totalidad. Anhelan ansiosamente que se reconozca el Mundo Uno y la Humanidad Una.
La etapa del egoísmo nacional y de la determinación fija de preservar la integridad nacional –interpretadas con frecuencia en términos de fronteras y ampliación comercial— ha de desaparecer gradualmente.
Las naciones deben llegar a una comprensión más benéfica y considerar que su cultura y recursos nacionales, más su capacidad de servir al género humano, son contribuciones que deben hacer en bien de la totalidad. La importancia dada a las posesiones materiales y a los extensos territorios, no indican madurez; luchar para conservarlos o expandirlos, son signos de inmadurez, propia del adolescente. El género humano recién ahora está creciendo, y la humanidad está demostrando un mayor sentido de responsabilidad, capacidad para resolver sus propios problemas y pensar en términos más amplios. La última guerra mundial fue sintomática de la inmadurez, del pensar adolescente, de las incontroladas emociones infantiles y de los reclamos (por parte de las naciones antisociales) de lo que no les pertenece, como infantes que siempre piden más. El intenso aislamiento y la política de no intervención de ciertos grupos de los Estados Unidos, la demanda por una Australia y Sud Africa blancas, el lema “América para los americanos”, el imperialismo británico y los insistentes reclamos de Francia por ser reconocida, son otros ejemplos. Todo indica incapacidad de pensar en términos más amplios, expresa irresponsabilidad mundial y pone de manifiesto el infantilismo de la raza, incapaz de captar la amplitud del todo, del cual cada nación forma parte. La guerra y la constante demanda por fronteras territoriales, basadas en la historia pasada; el aferramiento a posesiones materiales y nacionales a expensas de otros pueblos, será algún día considerada por una raza de hombres más maduros, como riñas infantiles por un juguete favorito. Llegará el día en que no se oirá ya el desafiante grito de “esto es mío”. Mientras tanto, este espíritu agresivo y falto de madurez, dio origen a la guerra 1914-1945. Dentro de mil años la historia lo calificará como el colmo del egoísmo infantil que niños codiciosos iniciaron, a cuyos métodos agresivos no se supo poner término, porque las otras naciones fueron demasiado infantiles para actuar con firmeza ante los primeros indicios de una guerra.
La raza enfrenta una nueva crisis de oportunidad, tendrán importancia los nuevos valores y se considerará deseable el establecimiento de las correctas relaciones humanas, no sólo desde el punto de vista idealista, sino desde un ángulo totalmente egoísta. Algún día los principios de colaboración y participación reemplazarán a los de la codicia posesiva y la competencia.
Tal el inevitable y próximo paso que debe dar la humanidad, paso para el cual el proceso evolutivo ha preparado al género humano.
El egoísmo y el interés propios impidieron a varias naciones ponerse del lado de las Fuerzas de la Luz, manteniendo una neutralidad egoísta y prolongando la guerra durante años. Cuando Alemania invadió Polonia y como consecuencia Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra, ¿ no es lógico pensar que si todas las naciones del mundo civilizado le hubieran declarado sin excepción la guerra y su hubiesen unido para derrotar al agresor, ésta no habría durado lo que duró? La política interna, la envidia internacional, la desconfianza y los viejos rencores, el temor y la negativa a reconocer los hechos, trajeron desunión. Si todas las naciones hubieran visto las cosas con claridad, y hubiesen renunciado en 1939 a su egoísmo individual, la guerra habría terminado mucho antes. Si todos hubieran decidido actuar cuando Japón entró en Manchuria, e Italia en Etiopía, la guerra que ha devastado a todo el planeta no hubiese sido posible. A este respecto no hay nación que esté libre de culpa.
Es necesario poner esto en claro, a fin de que se piense en forma correcta al encarar el mundo de hoy e iniciar los pasos que, a su debido tiempo, nos llevarán a la seguridad mundial. Este período deberá enfrentarlo cada nación con sentido de culpabilidad individual y de innato fracaso psicológico. Es difícil admitir que ninguna nación (incluso la propia) tenga las manos limpias, y que todas sean culpables de la codicia y el latrocinio, de la separatividad, el orgullo y los prejuicios, lo mismo que de los odios nacionales y raciales. Todas las naciones tienen que hacer una limpieza interna, y deben hacerla conjuntamente con sus esfuerzos externos a fin de traer un mundo mejor y más habitable, con una conciencia mundial motivada en la idea del bien general, donde se ponga el énfasis en los valores superiores más que en los individuales y las ganancias nacionales y donde se enseñe a. los pueblos la correcta ciudadanía nacional por un lado, y las responsabilidades de la ciudadanía mundial por otro.
¿Es este cuadro demasiado idealista? La garantía de su posibilidad reside en el hecho de que miles de personas piensan actualmente de acuerdo a estas líneas idealistas; miles de ellas se ocupan de forjar planes para un mundo mejor y otras hablan de tal posibilidad. Todas las ideas que emanan de lo divino en el hombre y en la naturaleza, se convierten oportunamente en ideales (aunque algo deformado el proceso) y finalmente en principios que rigen a las masas. Tal la verdadera secuencia del proceso histórico.
Podría ser de utilidad analizar brevemente algunos de los reajustes psicológicos que las naciones deben realizar dentro de sus propias fronteras, pues la reforma debe comenzar por casa; luego analizaremos el panorama mundial, que nos dará una nueva Visión. La antigua afirmación bíblica “Donde no hay visión los pueblos perecen” tiene una base científica.
La historia nos presenta un largo pasado de luchas, guerras, cambios de fronteras, descubrimientos y rápidas anexiones de nuevos territorios, donde está implicado el subyugamiento de los nativos, a veces de gran beneficio para ellos, pero generalmente inexcusables. El espíritu nacionalista y su difusión es el trasfondo de la historia moderna, tal como se enseña en nuestras escuelas, nutriendo así el orgullo nacional y engendrando enemistades nacionales, odio y envidia raciales. La historia se preocupa de las líneas de demarcación entre los países y el tipo de regímenes que cada uno ha desarrollado, líneas que se defienden rígidamente, y la adopción del pasaporte en este siglo, indica la cristalización de esta idea. La historia describe la tenaz determinación de cada país en preservar sus fronteras a toda costa mantener intactas su civilización y cultura, ampliándolas en lo posible, sin compartir nada con otras naciones, excepto lo que sea de beneficio económico, para lo cual existe una legislación internacional. Sin embargo, la humanidad es siempre una sola, y los productos de la tierra pertenecen a todos. Tal actitud errónea no sólo ha fomentado el sentido de separatividad, sino que ha traído la explotación de los grupos más débiles, por los más fuertes, y el derrumbe de la vida económica de las masas, producido por un mero puñado de grupos poderosos.
Los antiguos hábitos de pensar y reaccionar masivamente son difíciles de superar. Aquí reside el principal campo de batalla del mundo. Hay que reeducar a la opinión pública. Las naciones retoman los modos de conducta y pensamiento profundamente arraigados, que caracterizaron a las naciones durante generaciones. En bien del interés general es necesario enfrentar nuestro pasado, reconocer las nuevas tendencias y renunciar a los viejos modos de pensar, sentir y actuar, si no queremos que la humanidad descienda a mayores profundidades que en la última guerra.
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