El empleo sistemático de la pena de muerte, como sanción para los delitos graves, derivaba de una comprensión de la pena que no incluía la posible redención y corrección de la conducta del penado. Las diferentes formas de aplicar la pena de muerte no se referían tan solo a la gravedad o naturaleza de los delitos cometidos, sino que partían de la necesaria diferenciación de los criminales según la categoría de las personas en aquella sociedad estamental fuertemente jerarquizada. Tan importante como la pena elegida, o su modalidad, resultaba el espectáculo de que se rodeaba la ejecución, que usualmente debía ser pública, ya que servía también como escarmiento de delincuentes, teatro del poder y lección para el resto de súbditos.
I. Bazán
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