Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
Siendo la humildad la virtud moral por la que el hombre reconoce que de si mismo solo tiene la nada y el pecado, es necesario, pues, trabajar al servicio de Dios con humildad, ya que todo es un don de Dios de Quien todos dependemos y a Quien se debe toda la gloria. Por tanto, al servir a Dios con humildad no nos vanagloriaremos, porque la soberbia no está en nosotros, porque la humildad es contraria a la soberbia. El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira, sino, que los elementos que encontramos en el mundo: los estudios el trabajo, y los logros que podemos encontrar en ellos deben significar para nosotros el medio para lograr nuestra salvación, porque es lo que va a durar eternamente en nosotros, y todo por la grande misericordia de Dios. El hombre actúa así, porque ha descubierto que ser hijo de Dios es un valor muy superior, porque el serlo, implica que Dios es su fin último y máximo, conformarse con Dios. Conformarse en cuanto que solo debo porque quiero tenerlo a Él por encima de todas las cosas, y para ello debo lograr mi salvación. En consecuencia si Él Es el centro de mi vida, no puedo estar lejos del centro, lejos de Dios, y para ello, para estar «en Dios», debo estar «en la gracia de Dios», asistiendo a La Confesión y tomando a Cristo Eucaristía.
El hombre humilde, es así, libre para estimarse en su justa medida y estimar a sus hermanos, dedicarse al amor y al servicio sin desviarse en juicios que no le pertenecen. Más aún cuando «no nos pertenerce» no entremos en el prejucio, porque «prejuiciar» es adelantarse al «juicio», y el juicio le corresponde a Dios. Es decir, que si no debemos juzgar ¿Qué hacemos prejuiciando? Es decir ¿Adelantándanos al juicio? Si ni el juicio nos corresponde. Por tanto, no juzguemos, ni menos prejuzguemos. Por el contrario «el sano juicio» es la crítica cuando es positiva y constructiva, es buena, porque ahí «si nos pertenece»; es decir que lo podemos hacer, porque está en nosotros poder expresar algún comentario, porque «nos pertenece» manifestar alguna aprobación que ayuda y edifica a nosotros mismos y a nuestro prójimo, esto ya no entra en un prejuicio ni en un juicio de condena. Y cuando se critica en ocasiones con dureza, si se hace en plena conciencia para ayudar a alguien a enmendar su vida, es necesario hacerlo, y hacerlo con dureza, con acidéz y aún con alguna ironía mientras sea con caridad y sin que brote de nuestros corazones el odio o menosprecio hacia la otra persona, mientras ello no nos dañe, ni dañe al prójimo, podemos criticar para ayudar y construir a nosotros mismos y al prójimo. Por tanto, el prejuicio y el juicio que son con malas intensiones, no los confundamos con la crítica constructiva y el sano juicio.
Servir así al Señor, con humildad y ayudando a nuestro prójimo, como dice el Apóstol en La Primera Lectura: «en las penas y pruebas» nos ayuda a reconfortarnos, porque en la dureza nos fortalecemos por la fe y la esperanza de lograr la corona de la gloria. Nuestra misión es de hacerlo a tiempo y destiempo y como lo dice San Pablo: «predicado y enseñado en público y en privado». Por tanto hermanos y hermanas, nos corresponde manifestar a Cristo y Su Evangelio en todo lugar y en todo momento, y no quedarnos con las enseñanzas porque mucho se nos ha dado y mucho se nos pedirá, es por ello que no debemos quedarnos con lo que sabemos, antes bien debemos expresarlo con caridad y fortaleza al mundo para que muchos puedan ser salvados.
No nos preocupemos por el mañana que tiene su propio afán, dice El Señor, y luego el Apóstol: «El Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas» Contra esto, el Apóstol manifiesta seguridad pese a todo contratiempo que el hombre procura no tener, porque a nadie le gusta estar en sosobra y contrariedades, ya que propio de la naturaleza del hombre es estar con tranquilidad y vivir egoístamente para él, mientras a él (al hombre) no le ocurra nada, él no se mete con nadie, ni para bien ni para mal. Actitud egoísta, porque somos signo de contradicción porque dice: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para signo de contradicción. Lc. 2, 34», y Hch. 28, 22. Ése es el cristiano, que no escapa a la oportunidad de predicar a Cristo y Su Sagrado Evangelio aunque aguarden cárceles y luchas. Animémonos con lo que nos dice el salmista: «Bendito el Señor cada día, Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación. Nuestro Dios es un Dios que salva, el Señor Dios nos hace escapar de la muerte» Y añade El Apóstol Pablo: «Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera, y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del Evangelio, que es la gracia de Dios» y luego categóricamente dice: «Nunca me he reservado nada».
Ahondando en El Evangelio de hoy, El Señor Jesús pide al Padre: «Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti» Siendo la gloria majestad, esplendor y magnificencia, El Señor Jesús pide esta gloria, no en vanagloria, sino en sentidio que todos los dones, virtudes y frutos del Espírtu Santo, es decir, que la plenitud de Dios se manifieste en Él en ése momento para que llegada su próxima hora de Su Pasión y Muerte, Él, Cristo, pueda lograr derrotar al Demonio contra las incidias que lo pueden dejar de cumplir El Plan de Dios: La Cruz. Por tanto, con El Espíritu Santo en la plenitud de Cristo se garantiza la derrota del enemigo, no porque Cristo no lo podía hacer, porque en Su naturaleza Divina es Dios y no necesitaba ser glorificado, pero Su naturaleza humana así como fue creciendo en gracia, estatura y sabiduría, necesitaba crecer en todos los dones, virtudes y frutos que le ayudaran al grande sacrificio de soportar todo lo que pasó.
Para que Cristo soporte el ultraje del hombre era necesario tener a brote todo El Espíritu Santo manifestado en ése momento para que El Hijo venciendo al Demonio pueda retribuirle la gloria a Su Padre, porque no hacerlo es quedarse con la gloria con una actitud egoísta y soberbia, que es todo lo contrario a lo que hace El Señor Jesús, por ello dice: «Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti» Por tanto, El Padre alaba a Su Hijo dándole gloria, es decir, ensalsándolo por encima de todo dándole majestad con El Espíritu Santo, para que una vez obtenida la victoria el Hijo glorifique al Padre ¿Cómo? Resarciendo la ofensa que todos los hombres le hiceran, hacen y harán hasta el fin del mundo. Y que no se confunda el concepto bíblico de la palabra gloria, que es tomar a Dios en serio en toda la vida." Para el hebreo la gloria no significa -como para el griego o el francés- la fama o el renombre, sino el valor real, el peso de la gloria que es estar en Dios" (Vocabulaire de theologie biblique). Y estando en Dios es gozar de Su Espíritu Santo que nos concede lo que necesitamos para nuestra salvación.
Así, la gloria es El Mismo Espíritu Santo, porque dice: «Y ahora Tú, Padre, glorifícame a Mí junto a Ti mismo, con aquella gloria que en Ti tuve antes que el mundo existiese» ¿Qué es pues, esa gloria que tenían Padre e Hijo antes que el mundo existiese sino El Espíritu Santo? Éste Espíritu Santo que va a habitar en nosotros en la medida que estemos en la gracia de Dios, en la gracia de Cristo que en Su gloria, es decir, en Su majestad, significa como dice El Evangelio: «conforme al señorío que le conferiste sobre todo el género humano» Esa es Su majestad, Su gloria, Su reconocimiento, es decir, Su Señorío sobre todos los hombres por todo el bien que le ha hecho a la humanidad y a Su Padre resarciéndolo de las ofensas mismas del hombre. Por tanto existe la gloria que Es El Espíritu Santo y la gloria que es la majestad que se alcanza por reconocimiento a la obediencia en Cristo que goza del Señorío sobre todo el género humano, y la gloria que contiene El Espíritu Santo que manifestándose plenamente con todos sus favores en Cristo para vencer en La Cruz, y esa gloria que Es El Espíritu Santo que se entrega también al hombre para que logre la meta: Su santidad en La Vida Eterna.
Y la gloria del Señor Jesús no queda ahí, sino que añade: «dando vida eterna a todos los que Tú le has dado» Es decir, que la gloria de Dios no solo queda en El Padre y El Hijo, sino que está asociada a todos los hombres que anhelen y logren La Vida Eterna, que como añade: «es que te conozcan a Ti, solo Dios verdadero, y a Jesucristo Enviado tuyo» En lo que una vez más se manifiesta la unión estrechísima entre Cristo y Su Iglesia como Un solo Cuerpo.
El Padre engendró al Hijo y goza de la totalidad del Padre, en ése instante eterno que lo engendra (no lo crea), por ello dice: «han conocido verdaderamente que Yo salí de Ti» Luego, El Hijo hereda todo lo del Padre, entre ello, a todos nosotros, pues dice: «Eran tuyos, y Tú me los diste, y ellos han conservado tu palabra» Es decir, que si conservamos hasta el final La Palabra de Dios seremos de Cristo. Así añade: «en ellos he sido glorificado» Es decir, que Cristo es glorificado en quienes logren su salvación, pues, solo los que lograron su salvación son dignos de que dentro de ellos Cristo haya sido glorificado, y sigue: «Por ellos ruego; no por el mundo, sino por los que Tú me diste, porque son tuyos» Es decir, que quienes no murieron en Cristo y ahora no están «en Cristo» son del mundo hijos del Demonio.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios nos bendiga y La Santísima Virgen nos proteja, y que fructifique sobre abundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Como siempre los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar: El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día. Dice el Señor (Jn. 6, 54)
En El Nombre del Padre, etc.
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