Reflexión:
Comenzamos la reflexión de La Liturgia del día de hoy, poniéndonos en El Nombre del Padre, etc.
Queridos hermanos y hermanas:
Nuestro celo por la salvación de las almas debe estar siempre encendido, porque este celo proviene de la caridad que es El Amor de Dios que impregna en nuestros corazones para que podamos en esta caridad, amar a nuestros hermanos, porque los queremos bautizados o que hayan recurrido a cualquier sacramento que les faltara. En efecto, el celo por ver el alma de nuestro hermano, hermoseada por la redención misericordiosa de Dios en cada sacramento, nos debe llevar siempre a ver a nuestro hermano como si fuera de nuestra propia sangre; aunque sabemos que por nuestra naturaleza humana y la costumbre de haber vivido con nuestros familiares, sintamos más aprecio por ellos y menos aprecio que por cualquier amigo, conocido y menos aún por un desconocido. Pero aún sabiendo ello, cuando el hombre se ejercita en la vida de piedad con oraciones, ayunos y limosnas, y todas estas se ejerzan cada vez con mayor intensidad, la gracia de Dios inundará más nuestros corazones principalmente con la caridad, pues, de ella se desprende y mana todos los dones y virtudes que el hombre necesita para la salvación de su alma, la de sus hermanos y mayor gloria de Dios.
Así nos da el ejemplo El Apóstol en La Primera Lectura: «Todos los sábados discutía en la sinagoga, esforzándose por convencer a judíos y griegos»… Esta práctica de «esforzarse por convencer», en efecto, no es un comportamiento fariseo o testarudo que no entiende de razones y se cierra en la necedad de quien debe predicar La Palabra de Dios, sino, que ejerce por encima de todo «La Caridad: Amor de Dios» Luego de que se sabe uno mismo con este don de la caridad, en efecto, lo que el hombre haga lo hará con amor, y cuando el hombre vea que no está correspondiendo a la caridad para con su semejante, debe recordar que tampoco le está correspondiendo a Dios con sus actos, porque si amamos a Dios, debemos amar lo que Él ama, y Él ama a nuestros hermanos incondicionalmente y nosotros debemos esforzarnos por imitar a Cristo que nos amó hasta el extremo.
Si por el contrario, el hermano se cierra en no querer ser evangelizado, pese a tus manifiestos de ímpetu y de caridad, nos debemos a la oración por ellos, pues, en ése momento seguimos amando para que ésa alma se salve. Ése debe seguir siendo nuestra caridad, pensar en que si no se salva aquél hermano puede sufrir el cruel tormento eterno, porque el infierno es ausencia de Dios, es decir, que el hombre no sentirá el amor ni por él mismo, ni por sus hijos, ni padres, ni ningún familiar ni amigo, ni menos hacia cualquier prójimo, porque el alma del hombre ya no tiene amor, solo odio y amargura por él mismo y por todo ser vivo, porque en el infierno no está Dios, y si Él no está ahí, tampoco hay absolutamente nada de él ahí y por supuesto tampoco Su Amor.
Por tanto saber de nuestros hermanos que sufrirán eternamente nos debe condoler hasta las más profundas entrañas, imaginarlos en sufrimiento eterno, en donde estarán miles de millones de años y más hacia la eternidad y seguirán sufriendo y teniendo solo en el alma odio y amargura por ellos mismos y por todos, y Dios no estará en sus vidas… Reflexión.
Las palabras del Divino Redentor que manifestaba Su Resurrección cuando dice: "Un poco de tiempo y ya no me veréis: y de nuevo un poco, y me volveréis a ver, porque me voy al Padre". Pero para no verlo tenía que pasar por su amarga y dolorosa Pasión y Muerte, y es así que dice: «Vosotros vais a llorar y gemir, mientras que el mundo se va a regocijar»… pues, en efecto, esto es lo que pasó, mientras ellos lloraron Su Pasión y Muerte, el mundo, es decir, quienes lo sentenciaron y ejecutaron, ya que ellos, que no aceptaron al Mesías como lo manifestaban Las Escrituras y los profetas, llevaban en sus corazones las opresiones que el mundo ejercía sobre ellos y por tanto vivían con corazones endurecidos; por eso es que dice El Señor: «el mundo se va a regocijar»… Recordemos, pues, que el Demonio poseedor del Espíritu del mal, es llamado también «Príncipe de este mundo» (Jn 14, 30; 16, 11; Ef 6, 12).
El mundo, en este sentido desfavorable, sigue significando parte de la humanidad que rechaza la luz de Cristo, que vive en el pecado (Rm 5, 12-13), es decir, después de Cristo todos los que lo rechazan son del mundo, de las miserias del mundo, de las miserias que el Demonio invita y que el hombre acepta apegándose a estos placeres desmedidos o que los cambia por ejemplo por la asistencia dominical de La Eucaristía.
Efectivamente, los hombres que rechazan a Cristo conciben la vida presente con criterios contrarios a la ley de Dios, a la fe, al Evangelio que dice en 1 Jn 2, 15-17: No amen al mundo ni las cosas mundanas. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo (en el ambiente anticristiano) es concupiscencia de la carne, codicia de los ojos y ostentación de riqueza. Todo esto no viene del Padre, sino del mundo; pero el mundo pasa, y con él, su concupiscencia (inclinación al mal). En cambio, el que cumple la voluntad de Dios permanece eternamente.
Por tanto, el hombre vive con amarguras y gozos. Amarguras por causa del Demonio y gozos por causa de Dios. Amarguras porque el Demonio nos incita y caemos, e incita a otros a que caigan y cayendo ellos en ocasiones también es para impedir nuestros gozos que son la salvación de nuestras almas y las de nuestros hermanos. En efecto, el Demonio no solo se encarga de nosotros, sino, que ataca a otros para que ellos nos impidan nuestros crecimientos o el cumplimiento de nuestros apostolados que ayudan a nuestros hermanos, y como éste enemigo no quiere que nadie se salve, va hurgando por todos lados para hacernos la vida imposible. Por ello es que El Divino Redentor nos dice: «Estaréis contristados», y luego añade: «pero vuestra tristeza se convertirá en gozo» porque después de la cruz hay resurrección.
Queridos hermanos y hermanas, que Dios nos bendiga y La Santísima Virgen nos proteja, y que fructifique sobre abundantemente la liturgia de hoy en nuestras vidas.
Como siempre los dejo con el mensaje de la importancia de comulgar todos los días o cuanto menos los domingos y fiestas de guardar: El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, tiene Vida Eterna, y Yo lo resucitaré el último día. Dice el Señor (Jn. 6, 54)
En El Nombre del Padre, etc.
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