La profesión de arqueólogo, si bien es muy valorada en otros países, en España no corre la misma suerte.
Como ya tratamos en programas anteriores, las dificultades de la profesión, superan con mucho las ventajas. Sinceramente, uno no se hace arqueólogo por dinero, reconocimiento y gloria, más bien por una profunda vocación que compensa (a veces) las dificultades.
La batalla por el reconocimiento de la importancia de nuestro trabajo, a menudo, es agotadora. Os voy a exponer un breve panorama de este asunto.
Vivimos en un país cuya mayor fuente de ingresos es el turismo internacional, y tanto nuestro gobierno nacional, como los autonómicos recortan las partidas presupuestarias para el mantenimiento de nuestro Patrimonio Cultural (uno de los más ricos, interesantes y complejos del mundo, todo sea dicho). El único Patrimonio que recibe financiación, es el perteneciente a la Iglesia, a la que se le permiten barbaridades como la reinterpretación de la mezquita de Córdoba, entre otras muchas.
La España de las autonomías, en el caso concreto de la Arqueología, ha supuesto un escenario legal complejo y diferencial, que en muchos casos ha fomentado una falta de un contexto jurídico definido que caracterice a la profesión cuya responsabilidad directa es intervenir en los bienes históricos comunes.
Los Colegios profesionales, en los que un número minoritario de profesionales se inscriben (no es obligatorio, como en el caso de los abogados o arquitectos), luchan desde hace muchos años por la necesidad de regular un sector cuyos trabajadores tienen una enorme responsabilidad y un escaso reconocimiento.
También es cierto que la profesión está dividida, de una manera impensable en cualquier otro lugar del mundo. Nuestra Arqueología se divide entre aquellos que consideran que son una suerte de iluminados, depositarios de una verdad absoluta por un infundado criterio de autoridad (incapaces de trabajar en equipo, arrogantes y caciquiles), y otro colectivo (afortunadamente creciente) con una actitud colaborativa, profesional, innovadora y dialogante.
Los primeros son fruto de la anomalía del modelo de promoción de las universidades de nuestro país, y los segundos, una respuesta firme y autorizada a los abusos, incoherencia y mal ambiente que los primeros han generado en el sector.
No os perdáis lo que nuestros protagonistas nos van a contar, va a ser realmente interesante.
De estas y otras cuestiones hablaremos hoy en El Cronovisor.
Comentarios
Gracias por tu comentario Kastata. Estoy completamente de acuerdo contigo en que el tema es más complejo. Ciertamente hay diferentes maneras de enfrentarse a la profesión, tanto científica como profesionalmente. En mi opinión, en nuestro país se ha premiado al más agresivo, que no es necesariamente el mejor. Afortunadamente, estoy observando como la razón y la calidad del trabajo, pone a todo el mundo en su sitio. El punto de inflexión, en mi opinión, está en la existencia de Internet, que permite exponer el trabajo realizado sin tener que pasar por los filtros de aquellos que no permitían que nadie les hiciese sombra. España era académicamente una anomalía, en la que la endogamia primaba frente a la movilidad y la colaboración abierta entre profesionales para un objetivo común. Creo que poco a poco todo irá cambiando, a mejor ;D.
No se puede definir mejor a algunos arqueólogos profesores universitarios; aunque la verdad es que no solamente les mueve es esa posesión de la verdad y autoridad (y el tema no va por el miedo a lo nuevo, que también). El análisis es más profundo.