Cristianos en Japón La Biblioteca de Alejandría

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Descripción de Cristianos en Japón La Biblioteca de Alejandría

japón jesuitas tokugawa hideyoshi Periodo Edo


Este audio le gusta a: 78 usuarios

Comentarios

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Pedro Pardo

Magnífico resumen de una historia apasionante. Un placer escucharos!!!

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Estrella

Hace unas semanas vi la película Silencio. Es una película intensa que te deja el alma en suspense durante días. Cuestiona donde están los límites de la fe, la traición, el perdon, el martirio... y todo ello en torno a la historia que has narrado. Os la recomiendo si no la habéis visto. Muy buen podcast! Saludos

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Anónimo

Desprecian a la Iglesia Catolica y presentan como muy interesante la vida del Marqués de Sade… se os ve el plumero

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Anónimo

Me encargaré de comentar en las redes la falta de objetividad y de credibilidad

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Anónimo

Los comentarios subjetivos le quitan valor a la historia. No me parece nada serio y completamente sesgado…

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Hernán Cortés

Menudo truño negrolegendario .Hasta luego Lucas

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Hernán Cortés

Y cómo fuimos los españoles a repartir el cristianismo los españoles a América? Según usted. Claro.

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Hernán Cortés

Inicio » Recursos » Santos San Pablo Miki y Compañeros 6 de Febrero  "Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico." Fueron 26, martirizados el mismo día, 5 de febrero del año 1597. En el año 1549 San Francisco Javier llegó al Japón y convirtió a muchos paganos. Ya en el año 1597 eran varios los miles de cristianos en aquel país. Y llegó al gobierno un emperador sumamente cruel y vicioso, el cual ordenó que todos los misioneros católicos debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en vez de huir del país, lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir ayudando a los cristianos. Fueron descubiertos y martirizados brutalmente. Los que murieron en este día en Nagasaki fueron 26. Tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos. Los mártires jesuitas fueron: San Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador: San Juan Goto y Santiago Kisai, dos hermanos coadjutores jesuitas. Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, un mexicano que había ido a misionar al Asia. San Gonzalo García que era de la India, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los franciscanos en el Japón y San Francisco de San Miguel. Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado. A los 26 católicos les cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos. Al llegar a Nagasaki les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la distancia de un metro y medio. La Iglesia Católica los declaró santos en 1862. Testigos de su martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera: "Una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano Gonzalo rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría". Al Padre Pablo Miki le parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso que le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad de los Padres jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación añadió las siguientes palabras: "Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar". Luego, vueltos los ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se pudo a cantar los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía decir continuamente: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía". Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre. Luego los verdugos sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con lo que en unos momentos pusieron fin a sus vidas. El pueblo cristiano horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María! Mártires Japoneses en la Inicio » Recursos » Santos San Pablo Miki y Compañeros 6 de Febrero  "Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico." Fueron 26, martirizados el mismo día, 5 de febrero del año 1597. En el año 1549 San Francisco Javier llegó al Japón y convirtió a muchos paganos. Ya en el año 1597 eran varios los miles de cristianos en aquel país. Y llegó al gobierno un emperador sumamente cruel y vicioso, el cual ordenó que todos los misioneros católicos debían abandonar el Japón en el término de seis meses. Pero los misioneros, en vez de huir del país, lo que hicieron fue esconderse, para poder seguir ayudando a los cristianos. Fueron descubiertos y martirizados brutalmente. Los que murieron en este día en Nagasaki fueron 26. Tres jesuitas, seis franciscanos y 16 laicos católicos japoneses, que eran catequistas y se habían hecho terciarios franciscanos. Los mártires jesuitas fueron: San Pablo Miki, un japonés de familia de la alta clase social, hijo de un capitán del ejército y muy buen predicador: San Juan Goto y Santiago Kisai, dos hermanos coadjutores jesuitas. Los franciscanos eran: San Felipe de Jesús, un mexicano que había ido a misionar al Asia. San Gonzalo García que era de la India, San Francisco Blanco, San Pedro Bautista, superior de los franciscanos en el Japón y San Francisco de San Miguel. Entre los laicos estaban: un soldado: San Cayo Francisco; un médico: San Francisco de Miako; un Coreano: San Leon Karasuma, y tres muchachos de trece años que ayudaban a misa a los sacerdotes: los niños: San Luis Ibarqui, San Antonio Deyman, y San Totomaskasaky, cuyo padre fue también martirizado. A los 26 católicos les cortaron la oreja izquierda, y así ensangrentados fueron llevados en pleno invierno a pie, de pueblo en pueblo, durante un mes, para escarmentar y atemorizar a todos los que quisieran hacerse cristianos. Al llegar a Nagasaki les permitieron confesarse con los sacerdotes, y luego los crucificaron, atándolos a las cruces con cuerdas y cadenas en piernas y brazos y sujetándolos al madero con una argolla de hierro al cuello. Entre una cruz y otra había la distancia de un metro y medio. La Iglesia Católica los declaró santos en 1862. Testigos de su martirio y de su muerte lo relatan de la siguiente manera: "Una vez crucificados, era admirable ver el fervor y la paciencia de todos. Los sacerdotes animaban a los demás a sufrir todo por amor a Jesucristo y la salvación de las almas. El Padre Pedro estaba inmóvil, con los ojos fijos en el cielo. El hermano Martín cantaba salmos, en acción de gracias a la bondad de Dios, y entre frase y frase iba repitiendo aquella oración del salmo 30: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu". El hermano Gonzalo rezaba fervorosamente el Padre Nuestro y el Avemaría". Al Padre Pablo Miki le parecía que aquella cruz era el púlpito o sitio para predicar más honroso que le habían conseguido, y empezó a decir a todos los presentes (cristianos y curiosos) que él era japonés, que pertenecía a la compañía de Jesús, o sociedad de los Padres jesuitas, que moría por haber predicado el evangelio y que le daba gracias a Dios por haberle concedido el honor tan enorme de poder morir por propagar la verdadera religión de Dios. A continuación añadió las siguientes palabras: "Llegado a este momento final de mi existencia en la tierra, seguramente que ninguno de ustedes va a creer que me voy a atrever a decir lo que no es cierto. Les declaro pues, que el mejor camino para conseguir la salvación es pertenecer a la religión cristiana, ser católico. Y como mi Señor Jesucristo me enseñó con sus palabras y sus buenos ejemplos a perdonar a los que nos han ofendido, yo declaro que perdono al jefe de la nación que dio la orden de crucificarnos, y a todos los que han contribuido a nuestro martirio, y les recomiendo que ojalá se hagan instruir en nuestra santa religión y se hagan bautizar". Luego, vueltos los ojos hacia sus compañeros, empezó a darles ánimos en aquella lucha decisiva; en el rostro de todos se veía una alegría muy grande, especialmente en el del niño Luis; éste, al gritarle otro cristiano que pronto estaría en el Paraíso, atrajo hacia sí las miradas de todos por el gesto lleno de gozo que hizo. El niño Antonio, que estaba al lado de Luis, con los ojos fijos en el cielo, después de haber invocado los santísimos nombres de Jesús, José y María, se pudo a cantar los salmos que había aprendido en la clase de catecismo. A otros se les oía decir continuamente: "Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía". Varios de los crucificados aconsejaban a las gentes allí presentes que permanecieran fieles a nuestra santa religión por siempre. Luego los verdugos sacaron sus lanzas y asestaron a cada uno de los crucificados dos lanzazos, con lo que en unos momentos pusieron fin a sus vidas. El pueblo cristiano horrorizado gritaba: ¡Jesús, José y María! Mártires Japoneses en la Buscadle justificación también cuando liquidaron a todos los misioneros en Filipinas en la SGM

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totillos

El tema y la explicación de las circunstancias de cada momento son excelentemente expuestos. Creo haber visto una película sobre el tema de la prohibición de la religión católica, con dos o tres sacerdotes que viven en la clandestinidad y son atendidos por los habitantes de las poblaciones.

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ayala

Un saludo para Carlos, Jesús, Juan e Iván, otra gran entrega con un tema muy interesante. Inicial con la explicación de la globalización me era desconocida y muy esclarecedora. Verdaderamente la naciente orden “La Compañía de Jesús” logró lo impensable: Comprender, asimilar la mentalidad japonesa, totalmente diferente a cualquiera conocida y desde este lugar iniciar su labor evangelizadora, algunos hablan de una adaptación camaleónica. Hasta donde conozco (de no ser así me corrige) el 15 por ciento de dinero generado por el comercio de la seda le correspondía a los jesuitas, esta orden era la única que dentro de sus preceptos debía lealtad y obediencia al Papa por esto había decretos que sólo permitió en un principio su exclusiva presencia en Japón. Pero la presión de las otras órdenes logró su cometido y las formas vivir y de evangelizar , sin adaptarse provocaron mayor suspicacia, además con la llegada al poder de Toyotomi Hideyoshi, empezó a perseguirlos por miedo a perder el control de la nación, ya en 1612 publica una orden que prohíbe el catolicismos, en 1616 “el shogunato” promulga una política de aislamiento y ya en forma definitiva hacia el el 1633 se prohíbe bajo pena de muerte viajar al exterior, después se prohíbe la presencia de evangelizadores a través del decreto “Sakoku”(cierre del país) Solo mantuvieron trato comercial con China y Holanda. A la distancia seguramente estas medidas evitaron el colonialismo y el imperialismo de los siglos posteriores. En realidad este aislamiento de Japón permitió el florecimiento de la nación, surgimiento de su arte, arquitectura, teatro, literatura, y figuras legendarias y tan propias como “las geishas” y “los samurais”entre otros. Aunque desconozco el costo en vidas y sometimiento del pueblo en aras de el logro de esta identidad. Coincido con la recomendación de la película “Silencio” basada en la novela histórica de Shiseku Endo, en que de describe las persecuciones y tormentos de los católicos en el s. XVII, centrándose en lo que pudo ser el dilema de Ferreira buscaba la salvación de él apostatando o salvar a los creyentes quienes seguramente lo seguirían en e la muerte. Muy brillante y detallada presentación.

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