Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Deimost_Anything
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XVII
Cuando se quiere ser ingenioso, sucede que se miente un poco. No he sido muy honesto al
hablar de los faroleros y corro el riesgo de dar una falsa idea de nuestro planeta a los que no lo cono
cen.
Los hombres ocupan muy poco lugar sobre la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes que la pueblan
se pusieran de pie y un poco apretados, como en un mitin, cabrían fácilmente en una plaza de veinte
millas de largo por veinte de ancho. La humanid
ad podría amontonarse sobre el más pequeño islote del Pacífico.
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Las personas mayores no les creerán, seguramente, pues siempre se imaginan que ocupan
mucho sitio. Se creen importantes como los baobabs. Les dirán, pues, que hagan el cálculo; eso les
gustará
ya que adoran las cifras. Pero no es necesario que pierdan el tiempo inútilmente, puesto que
tienen confianza en mí.
El principito, una vez que llegó a la Tierra, quedó sorprendido de no ver a nadie. Tenía miedo de
haberse equivocado de planeta, cuando un
anillo de color de luna se revolvió en la arena.
—¡Buenas noches!—dijo el principito.
—¡Buenas noches!—dijo la serpiente.
—¿Sobre qué planeta he caído?—preguntó el principito.
—Sobre la Tierra, en África—respondió la serpiente.
—¡Ah! ¿Y no hay nadie sobre la Tierra?
—Esto es el desierto. En los desiertos no hay nadie. La Tierra es muy grande—dijo la serpiente.
El principito se sentó en una piedra y elevó los ojos al cielo.
—Yo me pregunto—dijo—si las estrellas están encendidas para que cada cual pueda un día
encontrar la suya. Mira mi planeta; está precisamente encima de nosotros... Pero... ¡qué lejos está!
—Es muy bella—dijo la serpiente—. ¿Y qué vienes tú a hacer aquí?
—Tengo problemas con una flor—dijo el principito.
—¡Ah!
Y se callaron.
—¿Dónde están los hombres?—prosiguió por fin el principito. Se está un poco solo en el desierto...
—También se está solo donde los hombres—afirmó la serpiente.
El principito la miró largo rato y le dijo:
—Eres un bicho raro, delgado como un dedo...
—Pero soy más poderoso que el dedo de un rey
—le interrumpió la serpiente.
El principito sonrió:
—No me pareces muy poderoso... ni siquiera tienes patas... ni tan siquiera puedes viajar...
—Puedo llevarte más lejos que un navío—dijo la serpiente.
Se enroscó alrededor del tobillo del principito como un brazalete de oro.
—Al que yo toco, le hago volver a la tierra de donde salió. Pero tú eres puro y vienes de una estrella...
El principito no respondió.
—Me das lástima, tan débil sobre esta tierra de granito. Si algún día echas mucho de menos tu
planeta, puedo ayudarte. Puedo...
—¡Oh!—dijo el principito
— Te he comprendido. Pero ¿por qué hablas con enigmas?
—Yo los resuelvo todos—dijo la serpiente.
Y se callaron.
XVIII
El principito atravesó el desierto en el que só
lo encontró una flor de tres pétalos, una flor de nada.
—¡Buenos días!—dijo el principito.
—¡Buenos días!—dijo la flor.
—¿Dónde están los hombres?—preguntó cortésmente el principito.
La flor, un día, había visto pasar una caravana.
—¿Los hombres? No existen más que seis o siete, me parece. Los he visto hace ya años y nunca se sabe dónde encontrarlos. El viento los pasea. Les faltan las raíces. Esto les molesta.
—Adiós—dijo el principito.
—Adiós—dijo la flor.
XIX
El principito escaló hasta la cima de una alta montaña. Las únicas montañas que él había
conocido eran los tres volcanes que le llegaban a la rodilla. El volcán extinguido lo utilizaba como
taburete. "Desde una montaña tan alta como ésta, se había dicho, podré ver todo el planeta y a todos los hombres..." Pero no alcanzó a ver más que algunas puntas de rocas.
—¡Buenos días!—exclamó el principito al acaso.
—¡Buenos días! ¡Buenos días! ¡Buenos días!—respondió el eco.
—¿Quién eres tú?—preguntó el principito.
—¿Quién eres tú?... ¿Quién eres tú?..
. ¿Quién eres tú?...—contestó el eco.
—Sed mis amigos, estoy solo—dijo el principito.
—Estoy solo... estoy solo... estoy solo...—repitió el eco.
-"¡Qué planeta más raro!—pensó entonces el principito—, es seco, puntiagudo y salado. Y los
hombres carecen de imaginación; no hacen más que repetir lo que se les dice... En mi tierra tenía una
flor: hablaba siempre la primera... "
XX
Pero sucedió que el principito, habiendo atravesado arenas, rocas y nieves, descubrió finalmente un camino. Y los caminos llevan siempre a la morada de los hombres.
—¡Buenos días!—dijo. Era un jardín cuajado de rosas.
—¡Buenos días!—dijeran las rosas.
El principito las miró. ¡Todas se parecían tanto a su flor!
—¿Quiénes son ustedes?—les preguntó estupefacto.
—Somos las rosas—respondieron éstas.
—¡Ah!—exclamó el principito.
Y se sintió muy desgraciado. Su flor le había dicho que era la única de su especie en todo el
universo. ¡Y ahora tenía ante sus ojos más de cinco mil todas semejantes, en un solo jardín! Si ella viese todo esto, se decía el principito, se sentiría vejada, tosería muchísimo y simularía morir para escapar al ridículo. Y yo tendría que fingirle cuidados, pues sería capaz de dejarse morir
verdaderamente para humillarme a mí también... "
Y luego continuó diciéndose: "Me creía rico con una flor única y resulta que no tengo más que una rosa ordinaria. Eso y mis tres volcanes que apenas me llegan a la rodilla y uno de los cuales acaso esté extinguido para siempre. Realmente no soy un gran príncipe... " Y echándose sobre la hierba, el
principito lloró.
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