Medio escondido entre los álbumes de Mike Oldfield de los años ochenta, y como preludio de lo que sería la siguiente década para el músico, un discreto día de 1990 se publicó Amarok. El título no dice demasiado, la verdad, y si miramos la contraportada tampoco es que vayamos a salir de dudas; todo lo que vemos impreso en ella es una advertencia médica sobre la posibilidad de que el disco cause problemas auditivos. Pensándolo fríamente, alguien que no supiese de qué iba la cosa, se encontraría Amarok en el hiper y -a menos que fuese un seguidor incondicional de Oldfield- se lo pensaría bastante antes de comprarlo. Incluso un fan podría tener sus reparos, primero por la escasa o nula publicidad aparecida en los medios; segundo porque su álbum previo Earth Moving (1989) era totalmente vocal y bien podría parecer que el compositor estaba agotado del todo, en caída libre artísticamente hablando; y tercero, rizando el rizo, porque aquel extraño Amarok era el número 13 en la carrera de Oldfield, y ese es un mal número.
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