Tantra, el culto de lo femenino 7/11
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Una simple piedra ovoide erecta constituye la forma más elemental del lingam, engarzado en la tierra, que es el elemento femenino.
Una forma arcaica del «signo» del lingam, donde la piedra masculina está rodeada de un yoni bastante realista.
Aquí la piedra ovoide está colocada en un soporte bastante particular: la base es una campana, otro símbolo del órgano femenino.
Uno de los monolitos que se levanta en el sitio prehistórico de Filitosa, en Córcega: todo tántrico indio reconocería en él un lingam. ¿Pero no es un puro símbolo masculino? ¿Dónde está el yoni, el órgano femenino? Es muy simple: ¡el yoni no es otro que la tierra misma!
Denise Van Lysebeth contempla uno de los lingams del sitio prehistórico de Filitosa (Córcega) y al mismo tiempo da una idea de sus dimensiones.
Esta estatuilla del neolítico descubierta en Italia cerca del lago Trasimeno es muy original: sobriamente el artista ha logrado representar a la vez los principios masculino y femenino. Sin embargo sólo aparecen para quienes lo saben ver.
La mitad inferior simboliza la fecundidad femenina: se ve claramente un vientre de mujer encinta y unas nalgas bien formadas.
Por el contrario, si se mira la cara «posterior» se ve un órgano viril también bien formado. El conjunto, que agrupa a la vez Shiva y Shakti, merece ser llamado lingam, es decir, signo.
Shiva, la carrera de un dios
Parecería que la danza haya surgido en el origen de todo, así como Eros, y que esta danza primordial haya suscitado la coreografía de las constelaciones, de las estrellas y de los planetas, en su relación armoniosa y en su interdependencia... Desconocido para los arios, incluso despreciado por ellos, Shiva se ha convertido, con el correr de los milenios, en una divinidad clave hindú y tántrica a la vez. Su ascensión a la jerarquía divina
hasta llegar a ser, junto con Brahma y Vishnu, miembro de la trinidad hindú, revela su dinámica profunda. El ejemplo conocido de Papá Noel ha mostrado cómo el simbolismo sutil de un personaje ficticio permite un acceso intuitivo a estratos psíquicos profundos, poco accesibles sin él. Paradoja: despertando esos estratos arcaicos, ese personaje se vuelve más vivo, más verdadero que un personaje real. A propósito de Shiva, un amplio consenso entre los indianistas occidentales y los indios hace remontar su culto a la civilización dravídica, más que a los autóctonos: «Desde el Himalaya al cabo Comorin, se busca en vano entre las tribus salvajes aborígenes la más ínfima huella de una forma cualquiera de culto tántrico de Shiva o de Kl, su esposa. Tampoco se ha hallado nunca el emblema fálico, símbolo de Shiva» (N. Bose & Halder: Tantras, Their Philosophy and Occults Secrets, p. 72). Se ignora incluso su nombre, tan sagrado y secreto que se evita pronunciarlo. «Shiva», que lo designa por todas partes en la India, es un simple adjetivo que significa «el benévolo», «el favorable». Se vincula al culto solar: «El culto de Shiva deriva de un culto solar, muy difundido en la humanidad primitiva; el nombre shivan dado al Sol es similar a la palabra tamil shivappu, rojo; por ello shivan, el Rojo, es una palabra adecuada para designar al Sol naciente. Shivan se parece también a los términos tamiles schemam y shemmai, que significan prosperidad, rectitud. Con el tiempo, además de «el Rojo», shivan se enriquece con sentidos como «de buen augurio», «próspero», etc.» (V. Parjoti, Saiva Siddhanta, p. 13). Se lo llama también Shambhu, Shamkara, el benéfico, lleno de gracia. Si Alain Daniélou cree que su verdadero nombre es An o Ann, otros se inclinan por Han, es decir, Dios en sentido absoluto. Shiva, dios enemigo, fue primero rechazado por los invasores arios. Sin embargo, después de haber vencido y sometido a los drávidas, impresionados por ese culto tan universalmente expandido entre sus siervos, poco a poco lo adoptaron y lo integraron a su cultura. Es interesante, e incluso divertido, seguir el proceso de arianización de Shiva, a través de su asimilación progresiva a Rudra, un dios védico muy menor. Es probable que los rudras, como los maruts, fueran aborígenes tránsfugas, aliados a los arios durante la guerra de conquista, en función de lo cual su jefe, Rudra, fue divinizado, «a disgusto, en tanto dios de las lágrimas, el que causa el dolor. Lejos de ser adorado y respetado como Indra, Varuna, Vyu, etc., Rudra («el que grita») no tiene parte alguna en el sacrificio del fuego. En su calidad de dios de las lágrimas, se aloja fuera del barrio residencial de los dioses, en o cerca de los campos de cremación» (Bhattacharya, Saivism and the Phallic World, p. 216). En el Shatarudrya, se envía a Shiva-Rudra a acampar en las montañas y en los bosques, donde se lo asocia a los cazadores, a los habitantes de los bosques, ¡pero también a los ladrones y a los bandidos! Una hermosa reputación... Fueron sin duda los brahmanes quienes, irritados por verlo seducir a los arios, lo presentaron al principio tan poco simpático como les fue posible: incluso lo hicieron el dios de las enfermedades...
Sello de esteatita del proto-Shiva, Señor de los Animales, en posición yóguica y con atributos masculinos bien marcados. El original, conservado en Debli, en el Museo Nacional, mide 3,5 x 3,5 cm aproximadamente. (Tomado de «Die Indus Zivilisation») Al crear a Shiva, la encarnación del principio creador masculino, los drávidas actuaron como dijo Voltaire: «Dios creó al hombre a su imagen, pero éste ha hecho lo mismo». Shiva, principio creador masculino, es uno de los símbolos más potentes y más antiguos del tantra: aparece ya, como Pasupati (padre y amo de los animales), en el sello del Indo que antecede, sentado y rodeado de animales salvajes: el tigre, el búfalo, el elefante, el rinoceronte... Sus cuernos simbolizan las fuerzas lunares o el toro, su vehículo y parangón de la fuerza sexual: pensemos en los cuernos de los toros de los santuarios de Çatal Hüyük y en el dios cornudo de las hechiceras, convertido en el diablo en la iconografía de la Iglesia. Sus tres caras revelan que suscita, mantiene y disuelve el universo. Dios de los yoguis, su postura pone claramente en evidencia sus atributos masculinos... Introducido por la puerta de servicio en el panteón védico, escala poco a poco los escalones de la jerarquía divina y se convierte en el igual de Vishnu y de Brahma, constituye con ellos la trilogía hindú dominante. Sin embargo, lo logra «por la presión de la calle», como se diría hoy. Favorito de los drávidas, Shiva encarna su resistencia al ocupante ario, y las leyendas sobre él son innumerables. La siguiente expresa la enemistad entre las dos Indias, la de los ocupantes y la de los ocupados. Comienza con un idilio entre Shiva y Sati, la hija del rey ario Daksha. Enamorada de Shiva, Sati lo desposa contra la voluntad de su padre y se va a vivir con él en el monte Kailash, en el Himalaya. Después de pasar muchos años lejos de su familia, un día Sati se entera de que su padre organiza una fastuosa celebración. Aunque no haya sido invitada, quiere asistir, tan grande es su deseo de volver a ver a los suyos. Su divino marido se lo desaconseja, pero por primera vez ella no lo escucha. Cuando llega a la ceremonia, la flor y nata aria está presente: los reyes, los príncipes, los nobles y sus esposas, todo el mundo en traje de gala. Cuando su padre ve llegar a la tránsfuga por amor, vestida con harapos, se siente deshonrado y, lívido de cólera, lanza las peores injurias hacia Shiva. Es demasiado para la pobre Sati: se desvanece para no volver a despertar. La triste noticia se difunde inmediatamente en la ciudad y Shiva, cuando se entera, se pone furioso. Como un solo hombre, todos sus partidarios, es decir, el pueblo llano, se levantan y se
rebelan. En la ciudad cunde la revuelta. El resentimiento generalizado hacia la tiranía brahmánica, que se incubaba desde hacía tiempo, estalla. El lugar de la ceremonia es profanado, saqueado, y Daksha, el padre de Sari, es humillado. La muchedumbre exige que Shiva sea proclamado el igual de los dioses arios. Para calmar su cólera, los brahmanes admiten a Shiva en el panteón hindú. Esta leyenda, que expresa tan bien la revuelta, todavía es tan popular en la India que se han hecho historietas con ella. La India --pensemos que de cada cinco seres humanos uno es indio-- es un volcán donde la presión sube bajo la cascara constituida por la estructura aria milenaria. Cuando la India explote, el mundo temblará... En la iconografía de Shiva, su arma favorita es el tridente junto con el lazo. «Oficialmente» su tridente --que no es el de Neptuno-- simboliza los tres gunas del Samkhya (sattiva, raja, tama guna) y también los tres nadis (conductos sutiles de energía) del yoga: Ida, Píngala y Sushumna. Pero para los que saben es diferente, pues el tridente era el arma preferida de los drávidas, mientras que su homólogo ario tenía cuatro dientes. El Rig-Veda dice (152.7 y 8): «Con su arma de cuatro dientes (Chaturashri) Mitra y Varuna matan a los portadores del tridente». El indio Rajmohon Nath, en Rig-veda Summary, p. 83, comenta este versículo: «Esto da una indicación relativa al viejo conflicto entre los dos campos, que continúa todavía en la India (actual)». ¡Son pocos los que lo dicen! Sin embargo, como en materia de simbolismo cada uno es libre, nada impide ver ahí también la versión oficial... Shiva, el danzarín divino Interesante lo que precede, pero como occidentales, confesémoslo, no nos sentimos verdaderamente implicados en estas aventuras o desventuras de Shiva. Por el contrario, el mito de Shiva, el danzarín divino, nos interpela por su simbolismo universal. Para captarlo, recordemos lo que, en todo tiempo, ha significado la danza para la humanidad. Para el hombre moderno, que ya sólo danza en las verbenas o en las discotecas, o para liberarse físicamente, la coreografía se ha convertido en un arte, un espectáculo, un asunto de profesionales. Por el contrario, para el hombre arcaico o, en nuestros días, para los «salvajes», la danza es la actividad tribal espontánea más significativa. Todo incita al hombre tribal a danzar: las bodas, los nacimientos, los duelos. Baila para hacer llover, baila antes de la caza o antes del combate... Infatigable, danza durante noches enteras. La danza es así el medio privilegiado para despertar el psiquismo colectivo de la tribu. Por la danza, accede eventualmente al éxtasis: por ella el psiquismo de la tribu sigue el ritmo de lo cósmico y concuerda con las potencias misteriosas del cosmos. El texto siguiente de Maurice Béjart expresa esta visión tántrica de la danza: «Danzar... es ante todo comunicar, unirse, reunirse, hablar al otro en las profundidades de su ser. La danza es unión, unión del hombre con el hombre, del hombre con el cosmos, del hombre con Dios. »E1 lenguaje hablado permanece en el dominio de la ilusión; las palabras, cuando creemos comprenderlas, nos ocultan o nos revelan imágenes engañosas, nos arrastran en el laberinto siempre recomenzado de la semántica de Babel. Cuando los hombres se ponen a hablar mucho tiempo, pocas veces hay acuerdo. Discutir quiere decir disputar. La lengua divide. »Y, además, danzar es también hablar el lenguaje de los animales, comunicarse con las piedras, comprender el canto del mar, el soplo del viento, discurrir con las estrellas, aproximarse al trono mismo de la existencia. Es trascender totalmente nuestra pobre condición humana para participar integralmente en la vida profunda del cosmos. »Cuando tuve la revelación de la danza africana, sentí en mí la alegría, la certeza más pura y total, la más humana y la más próxima a la realidad.» Leopold Sedar Senghor expresa esta misma visión: «Para expresar la más elevada espiritualidad, la danza africana recurre a las apariencias del mundo visible, pero para atravesarlas a fin de captar
las imágenes arquetípicas depositadas en el fondo de la memoria ancestral: las imágenes-símbolos que expresan las super-realidades espirituales. Para eso actúa como los artistas del África Negra, pues las imágenes analógicas no tendrían sentido, no serían símbolos, si no fueran melodiosas y rítmicas, si no fueran cantadas y bailadas». Bailando, el hombre accede también a lo sagrado y, en esos santuarios impresionantes que eran las grutas de Lascaux, por citar sólo un ejemplo, el suelo conserva todavía huellas de los pasos de los danzarines de la prehistoria que lo golpearon, y es probable que allí se hayan desarrollado ritos sexuales. Porque la danza también es erótica. La Iglesia, que lo sabe bien, prohibió el vals y el tango, por considerarlos incitadores al pecado de la lujuria. Pero la danza es también mágica. Los primeros cultivadores neolíticos, en todo el mundo, danzaban junto a los campos, en la siembra o en la cosecha, para promover, por contagio, la fertilidad de la tierra despertando la fuerza sexual femenina. Estos ritos de fertilidad incluían acoplamientos colectivos. En la India la danza ha desempeñado un papel particular, bajo la forma de danzas de los templos. En el origen, esas danzas eróticas eran el preludio de uniones sexuales rituales, por tanto sagradas, en el templo mismo: las danzarinas eran todavía verdaderamente devadsis, servidoras del dios. Luego llegaron los brahmanes, que pronto comprendieron el beneficio que podían obtener explotándolas. Resultado: ¡el templo se convirtió en un prostíbulo! Véase el capítulo que dedico a este tema. ¿Qué relación tiene todo esto con Shiva, el danzarín divino? En primer lugar la danza es ritmo y el ritmo impregna todo el universo. A fin de cuentas, la esencia del cosmos es energía animada de ritmo y de conciencia: el día y la noche, los movimientos de los astros, lo atestiguan, pero el ritmo se oculta también en la intimidad del átomo. El ritmo de las vibraciones del cuarzo de nuestros relojes mide los ritmos del universo... La vida también es ritmo: en un simple huevo de gallina, pocas horas después de la fecundación, nace una pulsación allí donde latirá el futuro corazón: el ritmo se anticipa al órgano e incluso al embrión. Incidentalmente, la danza da tal vez una respuesta intuitiva a una cuestión insoluble intelectualmente: ¿por qué Dios se tomó el trabajo de crear este gigantesco universo con sus miles de millones de soles? ¿No se bastaba Dios a Sí mismo? ¿Por qué se cargó con este mundo imperfecto? A esta pregunta, el tan-tra responde que la manifestación es Shiva-Lila, un juego, una danza. Porque ni el juego ni la danza tienen necesidad de justificación, se bastan a sí mismos. Shiva danza rodeado de llamas, o más bien, en la visión tántrica, en medio del fuego cósmico que lo envuelve y que el escultor forzosamente ha reducido a un simple anillo inflamado. Además, el fuego es uno de los símbolos esenciales de la humanidad. Aparte de que es nuestro más antiguo compañero, está presente en todo el universo, incluso en mi cuerpo: la vida implica una combustión controlada y demorada. El cadáver es frío. En el nivel cósmico, pensemos en las innumerables galaxias, compuestas cada una de miles de millones de soles donde la temperatura alcanza millones de grados; puede decirse que, con excepción de los planetas, el fuego abraza todos los cuerpos celestes. ¡E incluso en nuestro planeta el fuego cósmico está oculto bajo nuestros pies, bajo la delgada corteza terrestre, comparativamente más delgada que una cascara de huevo! Descifremos la danza de Shiva Entre las variantes de la danza de Shiva, la más conocida en el sur de la India es la Nadanta, representada en el bronce de la página siguiente. Lo traje hace unos años de Tamil Nadu, donde su culto está siempre vivo. Para facilitar su desciframiento, las principales «claves» figuran sumariamente en el dibujo. Si bien para un indio estos símbolos son evidentes, nosotros necesitamos indicaciones suplementarias. En este bronce lo más asombroso son los cuatro brazos de Shiva.
El tambor que tiene en su mano derecha confirma su origen preario. Los drávidas son formidables «tocadores» de tambor. Simbólicamente, el tambor, el clamara, es el sonido primordial. El Unmai Villakam, versículo 36, dice: «La creación viene del tambor...». ¿Es una sorprendente intuición del big-bang de la física moderna? La concordancia es, como mínimo, perturbadora. Con su mano derecha levantada en abhya mudra, Shiva dice: «Yo protejo». El fuego, que transforma y destruye, surge de la mano que toca el anillo inflamado. Afrenta para los brahmanes, Shiva reúne en sí mismo las tres funciones cósmicas: creación, protección, disolución. Para ellos Brahma crea, Vishnu protege, ¡y sólo dejan a Shiva el poder poco glorioso de destruir! Por último, la mano que señala hacia el pie levantado libera a quien penetra en el mito revelándole la esencia del cosmos. El pie izquierdo aplasta a un enano maléfico: para los tántricos, es su ex suegro ario, responsable de la muerte de la dulce Sati, pero «oficialmente» es el demonio Muyakala. El conjunto reposa sobre un pedestal en forma de loto. Su cabellera reúne varios símbolos. Joyas adornan sus cabellos trenzados cuyas mechas inferiores giran indicando la impetuosidad de su danza, que mantiene al universo. Otra intuición fantástica: en el grano de arena, a mis ojos insignificante e inmóvil, los electrones giran sobre sí mismos «bailando un vals» alrededor del núcleo de los átomos a miles de km/seg. Si repentinamente en el cosmos todos los electrones, así como la energía cósmica, se pararan en seco, el universo se hundiría inmediatamente en la «nada dinámica» (akasba) de donde salió. Una cobra se agarra a sus cabellos, sin hacerle daño. ¡El cráneo es el de Brahma! La ninfa dice que el Ganges surge de la cima de su cabeza. En fin, hay que añadir la media Luna. Su cabeza está coronada por una guirnalda de Cassia, una planta sagrada. En su oreja derecha un pendiente para hombre, en la izquierda un pendiente para mujer indican que reúne en él los dos sexos. Sus joyas acentúan su divinidad: lleva ricos collares en torno al cuello, su cinturón está recubierto de piedras preciosas, sus muñecas adornadas con brazaletes, igual que sus tobillos y sus brazos, y lleva anillos en los dedos de las manos y de los pies. Por toda vestimenta lleva un calzón ajustado de piel de tigre y un echarpe. Para provocar a los brahmanes lleva también el cordón sagrado. Todo el conjunto despide una impresión de graciosa impetuosidad, ligera y fácil: Shiva-Lila, es un «juego». A pesar de su danza desmelenada, el rostro de Shiva permanece sereno. En la frente se abre su tercer ojo, el de la intuición, que atraviesa las apariencias y trasciende lo sensorial. A quien sabe ver y sobre todo percibir, la Danza de Shiva, en un resumen cautivador, revela al Último. Así Shiva es Nataraja, el Rey de la Danza, y es éste el nombre que llevaba Nataraja Gurú: ¡todo un símbolo! Otra danza de Shiva, muy popular, es la Tandava, donde Shiva-Bhairava danza salvajemente, por la noche, en los lugares de cremación, acompañado por diablillos retozones. Esta danza, claramente prearia, se dirige a un Shiva semidiós, semidemonio. Es representada en lugares tan alejados uno del otro como Elephanta, Ellora y Bhubaneshwara.
El mito de Shiva y la ciencia moderna
El tantra supera --¡y de lejos!-- el culto del sexo al que cierto público lo reduce con demasiada frecuencia. Ante todo es una tradición iniciática, lo cual es casi una tautología, puesto que toda tradición es iniciática, es decir, se transmite mediante un simbolismo y/o una mitología. Preciso: «iniciática» significa un enfoque intuitivo, no discursivo, no intelectual, no racional, de lo real y de los resortes ocultos para integrarse a él. Toda Tradición procede así, al contrario de la ciencia, que por definición constituye un conjunto organizado de conocimientos relativos a los hechos y a las leyes del universo manifiesto. La ciencia se sitúa deliberadamente en el nivel cerebral puro, y una de las cualidades esenciales que se atribuye es la objetividad. Sin embargo, y a pesar de las apariencias, la visión tántrica y la científica, lejos de excluirse, se completan. No piensa lo mismo el científico, para quien nada es más anticuado, incluso primario, que el
simbolismo o el mito, y la única concesión que podría en rigor consentir sería convertirlos en tema de estudio... En cuanto a servirse de ellos para su evolución personal o para captar la esencia del cosmos, ¡ni hablar! ¿Sorprendente? No, pues nuestro tipo de civilización debe lo esencial de su desarrollo y de su originalidad a la ciencia y a su corolario, la tecnología; jamás la humanidad adquirió tanto saber en tan poco tiempo, jamás dispuso de semejante potencia material. Y de aquí a considerar que el enfoque técnico-científico es el único válido hay un pequeño paso, que se da rápidamente. El precio pagado por esos logros innegables es una hipertrofia del intelecto, que mide, pesa, compara, deduce leyes, etc. Esta actividad, tan eficaz a nivel práctico, apenas araña la superficie de las cosas y cierra el acceso a las realidades últimas ocultas detrás de los fenómenos. La ciencia, incluso cuando descubre el núcleo del átomo o revela, los secretos de la célula, incluso cuando explora los vertiginosos abismos intergalácticos, se queda en la superficie: el observador debe permanecer neutro y no implicarse de ninguna otra forma. Paradójicamente, cuanto más cree el intelecto acercarse a las realidades últimas, más se le escapan. Esta carrera sin fin me recuerda una experiencia de cuando tenía diez años. Era después de una tormenta, y veo todavía ese maravilloso arco iris, tan luminoso sobre un fondo de nubes de color antracita. Era tan definido que parecía colocado sobre la hierba del prado mojado por el chaparrón, justo delante de una hilera de sauces. Rápidamente me subí a mi nueva bicicleta y corrí a ver el prado más de cerca. Decepción: cuanto más avanzaba, más «reculaba» el arco iris, y cuando llegué a la altura de los sauces, me hacía burla delante del bosquecillo. La realidad última es ese arco iris que la ciencia persigue en vano... Para la ciencia esto podría incluso ser estimulante si no desembocara en un callejón sin salida. De hecho la ciencia, hija del intelecto y madre de la tecnología, crea más problemas de los que resuelve. Por definición el intelecto sólo puede razonar y calcular fríamente. Entonces, cuando la ciencia se auto-define como «objetiva» es verdad, pero en el sentido literal: lleva al universo al rango de simple «objeto», universo él mismo poblado de una infinidad de otros «objetos», y todo se convierte en «objeto», incluso lo viviente. Así es como el hombre moderno ha terminado por cavar un abismo entre su universo tecnológico artificial y la naturaleza, entre sus abstracciones intelectuales y la vivencia real. Bajo el pretexto de «desmistificar», el intelecto desmitifica, desacraliza. Cuando ya nada es sagrado, ni siquiera la vida, todo es muy práctico: ya nada impide saquear los recursos naturales, sin vergüenza ni remordimientos, y el hombre no se frena hasta que él mismo se siente amenazado ¡y ni siquiera entonces! Los animales-objetos son sometidos a la «buena» voluntad del hombre, que fríamente fabrica en serie vacas, cerdos, terneros, aves, siempre que dé ganancias, y el insensible intelecto ignora sus sufrimientos: ¡eso no le concierne! La crisis del mundo moderno, que ya nadie niega, salvo los que no quieren ver ni entender nada, ¿tiene otro origen? Habiéndose enajenado de la naturaleza, el hombre se ha enajenado de sí mismo; es un desarraigado, y como todo árbol desarraigado, desaparecerá, a menos que vuelve a encontrar sus raíces... Ya en mi Aprendo yoga7 planteé el problema: «¿Hay que cerrar los laboratorios y encarcelar a los científicos?» Y evidentemente respondí que no, porque estoy convencido de que la ciencia moderna es perfectamente conciliable con el tantra, incluso con su simbolismo y su mitología. Sería irreal querer renunciar al intelecto y su conquista, la ciencia, pero para evitar que esta herramienta incomparable se vuelva esterilizante, es urgente añadirle el aspecto simbólico, incluso mitológico. Creo que es posible conciliar Nataraja y la física moderna, punta de lanza de la ciencia. Nataraja y el físico
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Publicado en castellano por Ediciones Urano.
La física moderna y el pensamiento oriental son compatibles y complementarios. Para el físico, a medida que la física nuclear progresa, nuestro mundo visible, familiar, tranquilizador, compacto, da paso a un universo extraño, inaprensible, que se disuelve en fórmulas matemáticas. Los objetos, que nuestros sentidos nos presentan como sólidos e impenetrables, se convierten en vacío, en campos giratorios de fuerza. Desamparada, la mente renuncia a comprender y es probable que con el paso de los años el divorcio entre el intelecto y lo real se acentúe y con ello nuestro desasosiego. El tantra, por sus mitos y sus símbolos que trascienden el intelecto, puede disipar ese vértigo mental. Fritjof Capra lo ha descrito en su libro The Tao of Physics: «Sentado en la playa, al borde del océano, en una hermosa tarde de verano, mirando romper las olas mientras seguía mi ritmo respiratorio, de repente supe que todo lo que me rodeaba era una gigantesca danza cósmica. Como físico, sabía que las rocas, la arena y el aire que me rodeaban estaban compuestos de moléculas vibrantes y de átomos hechos de partículas que perpetuamente crean y destruyen otras por interacción. »Sabía que la atmósfera terrestre es continuamente bombardeada por huracanes de rayos cósmicos, partículas de alta energía que sufren numerosas colisiones a medida que penetran en la atmósfera. Todo eso me resultaba familiar, como investigador en física de alta energía, pero hasta entonces no lo conocía sino por medio de gráficos, de diagramas, de teorías matemáticas. »Mi experiencia de la danza de Shiva fue seguida de muchas otras similares. Comprendí que poco a poco comienza a emerger de la física moderna una visión coherente del universo de acuerdo con la antigua sabiduría oriental... »Espero encontrar entre mis lectores muchos científicos que se interesen por las repercusiones filosóficas de la física, incluso si ignoran el pensamiento oriental. Descubrirán que este pensamiento ofrece un marco filosófico coherente y armonioso, que integra muy bien las teorías físicas de vanguardia». Así, en esa playa, Fritjof Capra vivió una experiencia tántrica espontánea. Su intelecto sabía desde hacía mucho tiempo que la materia es energía condensada, pero era un concepto abstracto, frío, y no una experiencia vivida. De golpe su «saber» se convirtió en «percepción unitiva» y la realidad viviente le reveló el sentido oculto del mito de Shiva, el Danzarín cósmico. Esa es la esencia del tantra: por sus símbolos y sus mitos, sus ritos y sus prácticas, superar el intelecto y captar la realidad última, sin depender del azar de una experiencia espontánea. Si ésta sobreviene, de repente se disuelven las fronteras artificiales entre el universo ilusorio creado por nuestros sentidos y el universo subyacente invisible pero real, entre lo «espiritual» y lo «material». Fritjof Capra percibió verdaderamente la vibración rítmica del cosmos, vio la naturaleza energética del universo, escuchó su sonido universal, no con sus ojos ni con sus orejas de carne, sino con su órgano de percepción interna, con su intuición, con su «tercer ojo». Ha llegado, pues, el tiempo de conciliar y reconciliar la ciencia y el tantra. Para el físico, la percepción directa de la realidad es una experiencia nueva y que deja marca. Para el tantra, es natural que la ciencia moderna confirme la visión tántrica del cosmos.
Shiva y Parvati (Bronce, Museo de Madrás)
Shakti, la Naturaleza creadora
Si el tantrismo tuviera que acuñar monedas, el anverso sería Shakti, la potencia creadora femenina, y el reverso Shiva, su aspecto masculino, siendo ambos inseparables. Por supuesto, se puede preferir un lado u otro de la moneda, cara o cruz, pero unidos en la pieza es imposible disociarlos. En el tantra, el Shaivismo privilegia a Shiva, mientras que la corriente Shakta, o Shaktismo, da la prioridad a Shakti en función del dicho tántrico: «Sin Shakti, Shiva es un shava-», es decir, un cadáver. Traducido al lenguaje corriente, Shakti es la Naturaleza creadora: el artículo el sería incongruente. Pero «Naturaleza» es un concepto abstracto y la mente humana rechaza las abstracciones. Personificada, se convierte en una «diosa» tántrica, Shakti, la Energía creadora universal que el tántrico percibe, más allá de los mitos y los símbolos, como inmanente a todo lo que perciben los sentidos. El no tántrico que se pasea por el bosque puede sentirse en armonía con la naturaleza, y eso está muy bien. Pero, si me pongo mis cristales tántricos, en esa gran haya veo a Shakti como dinamismo organizador y creador universal: inmediatamente el bosque se convierte en un gigantesco hervidero de energía vital. Un burbujeo en el cual cada árbol, cada brizna de hierba, cada ser vivo es un campo de fuerza extraordinario, un torbellino de energía pura e inteligente en el océano infinito de la vida, un océano donde se disuelven todas las fronteras. Y mi propio cuerpo es, él también, esta energía primordial. ¡Energía y Sabiduría! Energía e Inteligencia. En el capítulo «Mi cuerpo, un universo desconocido», evoco esta Inteligencia suprema que opera aquí mismo, de noche y de día, desde la concepción (e
incluso antes) hasta la disolución, llamada muerte (y sin duda más allá). Llevado, guiado por ella, estoy a salvo: ella me protege en todo momento contra las agresiones del mundo exterior, me conserva con vida, pues ella es la Vida universal que se expresa a través «mío». A través de ella, el tantra me hace retroceder hasta el hombre arcaico que vivía en su universo mágico, mientras que el hombre moderno, obnubilado por su ciencia desacralizadora, no percibe ya la magia del universo, ni siquiera la de su propio ser, y especialmente la de su cuerpo. Nuestro planeta hubiera podido ser un gran guijarro, árido y polvoriento como la Luna, perdido en la inmensidad helada. En lugar de eso, por su magia, la Vida hizo surgir una infinita multiplicidad de seres, y la ciencia está lejos de haber comprendido la última fuente de esta magia. El hombre arcaico se sentía rodeado de fuerzas invisibles, protectoras o, al contrario, hostiles. Entonces, viendo surgir todos los seres de la Tierra nutricia, comprendió su carácter sagrado, y cuando se convirtió en cultivador --o más bien en «cultivadora», pues la agricultura es una invención femenina-- la Tierra se convirtió en la Gran Diosa, la Madre de todo lo que vive. Luego, el hombre amalgamó la fertilidad de la Mujer y la de la Tierra: ¡lo expresa, por ejemplo, un asombroso sello hallado en Mohenjo-Daro (¿o en Harappa?) que muestra a una mujer, cabeza abajo, dando a luz un árbol completo con el tronco y las ramas! Las innumerables diosas dravídicas A propósito, dando a luz este capítulo, me interrogo: ¿hay que abrumar al lector con estas innumerables divinidades indias que siempre nos resultarán ajenas? ¡No! Y sería imposible, pues cada pueblo del país dravídico tiene una amma, o una mata, una «pequeña madre» local que con frecuencia es el espíritu divinizado de una muerta, y observemos que se trata siempre de diosas y no de dioses como en el panteón védico. Con frecuencia tienen un lado terrorífico, pues a veces la madre devora a sus propios hijos, al igual que la naturaleza puede ser catastrófica, sobre todo en la India de clima continental: calor aplastante, monzones devastadores, animales salvajes, epidemias mortíferas. Para citar sólo una, entre esas divinidades temibles está Poleramma, la diosa de la viruela. Cuando está furiosa provoca la enfermedad, cuando se apacigua la cura. Tiene su templo fuera del pueblo, y para calmar su odio reclama sangre. Entonces le sacrifican una cabra, un buey o un ave. Antaño, en ocasión de los grandes cataclismos, los pobladores creían que sólo el sacrificio máximo podía alejar la catástrofe: el sacrificio humano. Estos sacrificados, con frecuencia voluntarios, eran muy honrados, porque, a modo de kamikazes, ofrecían su única vida para salvar muchas otras. ¿Superstición? ¡Sin duda, y si yo tuviera la viruela no me curaría matando un ave para calmar a Poleramma! Como son muy supersticiosos, los indios, sobre todo los del sur, viven siempre en el temor. Como creen que la desgracia golpea sobre todo a los que son felices, a todo precio necesitan evitar llamar la atención de los espíritus maléficos. Si es invitado a casa de unos amigos indios, no diga, sobre todo, al anfitrión que tiene unos hermosos hijos o una casa preciosa: podría atraer el mal de ojo. Lo cortés es ver defectos por todas partes. Ignorando esto, a los occidentales les decepciona oír que un padre llama a su hijo «basura», «idiota» o «torpe». Por el contrario, se puede admirar sin temor el collar que usa el niño, o sus vestimentas: eso aparta la atención de los espíritus malignos. Del mismo modo los occidentales no advertidos se ofenden cuando sus amigos indios les critican su hermosa casa o el coche nuevo. Sin embargo, detrás de estas innumerables diosas y a pesar de esas supersticiones, hasta el poblador más humilde sabe que cada diosa local es sólo una faceta de la Gran Diosa. Sin embargo, con el correr de los siglos, poco a poco, algunas diosas han sobresalido del montón y son las que por su carácter arquetí-pico, universal, nos afectan a todos.
Las diosas tántricas Es el caso de las diosas tántricas, que son, en su mayor parte, esposas de Shiva, esposas de las que extrae su energía y, al contrario de las esposas insustanciales del panteón védico, son al menos iguales a Shiva y con frecuencia superiores a él. Sus leyendas comportan un fondo mitológico y simbólico importante, por lo demás igual que nuestros cuentos de hadas. Así, en el paraíso himalayo, Shiva y su esposa Parvati pasan su tiempo haciendo el amor o discutiendo sobre filosofía. Cuando Shiva enseña a su esposa, la escritura es una agama. Cuando es a la inversa, la escritura es una nigama. Otra esposa favorita de Shiva es la fiel Sati, de la que ya hemos hablado. Pero hay dos diosas que son más específicamente tántricas y simbólicas: Kálí y Durga, que, a fin de cuentas, forman una sola y única diosa. Las dos nos afectan por su simbolismo y nos conducen al espacio alpino-mediterráneo ampliado, que es el de nuestros ancestros. En este sentido, W. C. Beane (Mytb, Cult and Symbols in Shakta Hinduism, p. 67) queda asombrado por «las semejanzas simbólico-religiosas entre la aparentemente más antigua civilización india y las del neolítico medio y tardío de la zona mediterránea, así como del Asia central y oriental, semejanzas que han llevado a los eruditos indios y occidentales a deducir una difusión hacia el exterior de la India, hacia el Oeste, o un desarrollo religioso en dirección al Este», por tanto hacia la India. Entre ellos, Laksmanshastri Joshi ha quedado muy impresionado: «En las primeras civilizaciones de Egipto, de Creta y de Mesopotamia, encontramos a los dioses Shiva y Vishnu, a la diosa Kl, la adoración de reptiles (la Cobra) y de los órganos genitales, de la Luna y de los ancestros. Así, la India ha heredado tanto elementos provenientes de las civilizaciones nacidas al borde del Nilo, del Tigris y del Eufrates, como del Indo». Lo que precede apoya la tesis según la cual los drávidas eran alpino-mediterráneos que se propagaron hacia la India, donde transplantaron sus mitos y símbolos, los mismos que se encuentran en el tantra y que despiertan un eco en nuestra memoria colectiva. Sea como fuere, es accesorio que esta propagación se haya hecho hacia el Este (es mi opinión) o a la inversa; lo esencial es esta relación continua entre la India y nuestra Europa primitiva. Por el contrario, es cierto que estas diosas y estos símbolos tántricos no provienen de los arios barbudos y bárbaros. En su forma específicamente dravídica y tántrica, admito al menos la hipótesis de una creación mixta, es decir, de los drávidas y de los autóctonos predravídicos. Kl, Kla, Kalki... El lector convendrá en que no abuso de sutilezas etimológicas, pero a propósito del nombre de Kl, la ambigüedad etimológica es ya todo un símbolo. En efecto, a partir de la raíz dravídica Kl, negro, Kl se convierte en la diosa negra, la horrible destructora que siembra el espanto, y Kla en el dios negro, a veces identificado con Shiva. Por su lado, los arios tomaron en préstamo estas raíces (kl, kal, khal) a las lenguas dravídicas, y luego asociaron negro y destrucción para formar el Tiempo, Kla, el gran Destructor (masculino). Sin embargo ni éste ni Kl-la-Negra tienen un origen védico: el Rig-Veda los ignora. Diosa negra, Kl se inscribe en el simbolismo lunar. Kl es el nombre dravídico de la «Luna negra», su último cuarto, su fase de no manifestación. Es también la Diosa-en-la-Luna, y en su iconografía, como diosa de la totalidad cósmica, se encuentra el dieciséis, el número sagrado de las dieciséis fases de la Luna, representadas por dieciséis brazos, mientras que adorna su frente con una media Luna. Se sitúa así en el tiempo cíclico. Por otra parte, en tanto Adyakl, es informe, por tanto inconcebible para la mente humana. Es la no manifestación, el no tiempo, sin comienzo ni fin, sin atributos. Convertida en Kl, genera el Tiempo manifiesto, en el que vivimos, que produce el universo, del cual es la cuarta dimensión. Pero como Cronos, que devora a sus hijos, al «final de los tiempos» ella reabsorbe todo lo que ha engrendrado. En cuanto a su simbolismo es también ambigua, como su etimología. En primer lugar, es normal
que como Gran Destructora, como Madre Terrible, siembre el espanto y el horror. A pesar de eso, es objeto de una iconografía muy rica: no hay obra de arte tan-trica de la que esté ausente, y cada artista quiere mostrarla tan horrorosa como sea posible. La ambigüedad se manifiesta en su simbolismo «oficial», por una parte, y en su significación oculta, específicamente dravídica, por otra. La interpretación «oficial» la hace negra como la noche sin Luna, porque el negro borra todas las diferencias. Ella está desnuda, «vestida de espacio», porque ha rechazado los velos de la ilusión. Su rostro es horrible: para devorar a todas las criaturas, tiene colmillos como los de Drácula, el vampiro. Bebe sangre que le corre por la boca, de donde sale su lengua de fuego. Cuando sólo tiene cuatro brazos, una mano izquierda blande un puñal (khadga), la otra coge por los cabellos la cabeza sanguinolenta que acaba de cortar, una mano derecha sostiene un nudo corredizo o lazo (psha), la otra una pica (khatvnga) coronada por un cráneo. Macabro. Pero eso no es todo: a guisa de collar y de cinturón lleva cabezas humanas enhebradas, de las orejas le cuelgan dos cadáveres palpitantes, sus muñecas están adornadas con brazaletes, siempre hechos de cráneos o de cabezas cortadas. Por último, pisa un cadáver. Oficialmente todo eso significa que nada ni nadie escapa de su poder, de la muerte, de la destrucción. El conjunto muestra con frecuencia cadáveres quemados, mientras otros son despedazados por los chacales. A este simbolismo «oficial», los tántricos añaden el suyo... O más bien se produce lo inverso: en su origen había la Kl tántrica dravídica, que fue sustituida por la «oficial». Para comprender la significación dravídica secreta, hay que señalar que todas esas cabezas, todos esos cadáveres, son masculinos y blancos, o como mucho ligeramente cetrinos: no hay mujeres ni pieles oscuras. Es sorprendente que e1 brahmanismo ario no se interrogue ni se moleste por el hecho de que esos cadáveres sean exclusivamente blancos. Ahora bien, cuando se sabe por qué, la respuesta salta a la vista. En efecto, mientras que los alpino-mediterráneos, mestizados con autóctonos de piel negra y sometidos al clima tropical indio, tenían la tez oscura como los drávidas actuales, sus enemigos nórdicos eran «rostros pálidos». Partiendo de aquí todo se aclara. Leemos, en la Markandeya Puraha, que Ambika, la Buena Madre protectora, la que asegura las buenas cosechas, «expresando su odio frente a los enemigos, de rabia su rostro se volvió negro como la tinta... Entonces, de su frente surcada por profundos surcos, surgió Kl, la del aspecto terrible» (en España, cuando alguien se pone rabioso, se dice también que «se puso negro»). Kl es, pues, una emanación de la Buena Madre, una manifestación de su cólera contra los enemigos. Ahora bien, ¿quiénes eran los enemigos de los drávidas, sino los temibles arios? Kl encarna así el odio hacia ellos, y para combatirlos y aniquilarlos, está potentemente pertrechada con las armas favoritas de los drávidas, excepto el tridente, reservado a Shiva. La guerra de conquista de la India fue feroz y los gerreros dravídicos resistieron paso a paso, pero el armamento superior de los arios y sobre todo sus carros de asalto fueron decisivos. El resumen siguiente de los Purannru, poemas tamiles traducidos por Von Glasenapp, rezuman odio y heroísmo: Sus venas sobresalían, su carne colgaba fláccida del cuerpo, pues le habían dicho a esta madre de cabellos blancos que su hijo había dado media vuelta ¡y había huido del campo de batalla! Entonces la madre montó en una violenta cólera, juró que si semejante cosa era cierta
se cortaría los pechos que antaño lo habían alimentado, y los arrojaría lejos. Con la espada en la mano, ella explora el sangriento campo de batalla. Y he aquí que bajo los cuerpos abatidos ha descubierto sin embargo a su hijo, ¡cortado en dos! Entonces, verdaderamente, su alegría fue mayor que en la época en que lo llevaba sobre su corazón. Si hubiera podido, esta madre se hubiera transformado en Kl, la vengadora de su hijo y de todos los otros héroes dravídicos... En ese contexto, es «normal» que todos los cadáveres masacrados por Kl sean masculinos y blancos, puesto que se trata de guerreros enemigos. Esta versión secreta, tan lógica como no oficial, que he recogido de boca de Nataraja Gurú, ilumina con luz distinta la imagen de Kl. La época de Kali, la era apocalíptica... Vivimos en plena Kali yuga, la época de Kali --no hay que confundir Kl y Kali--, es decir, la edad de Hierro, la época crepuscular del fin de los tiempos profetizada en las escrituras indias. Yuga (¡no yoga!) significa cuarto: la Luna tiene cuatro yugas. Según Mircea Eliade, kali significa aquí «discordia, conflictos, disputas». Es la época en que la sociedad humana alcanza su punto máximo de degeneración, de barbarie, de desintegración. Para los indios, que juegan mucho a los dados, kali designa la cara perdedora, la que vale un solo punto... Los cuatro yugas llevan el nombre de las caras de los dados: Krita, o Krita Yuga, es la edad de Oro de la humanidad, la cara del dado con cuatro puntos. Treta, o Treta Yuga, es la edad de Plata, la cara con tres puntos. Dvpara, o Dvápara Yuga, es la edad de Cobre, la cara con dos puntos. Kali, o Kali Yuga, es pues la cara perdedora, con un solo punto. A propósito de estos yugas, ¿qué dicen y predicen las antiguas escrituras, las Purnas? Nada muy alegre: «Dotados de poco sentido, los seres humanos estarán sometidos a todo tipo de enfermedades del cuerpo y del espíritu, cometerán pecados todos los días, y todo lo que puede afligir a los vivientes, todo lo que es vicioso e impuro, será engendrado durante la era de Kali. »Hacia el final de la era de Kali, los hombres formarán sectas heréticas y disputarán a causa de las mujeres. Esto está fuera de duda... En esta edad de Hierro, habrá epidemias, hambre, sequías, revoluciones. Los hombres no tendrán virtud, tendrán poderes maléficos, serán irascibles, rudos y deshonestos. Habrá muchos mendigos entre el pueblo, la vida será corta, y la pereza, la enfermedad y la miseria prevalecerán, causadas por la ignorancia y el pecado. »En la edad de Hierro, incluso Mahadeva (el gran dios Shiva), el dios entre los dioses, no será divino para los hombres. Las personas se deteriorarán rápidamente y adoptarán un modo de vida contrario (a las reglas)». Por su parte, el Harivamsha precisa: «Durante el último ciclo habrá grandes guerras, grandes
tumultos, grandes diluvios, grandes espantos». Tomo del libro de Alain Daniélou Shiva et Dyonisos, pp. 277-277, los pasajes más significativos del Linga Prana: «Los hombres (de la era de Kali) están atormentados por la envidia, son irritables, indiferentes a las consecuencias de sus actos... Sus deseos están mal orientados, su saber es utilizado para fines maléficos... Los jefes de Estado son en su mayoría de extracción baja. Son dictadores y tiranos... »Los ladrones se convierten en reyes y los reyes en ladrones. Las mujeres virtuosas son escasas. La promiscuidad se difunde... La tierra no produce casi nada en ciertos lugares y mucho en otros. Los poderosos se apoderan del bien público y dejan de proteger al pueblo... Personas sin moral predican la virtud a los demás... Asociaciones criminales se forman en los pueblos y en los países». Otras predicciones de las escrituras indias recuerdan a las del Apocalipsis... Un solo consuelo (?): la era de Kali debería durar 432.000 años. En el Mahnirvna Tantra, Shri Sadashiva proclama: «Durante las tres primeras edades, ese rito (del tantra) era un gran secreto; los hombres lo practicaban en secreto y así alcanzaban la Liberación. Cuando venga la era de Kali, los adeptos del rito tántrico Kula deberán declararse como tales y tanto de día como de noche deberán ser iniciados abiertamente». W. C. Beane, op. cit., p. 241, menciona también el Rudramayla: «Yo proclamaré las prácticas de la Vía de la Izquierda, la sadhana suprema de Durg. Siguiéndola, sus adeptos alcanzarán rápidamente la perfección en esa era de Kali». El fin de los tiempos, el fin de la era de Kali, estará señalado por la venida de Kalki, el último avatar de Vishnu. A la vez vengador y redentor, vendrá bajo la forma de un guerrero montado en un caballo blanco alado. En una mano blandirá una espada, en la otra un disco, pues así como el tridente es la insignia de Shiva, el disco es la Vishnu, segundo miembro de la trilogía hindú. Luego, destruirá el mundo... Para terminar este capítulo una pregunta: ¿Debe ser Kl el tema de nuestra meditación favorita? Tal vez no, pero era impensable publicar este libro sin evocar a la terrible Kl, pues también la realidad tiene aspectos terribles. En el rito tántrico, el aspecto más accesible de Shakti, de la Energía primordial cósmica, no es otro que la Mujer, porque toda mujer es una diosa...
Toda mujer es una Diosa
Para el tantra toda mujer, por vulgar que sea, encarna a la Diosa, es la Diosa, la Mujer absoluta, la Madre cósmica. Ante estas palabras más de un hombre se alzará de hombros, lo considerará una figura retórica. En efecto, ¿cómo puede verse, en cada mujer que encontramos, una Diosa, en el sentido total de la palabra? Y ese marido que acaba de discutir con su mujer se burlará: «¡No bromeemos! ¿Diosa? ¡Tigresa tal vez!» Ahora bien, para el tantra, percibir concretamente el aspecto divino de cada mujer es un preámbulo necesario del maithuna y el ritual tántrico, de la unión sexual sagrada. Pero, ¿cómo es posible ver a la Diosa oculta en cada mujer? Aquí el tantra nos propone un primer medio: a falta de volver a convertirnos en bebés, podemos al menos considerar la relación del recién nacido con su madre. Salido de su vientre, todavía forma parte de su carne y necesitará meses, incluso años, antes de ser mínimamente autónomo. En este universo encantado del niño, del que mamá es el centro, ella es la Mujer ideal. Seamos deliberadamente malvados: imaginémosla fea y tonta, desabrida. ¿La ve el niño así? ¡Claro que no! Para él su madre es la belleza, la bondad, y el amor encarnados, en una palabra, ella es la Diosa: perfecta, lo sabe todo, no puede mentir. Sólo más tarde el niño descubrirá a la mujer «real», trivial, anecdótica, que es su madre, con sus defectos, sus bigudíes y a veces su mal carácter. Para nosotros, adultos, «razonables», sólo esta última es «real y verdadera», y el resto es literatura. Entonces, la Madre divina del bebé, ¿es sólo una ilusión propia de la imaginación infantil? Para
el tantra no es el adulto el que tiene razón, sino el niño, porque más allá de las apariencias percibe la realidad última, la Madre divina, la Vida cósmica encarnada por su madre «real», concreta. La otra vía de acceso a lo Absoluto oculto en la mujer (o en el hombre corriente) es muy agradable. ¡Basta con estar enamorado! Tengamos piedad del ser humano que nunca haya experimentado la maravillosa emoción que despierta el encuentro del ser (provisionalmente al menos) ideal. Los amantes encarnan, el uno para el otro, la belleza, la perfección; se mueven en un universo maravilloso donde todo es encantador. Una palabra, un gesto, el contacto más leve, los transportan. Luego la primera cita, el primer beso, las caricias, los abrazos: ¡qué maravilla! ¿Cantan otra cosa las novelas, el teatro, las películas? ¿Pero ven los enamorados la «realidad»? Todos conocemos a esas parejas en las que, por ejemplo, una joven muy bella e inteligente está perdidamente enamorada de un hombre que, a nuestros ojos, no es ni bueno ni malo, ni joven, ni siquiera... ¡rico! Todos pensamos: «¿Cómo puede gustarle a ella? ¿Qué le encuentra de formidable?» Nosotros que lo conocemos, nosotros sabemos que no es interesante, dados su carácter, su educación, etc. ¡Pero ella no se fija sólo en eso! Para ella es el hombre ideal. El tántrico diría: «Encarna a Shiva». Un día, casada, desilusionada, lo verá «tal cual es», y la pareja caerá en la monotonía, con, al final, la ruptura o la resignación. El divino Shiva se ha evaporado y nosotros diremos: «Por fin ella ve claro...». En realidad, según la óptica del tantra, la mujer enamorada percibía la realidad última más allá del personaje concreto, anecdótico. Y viceversa, para el hombre enamorado, la amada es Shakti, la Diosa. De este modo, confundimos lo superficial, lo anecdótico, con lo profundo, lo verdadero, oculto bajo las apariencias. Incluso físicamente, el cuerpo real enmascara el verdadero cuerpo: nadie ha realizado su verdadero cuerpo, el que la naturaleza había previsto, que estaba programado en los genes. Pero ése es el verdadero y ése es el que se transmite a las generaciones futuras. En efecto, si desde la concepción y hasta el día de hoy me hubiera beneficiado de un entorno ideal en todos los aspectos de la vida (corporal, mental y espiritual), hubiera manifestado mis genes a la perfección y sería casi un superhombre en comparación con lo que he llegado a ser en la realidad. El mito de la Diosa, de Shakti, y también el de Shiva, incluyen todo esto, más el conjunto de las virtualidades cósmicas grabadas en la materia viviente. Por eso el tántrico adora a la Shakti cósmica en toda mujer. Realizar es uno de los fines del tantra y forma parte de la expansión del campo de la conciencia al que apunta. Llegamos aquí al concepto de la Kundalin, que es ese dinamismo evolutivo que hizo surgir al hombre actual de los prehomínidos y que lo hará, tal vez, en el futuro, convertirse en un superhombre en comparación con nosotros. ¿Por qué no? Pero la evolución no es lineal: durante sus alzas de fiebre evolutiva mezcla intensamente una o varias especies. En un período «tranquilo», es ese misterioso dinamismo que guía la evolución de un ser a partir del óvulo fecundado. El tantra considera que la Kundalin, localizada en los órganos genitales, el polo de la especie, está ligada a nuestro dinamismo vital y a nuestra sexualidad. Con mucha frecuencia permanece latente, «dormida», simbolizada por la serpiente dormida y enrollada en torno al lingam. El tantra quiere «despertarla», quiere concretar hoy algunas de las virtualidades en reserva para la evolución futura de la humanidad. Y he aquí hasta donde nos ha conducido la Diosa encarnada en cada mujer... Después de este vuelo cósmico, es machismo terminar este capítulo con la anécdota en que ese señor, ya no muy joven, dice a su compañera: «Sé bien que yo encarno al Shiva absoluto, pero, a pesar de todo, no llego a comprender cómo una mujer tan joven y bella como tú puede enamorarse de un viejo millonario como yo.»
La vía «siniestra»
Un día una occidental que vivía en la India, donde su marido estaba destinado, me escribió, turbada y sorprendida, que un misionero católico le había formalmente desaconsejado el yoga porque, según él, «conduce siempre a prácticas sexuales». De hecho este buen cura reflejaba la aversión brahmánica hacia el trantra, al cual él asociaba el yoga, justamente por cierto. Para el brahmanismo, el tantra es un culto licencioso, bárbaro, odioso, que conduce a las peores perversiones sexuales; no hay abyección ni crimen del que los tántricos no hayan sido acusados, y eso no empezó ayer. Así, W. J. Wilkins, un buen pastor misionero, anglicano, se interesó en la mitología hindú hasta el punto de publicar en Calcutta, en 1882, una obra tan bien hecha que un editor indio de Benarés la reimprimió en 1972 sin cambiarle nada. En el capítulo consagrado al culto de Shakti el autor revela la oposición irreductible entre el hinduismo y el tantra de la Vía de la Izquierda: «Hay un culto de Shakti, reconocido y respetable, denominado la Vía de la Mano Derecha, pero existe otro, opuesto a él, llamado la Vía de la Mano Izquierda. En el primero, los ritos y las ceremonias son ejecutados en público y no difieren casi de los de las sectas hinduistas. Sin
embargo, los adeptos de la Mano Izquierda se toman el mayor cuidado en conservar en secreto para los no iniciados las doctrinas y las prácticas que constituyen su forma de adoración. Pero lo que se conoce basta para hacer enrojecer por haber mantenido relaciones con ese sistema. El consumo de carne --estrictamente prohibido para los hindúes ordinarios--, el de bebidas embriagadoras -- también estrictamente prohibido--, así como actos groseramente obscenos, forman parte del culto de la diosa. Sin duda alguna en los tiempos antiguos hasta se ofrecían sacrificios humanos en la celebración de esos festivales.» ¡Esa es la reputación que tienen los tántricos! Los británicos, que creyendo esas afirmaciones prohibieron las manifestaciones públicas de lo que les parecían innombrables desbordes de lubricidad, lograron reducirlos a la clandestinidad. La Vía de la Izquierda, que perpetúa el culto ancestral de los prearios, implica el sexo porque éste es indisociable de la vida: toda visión del mundo que desvalorice este aspecto esencial del ser y del cosmos, está desfasado con respecto a lo real. El Rig-Veda reconoce implícitamente que la Vía de la Izquierda, Vama, Marga, es tántrica al llamar «Vama» (izquierda) al dios preario Shiva. En cuanto a las acusaciones y los prejuicios, los autores D. N. Bose e Hiralal Haldar, en Tantra, their Philosophy and Occult Secrets, aclaran las cosas: «Sin embargo hay que admitir, aunque a disgusto, que existen prejuicios, incluso entre gente honesta, y prevenciones contra la visión tántrica, a causa de algunos ritos que, considerados superficialmente, parecen muy licenciosos, crueles, repugnantes en exceso. Sin embargo, si uno se toma el trabajo de penetrar en profundidad, se da cuenta de que no son ni licenciosos, ni crueles, ni repugnantes, sino que tienen un sentido místico (en algunos casos desviado y degradado por seres corruptos para servir a su egoísmo y satisfacer sus deseos bestiales), que ayuda al tántrico a progresar en la vía de la perfección moral esencial para su emancipación final». La Vía de la Izquierda Para los (numerosos) detractores del tantra llamado de la Mano Izquierda, los tántricos son personajes «siniestros», maníacos sexuales entregados a la magia negra, incluso a los sacrificios humanos. En este contexto, es instructivo recordar el latín sinister, «izquierdo». «Siniestro» se ha convertido en sinónimo de mal augurio, funesto, nefasto, pernicioso, lúgubre, amenazador, terrible. Un siniestro es una catástrofe, una desgracia, uh accidente. En la India, la mano izquierda es indecente, por una razón muy prosaica: a falta de papel higiénico, prácticamente inhallable en la India, el hindú se lava el ano con agua, y como utiliza la mano izquierda, ésta no debe tocar jamás los alimentos. Se comprende, entonces, el disgusto que experimenta un indio que ve a un europeo no informado tocar su comida con la mano izquierda: ni siquiera muerto de hambre aceptaría el hindú un alimento ofrecido por una mano izquierda, aunque esté lavada y desinfectada. A propósito de las manos, el hindú, que tiene horror a los contactos corporales, encuentra repugnante la costumbre occidental del apretón de manos. Sólo una ínfima minoría occidentalizada condesciende, con reticencia, a estrecharnos la mano, aunque sea la derecha. Nosotros mismos, en Francia, decimos a los niños: «Donne la belle main au Monsieur» («¡Da la bella mano al señor!»). ¡La derecha, por supuesto! ¡Se llega hasta a educar a los perros para que presenten la pata derecha! Entonces al brahmanismo le resulta fácil oponer al tantra de la mano izquierda, repugnante, el de la mano derecha, que es la única decente a sus ojos. Pero esta designación es voluntariamente tendenciosa, pues en el tantra Vama Marga (Vama = izquierda, Marga = vía) no tiene ninguna relación con la mano izquierda. Comparto la opinión de Francis King: «Los ocultistas occidentales, que han retomado por su cuenta la interpretación errónea de H- P. Blavatsky, han dicho muchas insensateces al respecto de las palabras "mano izquierda, mano derecha", atribuyéndoles un sentido moral.
»La transición de izquierda a siniestra y luego a mala es a la vez fácil y abusiva para un europeo. »De hecho esas palabras no implican ninguna connotación moral, expresan simplemente que, en el rito que culmina con la unión sexual concreta, la mujer se encuentra a la izquierda del hombre, mientras que en el rito sin unión concreta, la mujer está sentada a su derecha.» Y yo añado que, en el símbolo del andrógino, la mitad femenina es siempre la izquierda. Vama Marga es por tanto la vía de la Femineidad, nada más, pero también nada menos. Proclamarse de la Vía de la Izquierda es atraerse los rayos neobrahmánicos, por tanto los de los swamis, que están casi todos en el «sistema». Aghehananda Bharati escribe: «Algunos temas son tabú para los brahmanes y los pandits indios. Y el tantra es objeto de un tabú muy severo... En Occidente los aduladores actuales de todo lo que proviene de la India, aparte de algunos antropólogos y sanscritistas concienzudos, caen en la trampa de la cultura india oficial, impregnada de ese puritanismo ascético y anti-hedonista que caracteriza las escrituras canónicas indias». De modo que cuando el lector oiga maldecir al tantra, lo que no será raro, sabrá de donde viene el ataque y por qué. Personalmente he tomado posición desde hace tiempo y pienso en el proverbio árabe: «Los perros ladran... la caravana pasa y llega lejos.»
El mito del andrógino
El dibujo de la página siguiente, muy simbólico y tántrico, está tomado del libro Ancient Faiths, de Innmann, publicado en la India hace más de un siglo, en 1868 para ser exacto. Representa el Ardhanari, el andrógino indio, mitad Shiva, mitad Shakti. Shiva ocupa la mitad derecha evidentemente, y reconocemos sus principales atributos: una cobra le sirve de collar y, después de haberse enrollado en su cuello, levanta su cabeza por encima de la del dios, cuyo peinado es típicamente masculino, así como su pendiente; otra serpiente, símbolo sexual en todas las tradiciones, que manifiestamente no es una cobra, se enrolla en torno al brazo de Shiva. La mitad izquierda es con seguridad Shakti, reconocible no sólo por la curva de la cadera y por el pecho, sino también por su pendiente, del tipo llevado por las mujeres indias. Su medio collar y su medio cinturón son adornos femeninos, así como los brazaletes del tobillo. Diosa de la fertilidad, por tanto de las plantas y del agua, lleva un loto en la mano. Y la pareja está de pie sobre un enorme loto que flota en las aguas primordiales.
Para representar su unión sexual el artista ha colocado, bien a la vista en el lugar de los sexos, el hank egipcio, cuyo bucle representa evidentemente el yoni, pues está inscrito sobre la mitad Shakti, mientras que la cruz representa el órgano masculino. Así el hank, en su posición estratégica y
central, resume, en un esbozo cautivador, la unión sexual de Shiva y Shakti. Teniendo en cuenta la etimología de la palabra «lingam», que significa «signo» (de la unión de los principios masculino y femenino), el hank es por tanto un verdadero lingam. Dadas las relaciones comerciales por tierra y por mar que existieron desde la más remota antigüedad entre la India y Egipto, esta correspondencia no debe sorprendernos. Por otra parte, sería ocioso querer determinar si los egipcios tomaron en préstamo el hank a la India o a la inversa; lo esencial es su simbolismo, y éste no puede ser más límpido.
Ardhnari, el andrógino, simboliza la unidad de los orígenes cósmicos. El Adán primordial es también a la vez macho y hembra, y cada ser humano incluye los caracteres de ambos sexos. Aunque masculino en apariencia, Shiva es un dios andrógino. Por eso lleva un pendiente de mujer en la oreja izquierda y uno de hombre en la derecha. Por último, ¿será porque el corazón está a la izquierda que ese es el lado de Shakti?
Ardhnari simboliza la unión cósmica original de Shiva y Shakti. Su separación engendra literalmente el sexo (del latín sectus, «.cortar»). En el maithuna tántrico, Shiva y Shakti quieren reencontrar la unidad de los orígenes. ¡Qué prueba para el artista esculpir una estatua medio mujer, medio hombre, sin que ese «monstruo» sea feo, sino todo lo contrario!
5 El ritual tántrico La Vía del Valle
La vía tántrica llamada «del Valle» es la más fácil, especialmente para el control de la eyaculación, pues ese tipo de unión poco «movida» está basada en la relajación física y mental. Se la podría juzgar poco «excitante», lo cual es relativamente cierto. Sin embargo nos abre un mundo desconocido de sensaciones y de experiencias, engendra una plenitud prolongada, y logra la integración total de dos seres, en cuerpo, mente y espíritu, fuente de felicidad desconocida por las parejas ordinarias de nuestro Occidente apresurado. La experiencia divergente Gracias sobre todo a la Vía del Valle el tántrico llega a «feminizar» su experiencia de la sexualidad. Para el hombre «ordinario» el acto sexual, centrado en el polo de la especie, es decir, en los órganos genitales, es una experiencia convergente en el espacio y en el tiempo. En otros términos, su vivencia tiende a restringirse cada vez más. La mujer despierta su deseo, luego, desde que se produce la erección, su vivencia se instala en una zona cada vez más reducida, la zona genital. Una vez insertado en la vagina, su pene acapara toda su atención, que tiende, poco a poco, a focalizarse en las sensaciones percibidas en el glande. Paralelamente, su experiencia se estrecha también en el tiempo: converge hacia el breve instante de placer de la eyaculación, después de lo cual su deseo decae inmediatamente, y el hombre se retira y se aparta de la mujer. Para el tántrico, por el contrario, incluso fuera del ritual, el maithuna es una experiencia divergente, de tipo femenino. En efecto, en la mujer, la vivencia sexual, lejos de limitarse a la vagina y al pene que allí encierra, desborda progresivamente la esfera genital, se difunde por todo su cuerpo y, cuando llega el orgasmo, implica cada fibra de su carne y luego invade su ser. El éxtasis tiende también a intensificarse, a prolongarse, por tanto a extenderse en el tiempo. Mucho después del fin del contacto sus ecos resuenan en ella todavía. Esta experiencia difusa es también la del tántrico que no se acopla a una vagina, sino que se une al ser total, a la mujer física, psíquica y cósmica, es decir, a la encarnación de Shakti. Cuando el lingam ha establecido el contacto íntimo, cuando percibe el yoni, Shiva participa en el deseo y en la emoción erótica de Shakti. A partir del lingam su experiencia erótica es como una mancha de aceite, gana progresivamente todo su vientre, viaja a lo largo de su columna vertebral y por último hace vibrar cada célula de su cuerpo. Participa intensamente en la emoción sexual última de Shakti cuando ella vive un profundo orgasmo. Percibe así el ser secreto de la mujer, sin tratar de apropiarse de su cuerpo ni de su sexo. No piensa: «Es mi mujer, y su sexo y su sexualidad me pertenecen». Percibe, en el sexo, la expresión del poder creador cósmico suprapersonal. Unido a Shakti, todo su cuerpo se convierte en órgano sexual, no sólo el lingam como en la unión ordinaria. En la práctica Antes de abordar la práctica, veamos primero las posiciones apropiadas. La posición occidental usual, es decir, la «del misionero», no conviene para nada: fatiga a Shakti, que debe soportar mucho tiempo el peso del hombre acostado sobre ella, sobre todo si él se relaja, como debería ser. Ahora bien, en la Vía del Valle, la unión puede durar hasta dos horas o más... La somnolencia, lejos de ser un inconveniente, hace aflorar el inconsciente y permite intercambios magnéticos y psíquicos intensos: en el sueño los intercambios se realizan en un plano psíquico sutil.
La posición a horcajadas, Purusbayita, es conveniente siempre que sea posible la relajación, que se logra colocando cojines en la espalda de cada integrante de la par
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