Durante la peor crisis de la industria musical Amy Winehouse fue uno de los pilares de la multinacional Universal. La compañía hizo lo posible por estirar su arrollador éxito, publicando ediciones ampliadas tanto de Frank como de Back to black. De alguna manera, el consenso general en su círculo era que resultaría buena terapia empujarla a hacer un disco. Sus dos productores, Salaam Remi y Mark Ronson, lo intentaron pero se había evaporado la inspiración -Amy sí pudo participar en homenajes colectivos, interpretando temas ajenos- y se había perdido la motivación.
"Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver". Amy Winehouse ha terminado por cumplir al pie de la letra con la famosa frase, atribuida popularmente a James Dean, aunque fue el actor John Derek el primero en decirla en 1949 en la película de Nicholas Ray y Humphrey Bogart Llamad a cualquier puerta. Y además lo ha hecho a la edad de los 27 años, que le concede el extraño honor de pertenecer a lo que algunos han dado en llamar el Club de los 27, el grupo de jóvenes estrellas musicales que murieron a esa edad como Brian Jones, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison o Kurt Cobain.
La "muñeca rota del soul", como la calificaron algunos medios anglosajones en cuanto saltaron a las noticias sus escándalos, coincide con Joplin o Morrison no sòlo en su edad sino también en tener un final precedido por la autodestrucción. Winehouse es la última representante del live fast, die young, fielmente caracterizada mejor que nadie por Sid Vicious, integrante de Sex Pistols. Es decir, existencia frenética y excesiva, impulsada por el consumo de droga, en el mundo del pop-rock que acaba de forma trágica y muy temprana. El binomio drogas-música ha alumbrado grandes obras artísticas, siendo motor creativo de muchos grupos y compositores desde la irrupción paralela del jazz y de la marihuana hasta el rock psicodélico y el LSD, pero también ha sido el detonante definitivo para el adiós de muchos.
Producciòn: Jessika Sierralta.
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