La Formula 1, amén de una de las competiciones más corruptas y disparatadas del planeta, es de un enorme valor para toda la industria de la automoción, ya sea en el automovilismo y las carreras o en el diario andar de los coches por el mundo, y en uno de los días más duros de su historia reciente debido al pavoroso accidente de Romain Grosjean, demostró cuál es su verdadera valía: el piloto no salvó la vida por un milagro si no por la ciencia, la tecnología y el ingenio humano (y su poco de suerte, evidentemente).
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