Lectura de varios pensamientos de Carl Gustav Jung, extraidos de diversas obras suyas por E. Eskenazi
Aquí los tienen por escrito:
Sólo un necio está interesado en la culpa de los demás, puesto que no puede cambiarla. El sabio aprende sólo de su propia culpa. Se preguntará a sí mismo: ¿quién soy puesto que todo esto me está ocurriendo? Para encontrar la respuesta a esta pregunta destinal, mirará en su propio corazón.
El paciente no tiene que aprender cómo liberarse de su neurosis, sino como soportarla. Su enfermedad no es una carga gratuita y, por consiguiente, sin significado; es su propio sí-mismo, el "otro" que por pereza o temor infantil, o por otros motivos, siempre ha intentado excluir de su vida. De este modo, como acertadamente dice Freud, transformamos al ego en un "asentamiento de ansiedad", lo que nunca hubiera sido si no nos defendiéramos contra ello tan neuróticamente
El secreto es que sólo lo que puede destruirse a sí mismo está verdaderamente vivo.
Hay tan poco mérito en ser bueno como poco vicio o pecado en ser malo: en esto nosotros no hacemos sino representar los papeles que nos han dado.
Quizás consiga que se comprenda mejor mi pensamiento diciéndoles que uno no se encuentra completamente a gusto hasta que no se encuentra a sí mismo, hasta que no tropieza consigo mismo; si no se ha encontrado con dificultades interiores, uno se queda en la propia superficie; cuando un ser entra en colisión consigo mismo, siente inmediatamente una sensación saludable que le procura bienestar.
El sentimiento de una inferioridad moral no proviene de un desacuerdo con la ley moral común la cual en cierto sentido es arbitraria, sino del conflicto del individuo consigo mismo, con su Sí Mismo, que reclama imperiosamente, por motivos de equilibrio psíquico, que se colmen los déficits y las lagunas oscuramente percibidas, inconscientemente conscientes. Cada vez que surge un sentimiento de inferioridad, no sólo indica la exigencia en el sujeto de asimilar un factor hasta ahora inconsciente, sino que también indica la posibilidad de esta asimilación. En último análisis son las cualidades morales de un ser los que la conducen y la obligan -ya directamente por el conocimiento y la aceptación de la necesidad, ya indirectamente a través de una dolorosa neurosis- a asimilar su Sí Mismo inconsciente y a mantenerlo consciente. Quien quiera que progrese en el camino de la realización de su Sí Mismo, inconsciente, volverá necesariamente conscientes los contenidos del inconsciente personal, lo que ampliará considerablemente la extensión, los horizontes y la riqueza de la personalidad. Señalemos enseguida que esta “ampliación” concierne en primer puesto a la conciencia moral y el conocimiento de sí mismo; pues los contenidos del inconsciente que libera el análisis y que pasan a la conciencia son, por regla general, principalmente contenidos desagradables que, como tales, han sido rechazados: recuerdos, deseos, tendencias, proyectos, etc. Son contenidos que, por ejemplo, evocaría de manera análoga una confesión general, sincera, si bien en una medida menor.
La naturaleza humana no consiste sólo y enteramente en luz, sino también en abundante sombra, de modo que el conocimiento que se alcanza en la práctica del análisis resulta a menudo algo penoso, tanto más cuanto más se estaba antes persuadido de los contrario (según ocurre por regla general) .
Así como unos se tornan demasiado exuberantes a causa de su optimismo, así los otros, por su pesimismo, se vuelven demasiado temerosos y pusilánimes. En esta formas se plasma de algún modo el gran conflicto, cuando se lo reduce a una escala menor. Pero también en estas proporciones reducidas se reconoce sin dificultad el hecho esencial; la arrogancia de los unos y la pusilanimidad de los otros tiene algo en común: la inseguridad acerca de sus límites.
En su estado de identificación con la psique colectiva el sujeto, en efecto, intentará sin falta imponer a los demás las exigencias de su inconsciente. Pues la identificación con la psique colectiva confiere un sentimiento de valor general y casi universal (lo que antes hemos llamado “semejanza divina”) que lleva a no ver la psique personal deferente de los prójimos, a hacer abstracción y a pasar de largo. El sentimiento de detentar un valor, una verdad universal, emana espontáneamente de la universalidad de la psique colectiva; una actitud, una óptica colectivas, presuponen naturalmente en lo otro y en los demás la misma psique colectiva. Esto implica por parte del sujeto un rechazo categórico, una verdadera imposibilidad de apercibir las diferencias individuales y también las diferencias de orden general que puedan existen en el seno mismo de la psique colectiva... La imposibilidad o el rechazo a ver lo individual, de lo que no percibe más la existencia, equivale simplemente a extinguir al individuo, lo que destruye los elementos de diferenciación en el seno de un grupo. Pues el individuo es, por excelencia, el factor de diferenciación. Las virtudes más grandes, las creaciones más sublimes, así como los peores defectos y las peores atrocidades son individuales.
Sólo la presencia viva de las imágenes eternas es capaz de conferir al alma la dignidad que le hace verosímil y moralmente posible al hombre perseverar en su alma y estar convencido de que vale la pena permanecer junto a ella. Sólo entonces se le hará evidente que el conflicto le pertenece, que la escisión es su doloroso patrimonio, del que no se libra atacando a otros, y que si el destino le hace cargar con una culpa, es una culpa respecto a sí mismo.
Para curar el conflicto proyectado, hay que devolverlo al alma del individuo, donde comenzó de manera inconsciente. Quien quiera dominar este ocaso debe celebrar una eucaristía consigo mismo y comer su propia carne y beber su propia sangre, es decir, tiene que conocer y aceptar en sí al otro.
Mientras más se toma conciencia de sí mismo, gracias al conocimiento que se adquiere poco a poco, y gracias a las rectificaciones del comportamiento que se derivan, más disminuye y desaparece la zona del inconsciente personal depositada sobre el inconsciente colectivo. Y siguiendo paso a paso esta evolución, se crea poco a poco una conciencia que no ya no está más aprisionada en el mundo mezquino, estrechamente personal y susceptible del yo, sino que participa cada vez más en el vasto mundo de las cosas. Esta conciencia ampliada se distanciará poco a poco de este escondrijo egoísta y umbrío de deseos personales, aprehensiones, esperanzas y ambiciones, tendencias todas que debieran encontrar en el ser las compensaciones e incluso rectificaciones, gracia a las tendencias personales, opuestas e inconscientes. Esta conciencia renovada llegará a ser un elemento relacional, una función que arroja una pasarela hacia el objeto y el mundo de las cosas, que implicará e integrará al individuo en una comunidad indisoluble con el mundo, comunidad en la que el ser se siente comprometido y responsable. Las complicaciones humanas que se producen entonces, desde que el individuo a llegado a este estadio de evolución, no son ya vulgares conflictos de deseos egoístamente personales, sino que refieren a dificultades referentes a cualquier. En este plano, se trata en definitiva de problemas colectivos que movilizan al inconsciente colectivo, pues la compensación que necesitan ya no es de orden personal, sino colectivo. Podemos constatar entonces que el inconsciente del individuo produce contenidos que no sólo valiosos sólo para el mismo sujeto, sino también para muchos seres y, bien puede ser, para casi todos.
Estas identificaciones con el rol social constituyen por lo demás una fuente abundante de neurosis: no es sin desgaste y sin ser cruelmente castigado que el hombre puede alienarse de sí mismo en beneficio de una personalidad artificial. Ya la menor solicitación respecto al hombre interior en este sentido y el menor abandono del hombre exterior a tal curso determinan, en todos los casos banales, reacciones inconscientes, humores, afectos, miedos, representaciones obsesivas, debilidades o vicios. El hombre que en la vida social se presenta como “hombre fuerte”, ”hombre de hierro”, es muy a menudo en la vida “privada” como un niño de cara a sus sentimientos y sus estados de ánimo: la disciplina que muestra (y que, particularmente, exige de los demás) se encuentra, en el plano privado, vergonzosamente y caricaturalmente contradicha y desmentida. Su “vamos al trabajo”, su “disponibilidad profesional”, su “amor al deber” tienen un rostro melancólico; su “ejemplar” moral oficial tiene rasgos muy singulares cuando se levanta la máscara. Y nos referimos aquí menos a los actos que a los movimientos de la imaginación... En la medida en que el mundo solicita insidiosamente al individuo que se identifique con su máscara, y en la medida en que el individuo sucumbe a estas seducciones, será librado a las influencias que emanan del mundo interior, y será su víctima con mayor frecuencia... Cuando el individuo se identifica con su máscara, la contradicción surge del interior de sí mismo y actúa sobre el yo; todo ocurre como si el inconsciente oprimiera al yo con una potencia igual a aquella con la que la persona atrae a ese yo, como si la sumisión a las solicitudes exteriores y a las seducciones de la persona significaran una debilidad análoga de cara a las fuerzas interiores y a los poderes del inconsciente. En tanto el individuo asume, en su relación con el mundo, el rol de una personalidad fuerte y eficaz, en el fondo de sí se desarrolla una debilidad afeminada ante todas las influencias que emanan del inconsciente: se abandona cada vez más a caprichos, humores, accesos de ira... Así pues, la persona, la imagen ideal del hombre tal como debiera y quisiera ser, se encuentra interiormente cada vez más compensada por una debilidad femenina; y en la media en que exteriormente el desempeña el papel de hombre fuerte, interiormente se transforma en una manera de ser afeminada, que he llamado anima; entonces el anima se opone a la persona.
Así como es indispensable, en vista de la individuación, de la realización de sí mismo, que un ser aprenda a diferenciarse de la apariencia que encarna a los ojos de los demás y a sus propios ojos, así es indispensable, en un fin idéntico, que tome consciencia del sistema interrelacional invisible que conecta su yo y su inconsciente, a saber su anima, a fin poder igualmente diferenciarse de ella. Pues no se puede uno diferenciar de algo inconsciente. Por lo que respecta a la persona, es relativamente fácil de modo natural para cualquiera percibir que su función y uno mismo son dos cosas diferentes. Por lo que respecta al anima, por el contrario, no se llegará a diferenciarse de ella que a costa de las mayores dificultades y de los mayores esfuerzos, por la buena razón de que precisamente es invisible y difícilmente discernible.
Ahora, los factores inconscientes son hechos que ejercen poderes tan condicionantes como las fuerzas que regulan la vida de la sociedad; y los primeros son tan colectivos como los segundos. Por ello, así como puede distinguir lo que mi función exige y espera de mí de lo que yo quiero, puedo aprender a hacer la distinción entre lo que yo quiero y lo mi inconsciente tiende a imponerme.
Precisamente porque estas tendencias contrarias están secreta y subterráneamente en relación unas con otras, son susceptibles de encontrar su acuerdo en una cierta media, en un cierto compromiso que, de algún modo necesariamente, brota voluntaria o involuntariamente del individuo mismo, y del cual éste ha de tener una cierta presciencia intuitiva. Cada cual tiene un sentimiento de lo que debería ser, de lo que podría ser, de lo que uno debiera ser. No tener en cuenta esta intuición, descartarla y alejarse, es hacer un falso camino, es comprometerse en el sendero del error y, a corto o largo plazo, desembocar en la enfermedad
Puesto que la psique no es una unidad, sino que está constituida de un conjunto de complejos contradictorios, no es difícil realizar la disociación necesaria para la confrontación dialéctica con el anima. El arte de este diálogo íntimo consiste en dejar hablar, en dejar acceder a la “verbalización” a la compañera invisible, a poner a su disposición, de alguna manera, los mecanismos de la expresión, sin dejarnos frenar por el disgusto que naturalmente se siente consigo mismo en el transcurso de este procedimiento, que parece un juego de un absurdo ilimitado
Siempre procedemos por la idea simplista de que somos el único dueño en nuestra propia casa. Nuestra comprensión debe familiarizarse con el pensamiento de que, incluso en la vida más íntima de nuestra alma, todo acaece como si viviéramos en una especie de morada que, al menos, presenta puertas y ventanas que se abren sobre un mundo cuyos objetos y presencias actúan sobre nosotros, sin que podamos decir por ello que los poseemos
He llamado función trascendente a esta modificación que resulta de la confrontación del individuo con su inconsciente. Esta curiosa facultad de metamorfosis que manifiesta el alma humana, y que se expresa precisamente en la función trascendente, es el objeto esencial de la filosofía alquimista de finales de la Edad Media; expresa su tema principal de la metamorfosis mediante la simbólica alquímica... El secreto de esta filosofía alquímica, y su llave ignorada durante siglos, es precisamente el hecho, la existencia de la función trascendente, de la metamorfosis de la personalidad, gracias a la mezcla y a la síntesis de sus factores nobles y sus constituyentes groseros, la aleación de la funciones diferenciadas y de las que no lo son, brevemente: los esponsales, en el ser, de su yo consciente y de su inconsciente.
El famoso problema que ha preocupado a la Edad Media, el de la cuadratura del círculo, que fue una de las preocupaciones esenciales de los alquimistas. Aquí el problema de la cuadratura del círculo surge en un punto dado para representar de manera simbólica la individuación. La personalidad total se caracteriza merced los cuatro puntos cardinales del horizonte, los cuatro dioses, es decir las cuatro funciones que permiten la orientación en el espacio psíquico interior y gracias al círculo que abraza al conjunto
Sin su individualización, el ser permanece en una condición de mezcla y de confusión con los demás; en este estado, realiza acciones que le colocan en desacuerdo y en conflicto consigo mismo... pero el desacuerdo consigo mismo constituye fundamentalmente el estado neurótico... Ahora, no puede sobrevenir una liberación de este estado si no se puede existir y actuar de conformidad con lo que se siente como su verdadera naturaleza. Este sentimiento de su verdadera naturaleza la experimentan los hombres de manera borrosa, nebulosa e incierta; pero, mediante su evolución, se afirma en fuerza y en claridad.
Después de violentas fluctuaciones iniciales, las contradicciones se compensan y aparece paulatinamente una nueva actitud, cuya ulterior estabilidad será tanto mayor cuanto más violentas hayan sido las diferencias iniciales. Cuanto mayor haya sido la tensión de las contradicciones, tanto mayor será la energía que de ella surja, y cuanto mayor esta energía, tanto más intensa será la fuerza atractiva, constelizante. En proporción con esa mayor atracción, será también mayor la amplitud del material psíquico constelizado, y cuanto más aumente esta amplitud tanto menor será la posibilidad de ulteriores trastornos que podrían resultar de diferencias con materiales no constelizados previamente. De ahí que una actitud mental surgida de amplias compensaciones sea particularmente estable.... los más profundos conflictos, una vez superados, dejan tras de sí una seguridad y tranquilidad o un quebrantamiento tales, que difícilmente podrán ser trastornados o, respectivamente, curados, mientras que por el contrario, es preciso que hayan existido los más profundos contrastes y que éstos hayan llevado a una conflagración, para producir resultados valiosos y permanentes.
El alma contiene todas las imágenes de las que han surgido los mitos; nuestro inconsciente es un sujeto actuante y paciente, cuyo drama el hombre primitivo vuelve a encontrar en todos los grandes y pequeños procesos naturales.
Para hacerse una imagen del proceso simbólico, las series de imágenes de los alquimistas resultan buenos ejemplos, aunque sus símbolos son en general tradicionales. Un magnífico ejemplo oriental es el sistema Chakra tántrico o el sistema nervioso místico del yoga chino. De acuerdo con todas las apariencias, las series de imágenes del Tarot son derivados de los arquetipos de la transformación
El proceso simbólico es un vivenciar en imagen y de la imagen. Su desarrollo muestra por lo regular una estructura enantiodrómica como el texto del I Ching y presenta por tanto un ritmo de negación y afirmación, de pérdida y ganancia, de claridad y oscuridad. Su comienzo se caracteriza casi siempre por un callejón sin salida u otra situación imposible; su meta es, expresada en general, el esclarecimiento o una más elevada conciencialidad, con lo cual la situación de partida se supera en un nivel más alto.
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