Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Vladimir_Sterzer_The_Last_Day_Of_Winter
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Y estando los centinelas diciendo esto a Monipodio, llegó un caballero joven a la puerta, vestido, como se suele decir, sin formalidad. Monipodio entró con él, y mandó llamara Ch1qmznaque, a Maniferro y al Repolido, y pidió que de los demás no bajase ninguno. Como se habían quedado en el patio Rinconete Y Cortadillo, pudieron oír toda la conversación que mantuvo Monipodio con el caballero recién venido, el cual dijoa Monipodio que por qué se había hecho tan mal lo que le había encargado. Monipodio respondió que aún no sabía lo que se había hecho; pero que allí estaba el encargado de su negocio, y que el dana muy buena cuenta de su trabajo.
Bajó mientras tanto Chiquiznaque, y le preguntó Monipodio si había cumplido con la tarea que se le había encargado de la cuchillada de catorce.
-¿Cuál? -respondió Chiquiznaque-. ¿Es la de aquel mercader de la Encrucijada?
-Esa es -dijo el caballero.
-Pues lo que pasa -respondió Chiquiznaque- es que yo le esperé anoche a la puerta de su casa, y él llegó antes del anoche cer; me acerqué a él, le medí el rostro con la vista, y vi que lo tenía tan pequeño que era totalmente imposible que cupiera en él una cuchillada de catorce puntos; y resultando imposible cumplir lo prometido y hacer lo que llevaba en mi destrucción...
-Instrucción querrá decir vuesa merced -dijo el caballero-, que no destrucción.
-Eso quise decir -respondió Chiquiznaque-. Digo que viendo que en la estrechez y pequeñez de aquel rostro no cabían los puntos propuestos, para que no fuese mi ida en balde, le di la cuchillada a un criado suyo, que seguro que la pueden considerar de marca mayor.
-Más quisiera -dijo el caballero- que se le hubiera dado al amo una de siete que al criado la de catorce. Así pues, conmigo no se ha cumplido como correspondía; pero no importa; poco perjuicio me harán los treinta ducados que dejé de señal. Beso a vuesas mercedes las manos.
Y diciendo esto, se quitó el sombrero y volvió la espalda para use; pero Monipodio le cogió de la capa que traía puesta, diciéndole:
-Voacé se detenga y cumpla su palabra, pues nosotros hemos cumplido la nuestra con mucha honra y con mucha prontitud: veinte ducados faltan, y no saldrá de aquí voacé sin darlos, o sin dejar algunas prendas que lo valgan.
-Pues ¿a esto llama vuesa merced cumplimiento de palabra -respondió el caballero-: dar la cuchillada al criado en vez de darla al amo?
-¡Qué bien se entera el señor! -dijo Chiquiznaque-. Bien parece que no se acuerda de aquel refrán que dice: «Quien bien quiere a Beltrán, bien quiere a su can».
-¿Pues de qué manera puede venir aquí a propósito ese refrán? -replicó el caballero.
-¿Pues no es lo mismo -prosiguió Chiquiznaque- decir: «Quien mal quiere a Beltrán, mal quiere a su can»? Y así, si a Beltrán que es el mercader, voacé le quiere mal, y si su lacayo es su can, y dando al can se da a Beltrán está claro que la deuda queda liquidada.
-Eso lo juro yo -añadió Monipodio-, y de la boca me has quitado, Chiquiznaque, amigo, todo cuanto aquí has dicho; y así, voacé, señor galán, no se meta en discusiones con sus servidores y amigos, sino que tome mi consejo y pague ahora lo trabajado y si desea que se le dé otra al amo, del tamaño que puede caber en su rostro, considere que ya se la están curando.
- Si es así -respondió el galán-, de muy buena gana paga ré la una y la0 otra por entero.
-No dude de esto -dijo Monipodio- que Chiquiznaque se la dará ajustada a su rostro, de manera que parezca que con ella nació.
-Pues con esa seguridad y promesa -respondió el caballero-, reciban esta cadena en prenda de los veinte ducados atrasados y de cuarenta que ofrezco por la futura cuchillada. Pesa mil reales, y podría ser que se quedase corta para pagarlo todo, porque sospecho que serán necesarios otros catorce puntos dentro de poco.
Se quitó en esos momentos del cuello una cadena de eslabo nes pequeños y se la dio a Monipodio, que por el color y el peso bien vio que no era falsa. Monipodio la recibió con mucha satis facción y cortesía, porque era extremadamente educado; la ejecu ción quedó a cargo de Chiquiznaque, que solamente dio como plazo aquella noche. Se fue muy satisfecho el caballero, y después Monipodio llamó a todos los ausentes y asustados. Bajaron todos, y poniéndose Monipodio en medio de ellos, sacó un libro para anotaciones que traía en la capucha de la capa, y se lo dio a Rin conete para que lo leyese, porque él no sabía. Lo abrió Rinconete, y en la primera hoja vio que decía: RELACIÓN DE LAS CUCHILLADAS QUE SE HAN DE DAR ESTA SEMANA.
La primera, al mercader de la Encrucijada: vale cincuenta escu dos. Se han entregado, a cuenta, treinta. Secutor, Chiquiznaque.
-No creo que haya otra, hijo -dijo Monipodio-; pasad adelante y mirad donde dice: Memoria de palos.
Volvió la hoja Rinconete, y vio que en otra estaba escrito: Me moria de palos. Y más abajo decía:
Al tabernero de la Alfalfa, doce palos de mayor cuantía a escudo cada uno. Estdn entregados, a cuenta, ocho. El plazo, seis días. Secu tor, Maniferro.
-Bien podría borrarse ese apunte -dijo Maniferro-, porque esta noche quedará rematado.
-¿Hay más, hijo? -dijo Monipodio.
-Sí, otra -respondió Rinconete- que dice así:
Al sastre jorobado a quien por mote llaman el Silguero, seis palos de mayor cuantía, a solicitud de la dama que dejó la gargantilla. Secutor, el Desmochado.
-Sorprendido estoy -dijo Monipodio- de que todavía
esté ese apunte sin resolver. Sin duda alguna debe de estar enfermo el Desmochado, pues han pasado dos días del plazo y no ha dado comienzo a ese trabajo.
-Yo me lo encontré ayer -dijo Maniferro-, y me dijo que por haber estado en casa enfermo el jorobado no había cumplido con su deuda.
-Así lo creo yo -dijo Monipodio-, porque tengo por tan buen oficial al Desmochado, que si no fuera por tan razonable impedimento, ya él habría dado término a asuntos más importantes. ¿Hay más, mocito?
-No, señor-respondió Rinconete.
-Pues pasad adelante -dijo Monipodio-, y mirad donde dice: Relación de ofensas comunes.
Pasó adelante Rinconete, y en otra hoja halló escrito: relación de ofensas comunes, tales como: redomazos, untos de miera, clavazón de sambenitos y cuernos, matracas, espantos, alborotos y cuchilladas fingidas, publicación de nibelos·, etcétera.
-¿Qué dice más abajo? -dijo Monipodio.
-Dice -dijo Rinconete- unto de miera en la casa...
-No hace falta leer la casa, que yo ya sé dónde es -respondió Monipodio-, y yo soy el responsable y ejecutor de esa niñería, y se han dado a cuenta cuatro escudos, y el total son ocho.
-Así es verdaderamente -dijo Rinconete-, que todo eso está aquí escrito; y aún más abajo dice: Clavazón de cuernos.
-No se lea tampoco -dijo Monipodio- la casa ni adónde, que basta que se les haga la ofensa, sin que se diga en público: que es un gran cargo de conciencia. Yo por lo menos prefiero clavar cien cuernos y otros tantos sambenitos, si se me paga mi trabajo, que decirlo una sola vez, aunque fuse a la madre que me parió.
-El ejecutor de esto es -dijo Rinconete- el Narigueta.
-Ya está eso hecho y pagado -dijo Monipodio-. Mirad si hay más, que si mal no me acuerdo, tiene que haber ahí un espanto de veinte escudos; está dada la mitad, y el ejecutor es la co munidad toda, y el plazo es todo el mes en el que estamos, y se cumplirá al pie de la letra, sin que falte lo más mínimo, y será una de las mejores cosas que hayan sucedido en esta ciudad de mucho tiempo a esta parte. Dadme el libro, muchacho, que yo sé que no hay más, y sé también que anda muy flojo el oficio; pero tras este tiempo vendrá otro y habrá que hacer más de lo que quisiéramos, que no se mueve una hoja sin la voluntad de Dios, y no tenemos que hacer nosotros que nadie se vengue por la fuerza. Además cada uno en su casa suele ser valiente y no quiere pagar por un trabajo que él puede hacer con sus propias manos.
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