Ciudad Rodrigo y Almeida son dos hermosas localidades con forma de estrella. Hoy viajamos hasta ellas. ¿Vienes?
PISTAS es una colaboración del blog de viajes SIEMPRE DE PASO en el programa "Aquí en la Onda" de Onda Cero Castilla y León. No dejes de consultar lo que sobre esta propuesta he publicado en el blog: https://www.siempredepaso.es/
Estas dos localidades tienen en común un montón de rasgos, una larga historia y, casi casi, hasta la misma forma. De hecho, vistas desde el aire lo que las distingue es la espectacular forma de sus murallas, dos estrellas que son prácticamente idénticas.
Y es así, porque era la manera en la que los ingenieros militares del siglo XVII trazaban entonces unas fortalezas que pretendían que fueran invulnerables. Algo absolutamente necesario en una zona fronteriza, como la que ocupan estas dos ciudades, sometida a lo largo de los siglos a incontables asedios y batallas.
Almeida y Ciudad Rodrigo, una casi enfrente de la otra, a ambos lados de la frontera entre Portugal y España, son dos de aquellas estrellas de piedra y revellines, trincheras y baluartes, garitas y casamatas que nacieron en un tiempo convulso en el que las fronteras quedaban marcadas sobre un mapa en función de quien ganara o perdiera sus encontronazos y batallas.
Ciudad Rodrigo está declarada Conjunto Histórico y, con toda justicia, forma parte también del club de los Pueblos Más Bonitos de España. Por supuesto, la primera recomendación es dedicar tiempo a pasear por su casco histórico, un laberíntico callejero en el que su bien nutrida colección de monumentos y caserones nobiliarios nos va a descubrir que la localidad vivió tiempos de singular esplendor, de una riqueza y prosperidad que, en el fondo, siempre tuvieron algo que ver con su posición tan cercana a la frontera.
Su catedral es tan apabullante en sus dimensiones como dura de pelar. Su torre fue la diana contra la que dispararon sin piedad los cañones enemigos desde un promontorio cercano durante el implacable asedio al que fue sometida en la Guerra de la Independencia, empeñados en hacer volar por los aires lo que los asediados habían convertido en un polvorín. Las huellas de aquella lluvia de bombas son todavía evidentes, se pueden ver perfectamente, sobre la fachada exterior de la torre. Pero la catedral resistió y sigue en pie.
En el paseo por su interior no hay que pasar por alto la espectacularidad de la puerta del Perdón, ubicada en el cuerpo bajo de la torre y protegida de la intemperie por otro pórtico posterior. La riqueza de sus imágenes es comparable a los pórticos, por ejemplo, de la colegiata de Toro o, incluso, a la de la catedral compostelana. El asombro que producen sus dos capillas más notables, la de la Soledad y la del Santísimo, hay que conjugarlo con un alto ante el llamado altar de Alabastro o de la Quinta Angustia, uno de los rincones supremos de la catedral, o la sillería del coro. Pero es en el claustro de esta catedral donde los imagineros trabajaron, desde luego, a sus anchas, a juzgar por el repertorio de personajes, fantásticos, religiosos y profanos que pueblan los capiteles y, muy especialmente, las basas de muchas de sus columnas. Precisamente es ahí, a la altura de los ojos y en pequeñito, donde aparecen figuras que más que en piedra parecen realizadas como la plastilina.
Desde la plaza de Herrasti, donde se localiza el acceso más frecuente a la catedral, podemos encaminarnos hacia la muralla para comenzar el paseo que, en el sentido opuesto al del reloj, conduce, en primer lugar, hasta el castillo y el mirador sobre el Águeda. Más allá, el hospital de la Pasión antecede la llegada a la puerta de Santiago, una de las siete que permiten el paso al cogollo urbano. No muy lejos quedan el palacio de los Águila, de visita imprescindible por lo que permite de cata al interior de uno de los abundantes palacios señoriales de la ciudad; la iglesia de San Pedro y San Isidoro o la casa de los Vázquez, que acoge en su interior las dependencias de Correos.
A estas alturas estamos ya en la plaza Mayor, con el palacete del Ayuntamiento en una de sus esquinas y un montón de notables edificios señoriales haciendo corro. Una vez aquí, podemos concluir la visita yendo hacia la muralla por la puerta del Conde y rematar en el Centro de Interpretación de la Ruta de las Fortalezas de Frontera, especialmente recomendable para ver con niños y de visita indispensable para comprender el funcionamiento del sistema defensivo de esta ciudad y de otras fortalezas de la zona. Y, si hay tiempo, y como ya otra vez recomendamos aquí, merece visita el Museo del Orinal, una de las propuestas museísticas más originales de Castilla y León.
Y, de estrella a estrella, 46 km separan Ciudad Rodrigo de la localidad portuguesa de Almeida. En este caso, su estrella, dos kilómetros y medio de murallas trazadas con seis puntas y seis baluartes de forma triangular intercalados entre ellas, datan del siglo XVII según el diseño del arquitecto militar francés Vauban, después de que Felipe IV de España, en un asalto tras la Restauración, destruyera las anteriores defensas que protegían la ciudad. Cuando finalizaron, más de un siglo después, Almeida se había convertido en un importante punto estratégico de la frontera portuguesa.
Imprescindible para conocer lo que no se ve a simple vista del sistema defensivo es la visita al espacio principal del Museo Histórico-Militar de Almeida, ubicado en el interior de las casamatas del baluarte de São João de Deus, y que permite el recorrido por las estancias semisubterráneas construidas con grandes bloques de granito sin ventanas ni huecos al exterior, que era el lugar en el que se refugiaba la población durante los bombardeos.
Precisamente, una de las cosas que más sorprende es enterarse de que la ciudad entera saltó por los aires la noche del 26 de agosto de 1810. Exactamente cuando un proyectil francés aterrizó sobre un barril de pólvora que estaba en el polvorín y provocó una explosión en cadena que hizo brincar por los aires el castillo medieval, que hacía las veces de almacén de pólvora, llevándose por delante a cerca de 500 soldados portugueses que defendían el baluarte de Almeida y a varios de los franceses atacantes, aplastados por el aluvión de piedras que se les vino encima. Cuando el humo se disipó, pues resulta que la localidad de Almeida había desaparecido completamente. A excepción, claro, de su magnífica muralla en forma de estrella.
Comentarios