Locución: Manuel López Castilleja
Fondo musical: Andy_blackwood_The_Song_of_The_Blue_Dolphin
jamendo.com
Relato ganador del XX Certamen de Narraciones breves Fernando Belmonte, organizado por el IES Dolmen de Soto de Trigueros.
Es toda una experiencia vivir con miedo, ¿verdad?
Es eso lo que significa ser esclavo
Ridley Scout (sic)
No me gusta cómo huele papá, ni el tamaño de sus manos que todo lo abarcan, ni su mirada, ni el chirriar de la puerta al abrirse, ni que me tome sobre su regazo... A decir verdad, de mi papá no me gusta casi nada, pero lo que más temo es cuando me dice mansamente: ¡Anda, chiquita, ven y dale un beso a papá! Sí, eso lo que más temo, lo del beso y que sea dulce. Y es que padre huele tanto a padre. Es una peste que se me mete en la nariz y se me pega a la piel y ya viene siempre conmigo, lo llevo puesto toda la semana hasta que el sábado se va por el desagüe de la bañera. Mi hermana que pronto tendrá ocho años, pero que es tonta y no comprende nada, siempre quiere conmigo y algunas veces se aferra en bañarse conmigo, pero yo no lo permito, no puedo consentir que se lave en agua con olor a papá. La pobre está a todas horas pensando en Juanito, el niño de la casa de enfrente con el que tanto le gusta jugar, el que tiene el pelo rubio y los ojos verdes como el mar, dice ella. ¡Verdad hermana que son como el mar!
Nada más llamarme papá para que le dé un beso se me hace un nudo en la garganta que me ahoga y el corazón se me desmadra, siento su galope en el pecho y también en las sienes. A veces, me hago la desentendida, como que no lo oigo y consigo despistarme, pero otras veces me grita de nuevo y le digo entonces que tenía la boca llena de cacao y que iba a limpiarme. Papá, no quería ensuciarle la cara. Es un beso repugnante el que tengo que darle, pero enseguida, cuando ya no me ve, me voy corriendo para el fregadero y me restriego la boca con agua y jabón para que no se me pegue ese olor que tanto odio. Odio su pelo grasiento pegado a la cabeza, odio el olor a brillantina con el que se lo embadurna, odio su presencia y la inmensidad de su sombra en la noche, odio su voz melosa cuando se vuelve ronca y su respiración agitada y el olor de su aliento cuando invade mis íntimos espacios. Sí, de mi papá odio casi todo menos su ausencia y sus ronquidos, entonces me siento como a salvo.
Mamá no es que esté en las nubes, pero ella bastante tiene con lo que tiene, a mi hermana, a mí, a papá y la casa, claro, la nuestra y otras más, que sale a dar horas, y friega y plancha y
cose y limpia el polvo en otras casas, pero eso no le pesa, no, que yo lo sé, aunque ella no diga nada. Nunca nada. Porque mamá nunca dice nada. Lo peor es lo de papá, aunque ella no dice ni mu, pero yo se lo noto, y no es porque no trabaje, que eso ya lo hace ella y no le importa, pero beber sí que bebe y cuando mamá oye la llave en la cerradura tiembla y se le caen las cosas de las manos y a mí me da un vuelco el corazón y me voy corriendo para mi cuarto, que así me lo tiene dicho mamá, me meto debajo de las sábanas y me tapo hasta la cabeza para no oír nada, aunque de vez en cuando la saco a ver si la escucho decir algo y saber así que sigue bien, no sea que le pase algo. Lo primero que hace en cuanto llega, es mirar desesperadamente de un lado a otro, como buscando una excusa para enfadarse, se muerde el labio de abajo y comienza a amenazar entre dientes primero, hasta que ya no sé qué demonio le entra en el cuerpo, porque tiene que ser un demonio, y entonces comienza a gritar y a decir cosas horribles de todo y de todos, pero sobre todo de mamá, que yo no sé cómo puede decirle cosas así de espantosas, con lo buena que es.
Es por eso por lo que mamá siempre tiene los OJOS tristes, bueno casi siempre, porque algunas veces, las menos, si estamos solas ella y yo, hablamos y de vez en cuando incluso sonríe un poco y entonces se me forma en el estómago un cosquilleo como si dentro tuviese un montón de mariposas revoloteando, y aunque quisiera reírme mucho y decirle cuánto me gusta que esté contenta, y contarle cosas, muchas cosas, no lo hago, porque enseguida se le ponen los ojos brillosos, muy brillosos, como de cristal, y ya sé que van a escapársele lágrimas. Y menos lo del secreto, eso sí que no puedo decírselo. No es que mamá esté en las nubes, no, pero tampoco se da cuenta de nada y yo no puedo decírselo, porque papá me hizo jurar que de eso ni media palabra a nadie, que sería nuestro secreto, porque las personas que se quieren mucho tienen secretos entre ellos. Yo a él no es que lo quiera ni una miaja siquiera, pero tampoco voy a decirle eso a él, y menos aún desde que me obliga a tener el secreto, desde entonces no quiero ni acercarme a darle un beso. ,
Yo también tiemblo, igual que mamá tiembla cuando papá llega, cuando me da por pensar que si alguna vez ella se llegara a enterar de nuestro secreto se llevaría un disgusto tremendo, bastantes cosas tiene ya la pobre, encima que la hacen llorar. Hay veces, las menos, porque siempre está trapicheando de aquí para allá, que se sienta en la mecedora y se queda quieta, bien quieta, y la mirada fija en un sitio, como si no mirara nada, yo hago como que estoy haciendo los deberes de la escuela, y sin que ella se dé cuenta me fijo de reojo en sus ojos que ya están otra vez como de cristal, como cuando mi hermana hace pucheros antes de romper a llorar porque mamá le ha dado un azote o le ha reñido porque ha hecho alguna travesura o como cuando Juanito le ha hecho un feo y no quiere jugar con ella, y entonces va mamá y la consuela, la besa y la mima y le dice que está hecha una magdalena. Pues esto mismo de estar hecha una magdalena, a veces también le ocurre a madre mientras plancha. Una vez, recuerdo, le sucedió mientras planchaba una falda mía de pliegues, la azul marino que tengo, bueno la que tenía más decente para ir al colegio, fue y vino la plancha tantas veces y tan despacio por el mismo pliegue que el olor a tostado de la tela la despertó de sus pensamientos. No sé qué pensaría, pero a buen seguro que sería en algo de papá.
Yo envidio a mi vecina Pepi, aunque ella se empeña en envidiarme a mí. No la entiendo. Ella sí que tenía un papá, jugaba con él al escondite todo el rato. Debe de ser divertido saber jugar cuando se es mayor, y además tiene que tener más mérito que cuando eres chico. También la llevaba a pasear los domingos por la tarde, en cambio nosotros nunca salimos ni a pasear ni a nada. Siempre que vamos a salir papá se enfada por cualquier cosa, discute con mamá y se va todo al garete. Parece que lo hiciera aposta, pero lo peor no es no salir, sino que ya amarga el resto del día. Pero la mayoría de las veces no podemos salir porque mamá está enferma, eso es lo que ella nos dice, a mi hermana y a mí, pero yo sé que no es por eso sino por las manchas que tiene en la cara, que las de los brazos y las del cuerpo se las tapa con la ropa, pero las de la cara, aunque se echa colorete y se pone unas gafas oscuras muy grandes, a veces no puede disimularlas.
Al papá de Pepi el juego y el paseo se le acabaron el día que se lo llevaron al cielo. Es una pena. No entiendo qué cosa tan rara es esa de llevarse a un papá así al cielo. Mi amiga Pepi, en cambio, llora y se empeña en que es ella la que me envidia a mí. Yo no la comprendo, pero no quiero decirle que mi papá no juega conmigo al escondite ni a nada, que sus manos hacen caricias que duelen, que solo tenemos un secreto que me hace daño, que tampoco puedo contarle ni a ella ni a nadie, ni decirle que mamá llora cuando él llega, porque se enfada y grita y golpea y rompe cosas, que entonces yo me voy corriendo para mi cuarto, me meto en la cama, me quedo quieta, muy quieta, como si así no fuera a encontrarme, y que deseo en esos instantes irme al cielo con su papá. En cambio, el papá de Pepi iba a por ella al cole el día que no trabajaba, la abrazaba y la miraba con cariño, le ponía bien la diadema en el pelo y le recogía detrás de la oreja algún mechón que se le hubiera soltado. Yo, a decir verdad, no quiero que papá se me acerque, pero sí me gustaría que mamá fuese de vez en cuando al cole en busca mía, y que me buscara con la vista por entre todas las niñas y yo alzara la cabeza para que me viera mejor y luego me abrazara y nos fuésemos juntas las dos de la mano, como ahora hace Pepi con su mamá. Yo quisiera que mamá me quisiera como todas las mamás quieren a sus hijas, pero mamá siempre trabaja y no es culpa suya, que yo sé que me quiere. En cambio, papá es otra cosa.
Recuerdo el día que el papá de Pepi se fue al cielo, bueno que se lo llevaron, porque se lo llevaron a hombros unos pocos hombres, en un ataúd, que así me dijo madre que se llamaba aquel cajón de madera oscuro. Fue un domingo por la tarde. Al principio creí que para ir al cielo tenía que ser domingo, pero luego mamá me dijo que no, que cualquier día es bueno. Yo estaba en casa, oculta tras los visillos de la ventana que da frente por frente con la puerta de su casa. Hacía mucho frío, aunque en realidad, casi siempre tengo frío y miedo, o todo junto, no sé.
Muchas veces le digo a mamá que me gustaría que me comprara unas medias de lana y un abrigo iguales a los que tienen las gemelas de doña Angelita, la mujer del boticario, que es la señora de una de las casas donde mamá sirve, y así no pasar frío o miedo, porque con el miedo también se tirita, y tiemblan las manos y todo el cuerpo, y no te puedes estar quieta por mucho que lo quieras. Yo lo sé porque algunas veces hace calor y yo en cambio estoy tiritando, eso me dice mi amiga Pepi. Es por eso, porque ellas van muy bien abrigadas, que las gemelas de doña Angelita nunca pasan frío ni miedo y nunca tiemblan y nos miran con lástima a las demás, y eso no me gusta, que me pongo triste, muy triste, con los ojos de cristal, casi hecha una magdalena, como dice mamá. Pero la verdad es que también yo miro así a mi hermana, porque pienso que cuando crezca un poco más y tenga diez años como yo, también tendrá con papá un secreto que duele. Los secretos con mi vecina Pepi no duelen, como aquel día de navidad que descubrimos a Ramón, el hijo mayor del alcalde, disfrazándose de Papá Noel, y nos dijo que no se lo contásemos a nadie porque de lo contrario el verdadero Papá Noel, que era su amigo, ya no nos traería regalos. Otras veces los secretos dan risa, como cuando descubrimos a Tomás y Elena besándose en el aseo de la escuela, y Elena nos dijo que, por favor, le guardásemos el secreto. Ahora, cada vez que nos cruzamos con Tomás, agacha la cabeza y pasa corriendo y nosotras no podemos aguantar la risa.
Hay muchas cosas que comparto con Pepi, pero otras en cambio solo las comparto con madre, como lo de las cuatro perras que doña Angelita pone en mi mano cuando le hago cuatro recados y que guardo debajo del colchón cuando nadie me ve, solo Dios, claro, porque a él no se le puede ocultar nada, que todo lo sabe y castiga los pecados, que bien que me lo repite a todas horas doña Angelita. Pero yo nunca hago pecados, yo solo tengo un secreto que duele, más, mucho más que duelen las rodillas cuando ayudo a mamá a fregar el suelo de la casa de doña Angelita, porque papá se empeña en que ya soy lo bastante mayor como para enseñarme a trabajar. Mamá no quiere que sirvamos ni mi hermana ni yo, lo que ella quiere es que estudiemos para que el día de mañana seamos unas señoritas, por eso se empeña en que guarde el dinero, por si a ella le pasa algo que pueda comprar los libros y los cuadernos. No sé yo qué le pueda pasar, pero creo que se refiere a que papá le haga daño cuando se envenena. A mí, eso que piensa mamá me parece que es un sueño, y como todos los sueños seguro que solo son fantasía. Yo de todas formas, por si acaso, lo guardo porque con dinero quizás el sueño de mamá tenga menos fantasía y sea un poco menos sueño.
Pero, aunque con Pepi comparto muchas cosas, y con mamá todavía muchas más, hay algunas que solo son mías y no se pueden decir, que hay que esconderlas muy adentro para que nadie sepa de ellas, ni siquiera la mamá de una, y guardarlas, como guardo el olor a papá que tanto aborrezco y el secreto que duele mucho más que duelen las rodillas cuando friego el suelo de la casa de doña Angelita.
Comentarios
Magnífico
Largo infierno para los papás de Rositas!! " Mi amigo Bingham" es el título de un hermoso relato de Henry James. A su comienzo el autor dice: "... pues sostengo que la literatura que presenta hechos horrorosos no necesita expandirse..." Personalmente, comparto absolutamente su opinión. Saludos igualmente cordiales, Manuel, pero esta vez sin compaña de agradecimiento.